Instrucciones a los sirvientes: Swift
Las lecturas del búho
Por: Rubén Cantor Pérez
Todo el mundo identifica al escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745) por “Los viajes de Gulliver”, novela fantástica que a través de un naufragio a un mundo de enanos y gigantes devela la mezquindad de la naturaleza humana.
Pero hay algunas obras “menores” -porque así las consideraba él- que han sido rescatadas últimamente en traducciones al español y que vale la pena mencionar por su grandiosidad, como “El beneficio de las ventosidades”, “El arte de la mentira política”, “Una modesta proposición” e “Instrucciones a los sirvientes”.
Swift, considerado uno de los principales escritores irlandeses de todos los tiempos y también como uno de los mejores autores satíricos en prosa del idioma inglés, se desempeñó durante su vida como sirviente de Sir William Temple, para más tarde dedicarse a varios puestos en iglesias de Irlanda.
Al haber pertenecido gran parte de su vida a la servidumbre -como secretario de Temple-, recolectó apuntes esporádicos sobre cómo ser un “buen” sirviente, pero al venir de Swift es claro que estos consejos no son lo que podríamos llamar “correctos”. De ser aplicados en la actualidad, cualquier empleado doméstico -como se les conoce ahora- sería corrido en un santiamén.
Es por ello que cedo lo que resta del artículo al mordaz Jonathan Swift.
Instrucciones a todos los sirvientes en general
Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, y compórtate como si fueras la persona agraviada; eso minará de inmediato la moral de tu amo o señora.
No acudas hasta que te hayan llamado tres o cuatro veces, pues sólo los perros acuden al primer silbido; y, cuando el amo exclame: «¿Quién anda ahí?», ningún sirviente está obligado a ir, porque nadie se llama «Quién anda ahí».
Cuando hayas roto todas las vasijas de barro del piso de abajo (cosa que se suele hacer en una semana), la olla de cobre puede cumplir la misma función: en ella se puede hervir la leche, calentar las gachas, servir la cerveza floja, o, en caso de necesidad, hacer las veces de orinal. Por tanto, empléalo indistintamente para todos eso usos, pero no lo laves ni lo friegues nunca, no vayas a quitar el estaño.
Cuando te pares a charlar con un criado amigo tuyo de la misma calle, deja abierta tu puerta de entrada, para que puedas acceder sin llamar al volver; de lo contrario, tu señora puede saber que has salido, y recibirás una reprimenda.
Cuando un sirviente llega a casa ebrio, y no puede acudir a la llamada, debéis decir de consuno a vuestro amo que estaba muy enfermo y se ha acostado, debido a lo cual vuestra señora será tan bondadosa que mandará traer algo que reconforte al pobre hombre o a la pobre doncella.
Cuando quieras dejar a tu amo, y tu timidez te impida proponérselo por si le ofendes, lo mejor es mostrarse de pronto grosero y descarado, y no observar tu comportamiento habitual, hasta que estime necesario despedirte; y, cuando te hayas marchado, para vengarte, di que él y tu señora tienen mal carácter a todos tus compañeros que buscan ocupación, que nadie ose ofrecerles sus servicios.
Échale todas las culpas a un perrito faldero, a un galgo favorito, a un mono, a un loro, a una urraca, a un niño, o incluso al último sirviente despedido; en virtud de esta regla te exonerarás, no harás daño a otra persona, y evitarás a tu amo o señora el engorro y la humillación de una reprimenda.
Instrucciones al mayordomo
Si alguien quiere una botella de cerveza fuerte, agítala primeramente para ver si tiene algo adentro; después pruébala para saber de qué bebida se trata y no equivocarte; por último, limpia la boca de la botella con la palma de la mano para que se note lo limpio que eres.
Si sientes curiosidad por probar las mejores botellas de tu amo, vacía todas las que puedas justo hasta el principio del cuello, hasta tener la cantidad que deseas, pero no olvides rellenarlas después con agua clara, para no dejar a tu amo con menos bebida.
Limpia el plato, lava los cuchillos y frota la mesa sucia con las servilletas y el mantel empleados ese día, pues así sólo hay una cosa que lavar; además evitas desgastar los ásperos estropajos, con lo cual, como recompensa a tu buena administración, opino que puedes utilizar legítimamente las mejores servilletas de damasco como gorro de dormir.
Cuando ordenes el aparador, coloca las mejores copas todo lo cerca que puedas del borde de la mesa, de ese modo, su brillo será doble y conformarán una figura mucho más elegante, y la peor consecuencia será que se rompa media docena, que es una fruslería para la economía de tu amo.
Instrucciones a la cocinera
Nunca envíes a la mesa el muslo de un ave mientras haya un perro o un gato en la casa a los que se pueda acusar de haber huido con él. Si no hay ni uno ni otro, debes culpar a las ratas o a un extraño galgo.
No limpies los asadores después de utilizarlos, pues la grasa que la carne deja en ellos es lo mejor para impedir que se oxiden, y, cuando los vuelvas a emplear, esa misma grasa hará que la carne esté jugosa por dentro.
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