El acuerdo es vivir, porque vivas nos queremos
Las mujeres afectadas por la guerra, solas o en colectivo, hemos gritado, pensado y caminado sobre las consignas originadas desde la parte más dolorosa y visible de la violencia contra las mujeres: el que en cualquier momento una de nosotras (ya nueve al día) no volvamos nunca más a casa
La noche del levantamiento zapatista yo tenía 14 años. Recuerdo a mi padre, absorto pero emocionado, frente al televisor de casa, por horas. En varias decisiones de vida que él tomó había una raíz que se nutría del pensamiento revolucionario latinoamericano de los 70 —que incluyó también gran parte de mi educación—, en contraste con el conservador modo de ver el mundo de mucha de su familia de origen y también de cómo lo cotidiano se le fue acomodando en esto que conocemos como “la democracia” y “la academia”.
Creo que el levantamiento le devolvió la esperanza de que las revoluciones (así, en plural) son posibles. Y sin duda, eso me transmitieron su emoción y el camino lleno de preguntas que mi familia decidió andar hace 25 años a través de noticias, marchas, comunicados, indignaciones, acopios solidarios, distanciamientos, seminarios, “escuelita”, y encuentros, como muchas otras personas con las que nos hemos ido topando desde entonces y que no ven opción en la política de arriba.
¿Son posibles las autonomías en nuestras geografías, con nuestros tiempos y modos? Aquí, donde estamos ya con la grave enfermedad del individualismo capitalista, que depreda y cosifica relaciones, alegrías, identidades, modos de organización; que extermina pueblos y personas en su labor acumuladora de hidra patriarcal, colonial, racista, heteronormada, capacitista, cada vez más públicamente fascista; que convierte en botín político las luchas sociales para desarticular las resistencias: no hemos logrado construir una respuesta.
Pero otros mundos no solo son posibles, sino que ya existen o ya se están construyendo. A veces cuesta trabajo verlos, o muchas más veces no se quieren ver, porque el terreno conocido (aunque se pinte de “cuarta transformación”) limita el poder imaginar tanto en lo privado como en lo público los “cómos” propios o entender los “cómos” ajenos.
He de decir que cada vez estoy más convencida de que la clave de las revoluciones está en las mujeres. Sin demeritar el trabajo de los compas Bases de Apoyo Zapatistas o milicianos, ni a Moisés, al sup Galeano, al gatoperro, al viejo Antonio, a Pedrito o Durito, es que de verdad las mujeres zapatistas han sido faro de esta afirmación. Y fueron las mujeres de Cherán K’eri, en Michoacán quienes atizaron el levantamiento que logró sacar de su municipio a talamontes, narcos, policías y partidos políticos, entendiendo que son y representan lo mismo. Son las mujeres del Kurdistán quienes con su “jineolojî” están cambiando las ciencias patriarcales y la forma de resistir la guerra. Y tuvimos a Ramona. Y tenemos a Marichuy y todas las compañeras del Consejo Nacional Indigenista (CNI). Y tendremos a niña defensa zapatista. Y #MiPrimerAcoso, #MeToo, #MiraCómoNosPonemos. Todas poniendo el cuerpo, materializando que lo personal es político.
Las zapatistas votaron y promulgaron en 1993 —es decir, antes del levantamiento— la Ley Revolucionaria de las Mujeres. No necesitaron la etiqueta de feminismo para el trabajo político y de educación que les ha conllevado, pero con lo que la ley contiene y con las propuestas de revisión que ha tenido desde entonces, los avances en “igualdad sustantiva” entre mujeres y hombres de las comunidades zapatistas —con todo y los retos y temas pendientes que ellas mismas refieren— son más tangibles que con respecto a lo que tenemos en lo cotidiano en las ciudades.
En los libros de la Escuelita, bajo el título general de La libertad según l@s zapatistas, nos contaron los procesos y los avances logrados en gobierno, salud, educación, tierra y justicia autónomas. Pero dejaron claro que un apartado indispensable de la lucha ha sido la participación de las mujeres en cada uno de los temas. No es poca cosa si planteamos que son cinco caracoles organizando decenas de Municipios Autónomos Zapatistas (Marez) conformados a su vez de comunidades con varias familias cada una.
Son miles de personas organizadas en consejos autónomos, asambleas y Juntas de Buen Gobierno, donde las decisiones son colectivas y realmente se ve representado el “pueblo manda, gobierno obedece” bajo los siete principios éticos zapatistas y del CNI. Y que así muestran tener claro que si la mitad de cada comunidad, es decir las mujeres, están en desventaja de derechos y vida digna con respecto a la otra mitad, toda la comunidad lo padece. En nuestros contextos urbanos no parece entenderse así.
En el 2018, las compas zapatistas además convocaron al Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan. En los comunicados previos e invitaciones que realizaron, plantean ya que la ruta colectiva a seguir es “hacer un mundo donde la mujer nazca y crezca sin miedo”, en tanto es en la guerra contra los cuerpos de las mujeres donde se materializan el patriarcado y el capitalismo. Feministas o no, jóvenes o no, lesbianas o no, indígenas o no, partidistas o no, ateas o no, a todas nos están violando, desapareciendo y matando.
Miles de mujeres pudieron ir al Caracol de Morelia a contar lo que por acá o en otras geografías hemos pensado y hecho, como intentos, como meras chispas de la gran fogata para resistir la hidra, la guerra; pero era más un viaje para tejer(se) en la lucha como mujeres que somos, a conocer(nos), a escucharnos y escucharlas, a aprendernos y aprenderlas, a embrujarnos, a curarnos los corazones como cura; estar allá entre tantas, en tierra de mujeres, con las compas, donde tal vez estuvo la Mar.
Ojalá haya estado la Mar, mi guardiana-votán Mar, la caracola-corazona de la Mar. ¿Será que algún día me pueda volver a encontrar a la Mar fuera de mis sueños? ¿Será que ella me ha soñado alguna vez también? ¿Será que sus hijas y sobrinas, y las hijas de sus hijas, y las hijas de sus vecinas, sean ya y en adelante, todas niñas defensa zapatistas?
Las mujeres afectadas por la guerra, solas o en colectivo, hemos gritado, pensado y caminado sobre las consignas originadas desde la parte más dolorosa y visible de la violencia contra las mujeres: el que en cualquier momento una de nosotras (ya nueve al día) no volvamos nunca más a casa.
Del inicial “Ni una [Mujer asesinada] más” cuando comenzó a resonar el caso de Campo Algodonero, pasamos al “Ni una [Mujer viva] menos” con los miles de casos que vinieron después. Llegamos entonces al “Vivas nos queremos”. ¿Y cómo hacerle, si además de solo vivas, también nos queremos libres, felices, resistiendo en la digna rabia?
Las compas propusieron en marzo el “Luchar, resistir, el acuerdo es vivir”, y el resto suscribimos y desde allí militamos, en alegre rebeldía, tejiéndonos, buscando y sosteniendo los “cómo le hacemos”, porque “¿Qué mundo sería parido por una mujer que pudiera nacer y crecer sin el miedo a la violencia, al acoso, a la persecución, al desprecio, a la explotación?, ¿No sería terrible y maravilloso ese mundo?”. Por cierto, en Querétaro ya se está organizando el encuentro local de mujeres que luchan. Y allí nos vemos.
* Feminista y adherente de La Sexta; trabajadora por honorarios de la UAQ; participante en el tejido de procesos y personas en resistencia Pueblos en Camino y coordinadora de Ddeser Querétaro.