Así ha de ser el coraje de vida que mueve actualmente a esos europeos que abandonan sus espacios conocidos, o esos africanos o asiáticos cuyos gestos de ansiedad y dolor aparecen en primeras planas de revistas internacionales.
La principal evidencia que nos deja ver el coronavirus es la tremenda desigualdad económica que existe en nuestra sociedad. Otro punto que ha desnudado el virus es nuestro endeble sistema de salud y la poca atención que pusieron anteriores gobiernos en ello.
Lo que nos deja es la cuestión de la “individualización” del ser humano en el sentido de segregación (como si entrara el mismo individuo en un apartheid social), pues ofrece señales de que la pandemia saca el lado racial, clasista y ególatra del prójimo.
COVID-19 es la última versión del fin de los tiempos. Las fronteras se cierran y las economías comenzarán a colapsar. Este apocalipsis sanitario es una versión sofisticada de lo que habíamos conocido hasta ahora.
“Quienes tienen privilegios y ventajas van a poder sortear mucho mejor su crisis y quienes no la tienen van a acrecentar su situación de desventaja": lamentó.
En la actualidad parece que algo está cambiando. Con un poco de observación se puede concluir en que los seres humanos están (casi) desquiciados.
Existen problemas en la parte final del proceso de Justicia; de 31 mil 188 carpetas de investigación abiertas, apenas 2 mil 389 fueron procesadas o imputadas.
Llegamos al siglo XXI con clasismo y racismo que nos impide ser un país unido y justo. La desigualdad tiene raíces tan hondas que muchos lo perciben como algo natural y no como una injusticia.
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