El corazón del recinto
El edificio está rodeado por bardas que asemejan una muralla, el interior permanece oculto. Enigma. ¿Qué esconde? Por fuera, un recinto colonial no diferente a los edificios aledaños, pertenecientes a una atmósfera congelada en el tiempo. Los escalones dirigen a una pequeña explanada donde se encuentra aquella reja en forma de puerta, iluminada por dos lámparas laterales que pintan una atmósfera de extrañeza y misticismo. A la vista, se pueden observar 12 arcos, 12, el número indicado, la combinación perfecta, la llave de aquel lugar.
Uno… dos… tres… Al cruzar la línea horizontal que generaba aquel hueco rectangular de la muralla la atmósfera cambió; una explanada larga se desplegó frente a mis ojos, el cielo parecía pintar con un tono azul todo campo visible. Al entrar la vi. Roja. Caras, torso y manos. Manos a punto de tocarse. Aquella escultura parecía tener vida. Tras minutos de una breve hipnosis continué por el recinto. Debajo de los arcos había ventanas; sin embargo, lo que contenía el interior era incierto, apenas se podían distinguir figuras, sombras y contornos. La explanada dirigía a dos puertas de cristal, pero había algo diferente. Inhalaban y exhalaban.
Cuatro… cinco… seis… Tras las puertas un pasillo largo y angosto, que contenía diversas salas. El ritmo del ambiente volvió a cambiar. Un latido predominaba. Los colores presentados, las texturas y los ambientes, un lugar diferente, abierto a la observación y la curiosidad de cada persona. Un bosque con ramas flotando, entrelazadas como brazos. Hojas gruesas y de diversos colores por el suelo, naranja, azul, verde, negro, gris. Bajo la misma tonalidad anaranjada, un túnel creado con ramas tejidas entre sí, estructura natural funcional por los lazos que la crean. Tejido social. Un poco más adelante, agua… mar… manos gigantes de madera; reflejos provocados por la superficie marina que asemejaba un espejo. Azul, coral, agua; bosque y mar; tierra y agua.
Siete… ocho… nueve… Ilusiones frente a los ojos. Escenarios diversos, mundos paralelos. Por un lado, hay salas donde lo macabro se vuelve estético; un cuarto tenebroso disruptivo, pero curioso, con una invitación a observar. Esparcidos en otra sala, ojos rojos y azules; cenas solitarias y rostros derretidos. Mundo surrealista, animales como personas, juguetes nunca regalados, caras descompuestas en mosaicos. Rostros de cabeza y un bosque en miniatura; debajo de él, lo que pareciera ser un cuerpo acuoso amaderado. Cotorros brasileños volando por todo el espacio. El tiempo se detiene. Incoherencia… locura… sana cordura.
Diez… once… doce… El corazón del recinto. Solemos creer que los edificios son inanimados, meros recipientes para contener la obra de los humanos, pero ¿Las obras no tendrán vida propia? Inhala. Exhala. Acabo de un par de horas, una luz se divisa en el horizonte, bailando, izquierda-derecha. Mientras las pupilas se ajustan a la iluminación, se escucha una voz: “Disculpe la molestia, pero el museo cerrará sus puertas en diez minutos, gracias por su visita”.
El museo está rodeado por bardas que asemejan una muralla, ¿que esconde? Cruza la reja, abre los ojos y no te limites a verla. Arte, el corazón del recinto.