Cultura

El discurso de la violencia en la guerra de Calderón

Por Jacobo Pichardo Otero

El 26 de diciembre de 2007, un año después de haber asumido la Presidencia de la República, Felipe Calderón declaró: “A mayor violencia de los criminales más dura será la respuesta del Estado mexicano para castigar a los delincuentes”.

El seis de agosto de este 2011, a casi un año de que termine su “gobierno”, volvió a declarar: “Mientras más violentos sean los criminales y más se metan con la gente intimidándola, amenazándola o secuestrándola, más duro tenemos que enfrentarlos porque no vamos a permitir que pretendan apoderarse de nuestras comunidades, de nuestras familias”.

¿Qué ha significado, en estos casi cinco años de su gobierno, esa “más dura respuesta contra el crimen”?

No ha significado nada más que muerte y destrucción.

En lo que va del sexenio y de la “guerra del presidente” han sido asesinadas más de 50 mil personas, hay 10 mil desaparecidas y 120 mil desplazadas.

Pero tampoco esa “más dura respuesta” ha significado que se haga justicia.

Nadie en este país sabe cuántos de esos 50 mil asesinados son narcotraficantes, cuántos son civiles, cuántos son militares, cuántos son marinos y cuántos son policías federales.

Y menos sabemos cuántos de los asesinos están en la cárcel por cometer esos crímenes, nadie sabe con certeza quiénes han ordenado esos 50 mil asesinatos, no sabemos cuántos han sido cometidos por los criminales y cuántos por el Ejército.

En pocas palabras, son 50 mil asesinatos que hoy en día están impunes.

Y hay otro tampoco: Esa “más dura respuesta” no ha significado que el tráfico de droga en el país disminuya y menos que el consumo sea menor, sino todo lo contrario.

Según datos que reveló el propio Secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos, en los últimos seis años, el consumo de cocaína se duplicó y el de marihuana aumentó un 50 por ciento.

Es una realidad aplastante: La guerra, la estúpida guerra contra el narcotráfico del “gobierno del presidente” sólo ha traído a nuestro país más violencia.

Pero como decía un viejo presentador de televisión, “aún hay más”.

No basta con los 50 mil asesinados, sino que Felipe Calderón se ha empeñado en promover la cultura de la violencia.

Es ya cotidiano, en noticieros y spots del mismo gobierno, escuchar que soldados se enfrentaron con “presuntos sicarios” y que mataron a tantos, y todos quitados de la pena.

“Arturo Beltrán Leyva ¡Abatido!”. ¡Aplausos!

Felipe Calderón nos dice sin decirnos: Matar a los malos se vale, los matamos porque eran “presuntos” delincuentes, los mataron porque eran pandilleros, se matan entre ellos mismos, no vale la pena hacerles un juicio, no vale la pena buscar justicia.

Esto queda claro en un spot que hoy se escucha y ve por todo el país donde ya los narcos no son vistos como transgresores de la ley, sino como “desgraciados”.

Como señala el comunicólogo Darwin Franco Migues, la lucha contra la delincuencia organizada ya no es vista como una lucha por la legalidad y la justicia; ahora es una lucha entre el bien y el mal, donde los buenos son el Presidente, los marinos, los soldados y los policías, y los malos son todos aquellos que no se ajustan al plan gubernamental.

De esta manera Calderón y su guerra van formando una cultura donde la violencia gubernamental se vale y por supuesto si es para evitar que esos “desgraciados” se “metan a nuestras casas y acaben con nuestras familias”.

Dice Antanas Mockus que “la causa más frecuente para justificar la ilegalidad es la familia”.

“Para que la droga no llegue a tus hijos” estamos matando a diario a decenas de “presuntos criminales”, no problem.

Los spots del Gobierno Federal buscan que los mexicanos se preocupen sólo por los más cercanos para desatender la noción de comunidad, el típico “mientras yo esté bien que el mundo ruede”.

Si para que mi familia esté bien es necesario que haya 50 mil muertos, adelante.

El mismo Antanas Mockus sostiene que una parte fundamental de la lucha contra la violencia es que “debemos desmontar la idea de que ‘a veces’ se vale la violencia, inclusive la violencia homicida” y que los más importante es que la violencia y la criminalidad deben ser combatidas “hasta por amor a la vida del asaltante o del narcotraficante”.

El discurso de Calderón es todo lo contrario.

La dichosa guerra del presidente no sólo ha dejado más de 50 mil muertos, ha dejado a su paso la cultura de la violencia, la cultura de la muerte; en este sexenio la vida no vale nada y menos si es la de unos “desgraciados”.

En nuestro país la vida humana ha perdido hoy su valor y como dice Mockus, en este momento “no puede existir otra prioridad diferente que la de restablecer su respeto como principal derecho y deber ciudadano”.

Sin embargo, Calderón es un amante de la violencia, un hombre que está al frente de un gobierno que, como dijera el Sub, tapa con cañones sus oídos, oferta muerte como futuro y anuncia muerte y destrucción.

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