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El 94 en el Árbol de la Historia Tojolabal

Hoy, el Zapatismo en la región tojolabal continúa en la construcción de sus procesos autonómicos, mientras otras comunidades o fragmentos de estas han optado por abrir espacios a sus demandas en cercanía a partidos políticos

Jan de Vos explicaba la historia de los pueblos mayas con la imagen de un árbol grande: una ceiba cuyas hojas de diversos colores son sus comunidades, desde las más antiguas, hasta las más nuevas de color verde claro; donde el pasado reciente es como su tronco y la raíz representa al pasado más lejano. Esta otra mirada de la historia, consonante con las propuestas que desde la contrahistoria y la historia a contrapelo hace Walter Benjamin, nos invita a entender el amanecer del 94 descentrados del relato y análisis de lo que significó en términos del Estado-nación mexicano y repensarlo desde la perspectiva histórica de los propios pueblos.

En este caso propongo recapitularlo desde los tojolabales, en los cuales tanto Jan de Vos como Carlos Lenkersdorf, encontraron una manera diferente de concebir la historia. En el pasado reciente de los tojolabales está el tiempo de las fincas o del “baldío”, llamado así porque se trabajaba “de balde” para pagar deudas; esto aún en los años cuarentas y cincuentas del siglo pasado.

Está también la lucha por la constitución de los ejidos, las migraciones para colonizar la selva y las cañadas en busca de su tierra prometida; está la experiencia organizativa desde centrales campesinas independientes y, de manera muy importante, desde la Iglesia católica, cuya diócesis de San Cristóbal abrevaba de la reflexión y acción de la Teología de la Liberación. Toda esta historia contribuiría al alzamiento armado que algunos han calificado como la apertura en términos históricos del siglo XXI.

Mientras el Estado-nación (ése que se imagina como una sola nación) vivía la violenta efervescencia del neoliberalismo con Salinas a la cabeza, las comunidades tojolabales estaban en un momento de resistencia y a la vez de acumulación de fuerza. Su cohesión social ya estaba lastimada, pero rehaciéndose en mucho desde los nuevos sujetos sociales, que se construían con las organizaciones que aglutinaban comunidades y fracciones de localidades, como nuevas instancias cohesionadoras.

El auge de iglesias cristianas no-católicas fragmentaba y amenazaba la tradición, el priismo cooptaba y controlaba el descontento desde uniones de ejidos como la llamada “Lucha Campesina”, en el corazón histórico del territorio tojolabal. Ya se registraban conflictos, expulsiones y desplazamientos de población, por filiaciones religiosas o políticas.

Por otro lado, el mapa tojolabal marcaba un predominio de organizaciones independientes como la Unión de Ejidos de la Selva y la presencia de centrales como la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), que había llegado a impulsar la lucha agraria en la región de la mano del Partido Comunista y del PSUM posteriormente, y la Alianza Nacional Campesina Independiente Emiliano Zapata (ANCIEZ), muy cercana a la línea zapatista en los años previos al levantamiento.

Todas ellas, tenían en común que de una u otra manera hablaban de liberación; idea presente también en el trabajo diocesano de organización popular para la producción, el trabajo y la salud, de reflexión de la realidad a la luz del evangelio y de entender al reino de Dios como construcción permanente en la tierra de un mundo justo, sin pobreza ni opresión.

La gente de las Fuerzas de Liberación Nacional, germen del zapatismo, fue permeando en las organizaciones campesinas de la región e incluso entre algunos catequistas y diáconos que no encontraron contradicción en los procesos que vivían. Así se dieron las dobles militancias políticas: por un lado se trabajaba con organizaciones públicamente reconocidas y al mismo tiempo se militaba clandestinamente en la llamada “organización” (como se conocía en el discurso oculto a lo que aparecería posteriormente como el EZLN).

La misma diócesis tuvo que exigir a algunos de sus agentes de pastoral y catequistas a definirse ente el trabajo eclesiástico y trabajos de corte político para desligarse de algunos de ellos.

Se llegó a hablar de los “cuatro caminos para la liberación”: la organización política abierta, la lucha armada, la Palabra de Dios y la raíz o tradición comunitaria. No siempre se entendieron como contradictorias y se pudieron asumir en un mismo momento.

Así, la madrugada del 1 de enero de hace un cuarto de siglo, para muchos tojolabales significó el amanecer de un nuevo capítulo en su lucha como pueblo. Varios de ellos, entonces militantes de la CIOAC, participaron con el EZLN en la toma armada de Las Margaritas, levantando por esa noche la bandera insurgente.

Unos entendían que este podía ser el camino para adueñarse definitivamente de tierras, que desde años atrás llevaban en gestión y litigios contra finqueros como el exgobernador Absalón Castellanos. Otros simplemente asumieron que era el inicio de una lucha armada con la que compartían causa y en la que debían de participar. Tras de ocupar la cabecera municipal margariteña, las crónicas cuentan que debían avanzar sobre el cuartel militar en Comitán; tarea de la que se desistió al caer en combate el ‘Subcomandante Insurgente Pedro’.

En los meses y años posteriores los tojolabales sufrirían mayor fragmentación política y social; resultado de la guerra de baja intensidad en diferentes manifestaciones y de políticas clientelares que, abusando de la necesidad, compraron consciencias y fidelidades a cambio de recursos para la mera sobrevivencia. Algunas organizaciones campesinas en la zona tojolabal incluso iniciarían un proceso de conflicto con el EZLN.

Como ejemplo ha de mencionarse a la CIOAC, que seguiría políticas de gestión y componendas con los gobernadores en turno, fortaleciendo su alianza con el PRD, que llevaría a varios de sus líderes a diputaciones y diferentes cargos oficiales en el municipio y llegando a un antagonismo regional con el zapatismo que lo ha calificado de grupo paramilitar.

Lo anterior no es poca cosa, pues se ha manifestado en diversos capítulos de violencia e incluso muerte entre los propios tojolabales, dividiendo a comunidades y familias en bandos irreconciliables que dificultan el caminar como un solo pueblo. Hoy, el Zapatismo en la región tojolabal continúa en la construcción de sus procesos autonómicos, mientras otras comunidades o fragmentos de estas han optado por abrir espacios a sus demandas en cercanía a partidos políticos.

En el fondo de estos caminos contradictorios está el tema del lugar de los pueblos indígenas en el Estado mexicano y en el marco del contexto político actual que el gobierno federal ha querido llamar una “cuarta transformación”. La disyuntiva es entre continuar siendo objeto de políticas públicas en una relación de subordinación al gobierno, o si los pueblos indígenas se constituyen como sujetos colectivos de su propia historia, capaces de ejercer su derecho a la autonomía, frente a un Estado e instituciones respetuosos de ello.

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