Emmanuelle
A Edmundo González Llaca, excelente analista político que comparte la admiración por Sylvia Kristel.
Por: Juan José Lara Ovando
Durante la década de los setenta, Emmanuelle (74) llenó la pantalla, desde luego muchas otras películas también la llenaron, pero ésta a diferencia de la mayoría lo hizo porque conjugó entre otras cosas: personajes europeos que buscaban lo místico del lejano oriente;
una fotografía y música preciosistas que reflejaban el modo de vida de la alta burguesía; un personaje central femenino que era un portento y se movía con cadencia de escenas cálidas a irrupciones eróticas desenfrenadas pero sobre todo novedosas (al menos para el cine de la época, que en ese caso quería decir, lo público); mostraba con continuidad un proceso de aprendizaje (y lo que hoy llamaríamos capacitación) en el sexo como si fuera un arte; y se movía tan libremente entre las escenas sexuales que invitaba a verlas como algo común (o sea, normal en una época en la que esas escenas eran censuradas sin necesidad de provocación). Es decir, lo que llenó la pantalla a través de Emmanuelle fue el cine erótico.
Su importancia también se reflejó en la taquilla, no tanto en la crítica, de hecho ésta nunca la trató tan bien, ni se puede presumir que se haya tratado de un excelente producto, su importancia más bien radicó en romper una barrera: los obstáculos a la exhibición del cine erótico, que muy pronto alcanzarían enorme difusión y amplia diversificación.
No obstante, Emmanuelle implicaba un producto fino, bien hecho, su producción era amplia y cuidada, lo cual también era poco común en ese tipo de cine, que entonces a lo más que llegaba en círculos comerciales era a comedias picantes comúnmente estelarizadas por un buen comediante, como fue el caso de Lando Buzzanca en Italia o hasta Mauricio Garcés en México, o también comedias hechas a medida de una joven guapa que destacaba en mostrar parte de sus encantos como las italianas Edwige Fenech y Gloria Guida, la norteamericana Raquel Welch o la francesa Maria Schneider, y ya lo habían hecho previamente Brigitte Bardot y Ursula Andress, francesa y suiza, respectivamente.
Emmanuelle llenaba ambos aspectos, por un lado era un producto estético, realizado por un pintor y escultor que incursionó al cine imponiendo un sello visual en el que imperaba el buen gusto. Just Jaeckin era entonces un director joven (no tenía más de 34 años) y enfrentaba su primera película con actitud de intelectual para tratar la temática erótica (que seguiría a lo largo de toda su filmografía, nada extensa, solamente seis largometrajes) a través de largos primeros planos, con elementos vaporosos, pero escaso movimiento lateral (travelling) para apaciguar con algunas escenas la fuerza de otras muy encendidas, técnica que le valió para identificar el erotismo con el preciosismo, como elemento post art noveau. Por otro lado, presentaba un grandioso protagónico, la modelo holandesa Sylvia Kristel, que se convertiría en la actriz más grande del cine erótico y en una de las más famosas del mundo a partir de entonces y a lo largo de varias décadas.
En mucho, Emmanuelle es Sylvia Kristel, aun cuando a la fecha hay más de 60 películas de este personaje (interpretadas por más de 15 actrices, todas bellas) y ella interpretó cuatro en la pantalla grande y siete para una serie erótica televisiva. Pero no se puede identificar a ese personaje sin pensar en esta actriz, un poco como es difícil identificar en el cine a Tarzán sin Johnny Weissmüller o a James Bond sin Sean Connery. No ha habido mejor intérprete de Emmanuelle que Sylvia Kristel, ni belleza mejor considerada del cine erótico de los setenta y ochenta que no sea ella.
La Kristel ha pasado a la historia sentada en una silla de mimbre (como combinando occidente y oriente) con su apariencia inocente, sus ojos azules y cándidos, su corte pequeño con su peinado pulcro, que combinan con su figura delgada y su imagen alta, que resaltan con sus pestañas y cejas delineadas, su boca entreabierta y sensual que se extiende hacia su cuerpo desnudo con hombros firmes y senos pequeños bien redondos, una cintura dibujada, unas caderas voluptuosas y piernas largas y torneadas. Perfecta. Fotografía que seguramente fue de las más conocidas de la década y que permitió que todos la conociéramos y soñáramos con ella aun cuando se fuera niño.
Desde luego, la película es mucho más que esa fotografía, poses y posiciones haciendo el amor llenan de sensaciones las imágenes de la pantalla y las mentes y cuerpos de los espectadores que van ocupando todos los espacios: cocinas, baños, oficinas y centros deportivos, no solamente recámaras, además de masajes y butacas de aviones, que enriquecen la ambientación sexual, lo que hace a Emmanuelle única, pero a la vez digna de continuarse en decenas de películas, sin dejar de recordar a Sylvia Kristel por haberle dado ese sentido al personaje y por haber ingresado en la imaginería sexual de los espectadores.
Basada en una novela homónima de la escritora suiza Emmanuelle Arsan, con muchos elementos autobiográficos como haber vivido en Tailandia y ser iniciada sexualmente por adultos mucho mayores que ella, pero hecha famosa gracias a Jaeckin y por supuesto a Kristel, que tuvo que vivir sumergida en el alcohol y las drogas para sobrevivir a esa fama que se confundió con su personaje, no con su rol de actriz, que en realidad nunca alcanzó una calidad mínima. Sirva este comentario para recordar a este despampanante fulgor del cine erótico, fallecido el pasado 18 de octubre. Cabe recordar también a Maria Schneider, fallecida hace año y medio (3 de febrero del 2011), ella sí buena actriz, aunque nunca pudo desafanarse de su papel erótico en El último tango en París (Bertolucci, 73).
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