Cultura

Filarmónicos sujetos

Por: José Luis de la Vega

En cuanto nos enteramos que Luis Álvarez, ícono de la banda El Haragán y Cia., se presentaría en Querétaro, Lidia y quién esto escribe hicimos el compromiso de asistir. En un gran cartel, se anunciaba su presencia en el Black Dog, en versión acústica, para el sábado 16 de febrero. Lidia no dejó de recordarme nuestro acuerdo, hasta que compramos los boletos, en preventa.

 

 

El Black Dog está ubicado en Bernardo Quintana, justo en la curva por la que ingresan al boulevard los autos que vienen de Av. Constituyentes, de Oriente a Poniente y viran al Norte. Como a media curva está el local. La noche de la cita, nos apersonamos en la puerta principal, pasadas las 8 p.m. y, tras pasar el filtro de seguridad, ingresamos al local, para darnos cuenta que ya cantaba Samuel Barrios, Sam Jícuri, se hace llamar.

Antes de acercarnos al escenario, pasamos a la barra para proveernos de una oscura. Al ver que se preparaba una michelada, pedimos una doble y craso error, pues escarcharon el vaso con tamarindo dulce, que no gustó al paladar, acostumbrado a las micheladas de La Norteña –de todos modos, nos la tomamos–.

Para cuando pudimos acomodamos y puse atención, el cantautor solitario, que acompaña su voz, con guitarra y armónica, se esmeraba en deleitarnos. No lo había escuchado antes y me gustó. Tiene presencia en el escenario y modula bien, ambas condiciones relevantes para un solista. Por cierto, interpretó una traducción de Creep, del grupazo Radiohead, a la que tituló El pendejo-apocado, o algo así.

El siguiente grupo fue la Maldita Profecía, banda queretana de larga trayectoria y que en esta ocasión tardaron en acomodarse. Nosotros aprovechamos el momento para salir a fumar un delicado y cuando regresamos –después de corregir el tras píe, con unas Victoria–, aún esperamos a la voz cantante, entre reclamos del respetable. Al final, se destaparon con el metal agresivo, que sale a borbotones de las bocinas y tanto gusta a sus seguidores. Abrieron con La bestia y la voz es admirable, pues la textura metalera es exigente. Con una batería solvente, bajo y guitarras a tope, con fraseos contundentes y algunos riffs de alta calidad, interpretaron varias rolas de su repertorio. Entre ellas, la emblemática Maldita Profecía y las cabezas comenzaron a agitarse, a volar las melenas con vigor. La agrupación se despidió con su éxito, El wain y todos coreamos: No quiero, no quiero, no quiero ya tomar más wain. La cruda, la cruda…

Por un momento, no mucho, se escaseó la cerveza.

Entonces, apareció Luis Álvarez, El haragán y Cia., esta vez, acompañado de un jovencito, Moisés Álvarez, en el requinto y un hombre con el cabello blanco, Dennis Parker, pulsando el bajo. Mención especial merece Leonel Pérez, quien toco el chelo y el piano. Todos nos brindaron una noche para recordar, por varias razones, que quiero dejar explícitas, en esta breve reseña de su presentación.

La última vez que escuche a esta banda, fue en el Casino Leonístico con más de dos mil asistentes. En aquella ocasión, el grupo sonó como lo conocemos, con la brillantez que imprimen sus metales, sax y trombón (un recuerdo para El sopas, recién desaparecido). El Black Dog no tiene ese aforo, supongo que estábamos unas 400 personas y parecíamos cigarros en cajetilla dura. Sin embargo, no se piense que aquella tocada fue mejor. Esta ocasión, sólo fue diferente. La cercanía del rockero con el público mejora la sensación del ritmo y la melodía, beneficia la apreciación musical. El hombre del frente es un artista probado en su larga carrera. Para mí, no se si me equivoque, Luis es una esquirla del rock rupestre. En todo caso, sé que admira a Rockdrigo González y yo lo asocio a Armando Rosas, Nina Galindo, Roberto Gato González y Jaime López, entre otros más, de la misma vertiente. En fin, El haragán y Cia. sigue haciendo historia en el rock urbano de nuestro país y buena música.

Su presentación arrancó con En los años treinta y el rostro de los presentes se iluminó. En verdad fueron el broche de oro. Los cuatro músicos nos brindaron una sesión intensa. El bajo, discreto e impecable. La primera guitarra brilló cuando debía, unas líneas con cierta exigencia. El chelo, cercano al virtuosismo, aunque un poco pasado de volumen y el piano, tocado por el mismo músico, falto de volumen, se percibió resuelto, pero lejano. La primera voz, no se diga, afinada y con clara dicción. Luis interactúa con el público, que no pierde detalle y cantan con él todas sus canciones.

Cuando inició Muñequita sintética, Luis presentó, para mi sorpresa, a mi amiga Azucena y, con especial deferencia, la invitó a cantar con el grupo. No lo hizo mal, de hecho, muy bien. El agasajo continuó en cascada, tocando Él no la mató, No estoy muerto, Mujer de la calle  -en el corazón no hay nada, Purgante de amor, Neurótica, A esa gran velocidad, Morir de noche, Yo pensaba que, Se mujer, Historia de un minuto y muchas más que, ahora, no puedo recordar. En algunas de estas rolas el chelo alcanza matices de violín y en otras de violonchelo, sonidos fraternos con un requinto cada vez más angustiado. Un bajista que sostiene el ritmo y en algún momento hace coros.

En fin, que estamos con un Haragán más en lo suyo, calientitos, desplegando un rock que agita nuestros cuerpos muy a gusto. Son músicos entendidos en su oficio, al que con entrega, le dedican su vida, conocen su condición de filarmónicos sujetos y la confirman en los hechos. Pero, más allá de eso, ahí está esta agrupación, frente a sus fervientes seguidores, que cantan, bailan y no los dejan ir. Después de un encore de cinco o seis canciones más, concluyó la fiesta con los aplausos de un público alegre y complacido.

Nos retiramos del lugar, en santa paz, sin mayores broncas y al llegar a casa, nos tomamos un tequila dormilón, salpicado de comentarios sobre lo ocurrido en la tocada, más un par de chismes, hasta que, con la idea de escribir esta reseña, buscamos refugio en nuestra cama.

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