Activismo Feminista, la Convicción de Proteger a las Otras
“Para mí deja demasiado aprendizaje: vas aprendiendo muchas cosas, te vas llenando de herramientas, de compañeras. Vas tejiendo redes con otras mujeres, desde otras instancias”.
Josefina Meza, activista feminista y defensora de los derechos humanos en el estado de Querétaro, lleva 12 años en el activismo “solicitando, exigiendo, visibilizando las violencias, metiendo ‘la cuerpa’ (…) en la defensa de nuestros derechos. Tengo 53 años [y] a mí me queda claro que quien va a derrumbar este sistema son ustedes las chavas”. El feminismo se instaura en la vida de Josefina a los 42 años de edad y señala que quizás, de haberlo conocido antes, no se hubiera involucrado en relaciones violentas “porque yo viví las violencias en todos sus tipos y en todas sus modalidades”.
Explicó: “Eso me pone en el activismo, el decir: esto que me está pasando a mí no le pase a ninguna jovencita, que no lo tenga que vivir y que no tenga que sufrir ninguna mujer”. Meza comentó que su vida la puede dividir en el antes y después de haberse declarado feminista, al trabajar diariamente en una deconstrucción y darse la oportunidad de abrazarse y reconocerse a sí misma “y decir: ‘¡Vamos! ¡Tú puedes! ¡Síguete deconstruyendo!’. Al final esto es de todos los días”, aseguró.
En esta lucha constante ha tenido que renunciar a todo lo que anteriormente fue su vida. Por ejemplo, externó, difícilmente puede ir a una fiesta familiar, porque con seguridad “van a contar chistes misóginos”, además de que “las canciones que bailan fomentan y promueven la violencia de género, en donde se cosifica y objetiviza el cuerpo de las mujeres”.
Congruencia
Para Josefina Meza, el ser activista feminista tiene que ver con una congruencia; pues consideró que es una manera de vivir: “Es ir, señalar y exigir”. No obstante, aseguró que, para el final del día, “de todo este activismo y de todas estas lágrimas”, le “queda una satisfacción de decir: Puedo morir hoy, pero hice algo por modificar esta realidad y por dejarles a ellas, a mis nietas y a mis bisnietas, una vida y una sociedad distinta”.
Por otro lado, tenemos el caso de Diana Arlette Chávez, psicóloga clínica de formación en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), quien tuvo su primer acercamiento con el activismo a partir del movimiento “#YoSoy132” y, posteriormente, al incorporarse a movimientos sociales, comenzó a rodearse de mujeres que participaban en el activismo feminista.
Al iniciar su práctica clínica observó que la mayoría de personas que asistían a terapia eran mujeres que, en su mayoría, habían sido violentadas o abusadas sexualmente. Incluso logró darse cuenta de que “yo misma soy sobreviviente de violencia” de “una pareja que ejercía violencia y que aterrizaba en el machismo. Y empiezo a leer más, a ver de qué otras formas puedo yo apoyar”.
Para Diana, el activismo ha sido una lucha de una causa en la que cree y su función social radica en “visibilizar que sí existe una problemática, que sí existe algo que se tiene que cambiar y que no solo le pasa a una persona (…) No solo a una mujer, ni a dos ni a tres, es una constante”. Finalmente, externó: “Para mí deja demasiado aprendizaje: vas aprendiendo muchas cosas, te vas llenando de herramientas, de compañeras. Vas tejiendo redes con otras mujeres, desde otras instancias y que sabes que vas a poder contar con ellas en el momento en el que lo necesites”.