Ya la lista de especialistas y científicos no sometidos a los intereses hegemónicos ha comenzado a crecer, para desmitificar inclusive a la Organización Mundial de la Salud.
En otras palabras, una política social para el medio ambiente debe fincarse en el reconocimiento de que no se pueden subordinar los procesos naturales a los procesos productivos.
Este reconocimiento de aceptación y respeto a esta pluralidad no la parecen compartir algunos, espero que los menos, de los simpatizantes de López Obrador.
Suena ridículo que acusen de comunista a un presidente que aplica medidas neoliberales como el recorte a la cultura y que las universidades tengan jaloneos para no ver mermado su escaso presupuesto.
El sistema sanitario público tutelaba la salud como un bien universal, los “sistemas” que lo sustituyeron fueron transformados en empresas con lógicas de lucro y de mercado.
Todo esto aunado a la supremacía de los valores neoliberales (que cosifican a las personas), genera pérdida de referentes, identidades y límites.
Prácticamente, el único país que no transitó por una nueva experiencia fue Colombia, el país más pro yanqui de América del Sur.
Es más fácil despotricar contra quienes intentan —o creen que intentan— frenar el desastre y cambiar el rumbo, que comprometerse con la construcción de algo inédito.
La filosofía del amor pregonada por el Cristo, la conservación de la salud humana y de la naturaleza se convirtieron en obstáculos del progreso; en su lugar apareció un nuevo evangelio: el del tiempo es dinero y negocios son negocios.
Parece que no han entendido el objetivo superior del programa: liberar las fuerzas productivas y generar riqueza con la conciencia, no conciencia con la riqueza.
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