Donald Trump presagiaba su derrota electoral, el 24 de mayo expresó el riesgo de un fraude electoral, tema que sembró entre sus seguidores.
Si se pudiera aplicar a Estados Unidos lo que ellos han aplicado a otros países, alguien tendría que haber invadido los Estados Unidos para restaurar el orden, anular las elecciones y convocar a un nuevo proceso.
A nivel nacional se enfrentan graves problemas: la recuperación económica y de empleos causada por la pandemia, reforzar el sistema médico que se ha visto presionado por el incremento de contagiados y fallecidos.
Los resultados en los demás estados no influirán en el resultado final pues la diferencia entre el ganador y el perdedor es muy grande como para que se reviertan los resultados.
Biden debe unir al país; después de las elecciones, ha quedado polarizado. En un mensaje, expresó: “Queremos que nuestro país se una, que no se desmorone”.
Una secreta fascinación les despertaba un tipejo que —sin el menor empacho de encarnar la definición de un “bad hombre”— era más creíble que toda esa clase política prudente.
El debate presidencial estadounidense salió según lo que tenía en su guion el actual presidente Donald Trump: sin discusiones de fondo y todo reducido a ver quién habla más y en ese rubro no hay quien le gane al magnate convertido en político.
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