EL FANTASMA DE NOTRE-DAME VIVE EN EL MESÓN DE LOS CÓMICOS DE LA LEGUA

Resonancias teatrales vibrarían expectantes al entrar en conjunción cuatro nombres, cuatro créditos de garantía escénica, por orden de posible aparición: Guillermo Schmidhuber de la Mora, académico investigador y dramaturgo, Román García, director escénico y actor, Franco Vega, actor y maestro, Mesón de Cómicos de la Legua, sede de la agrupación teatrera universitaria decana en América Latina. Partícipes de aquella memorable puesta en escena de “La secreta amistad de Juana y Dorotea”, para propósitos promocionales queretanos convenidos con el autor: “…Sor Juana…”. Durante aquella temporada de estreno, Vega, integrante cómico de luenga trayectoria, interpretó al castrante arzobispo de Sor Juana Inés de la Cruz, Don Francisco de Aguiar y Seijas. Con trayectoria cómica desde su temprana adolescencia, Lupita Pizano, actriz egresada de la FA-UAQ, interpreta a la mecenas y promotora cultural mexicana Antonieta Rivas Mercado en “Antonieta, fantasma de Notre-Dame”. La conjunción supera las promisorias expectativas en su temporada de estreno 26, 27 y 28 de mayo, también 2 y 9 de junio.

Inmediatamente salta a la vista, y mientras degusto, en primera fila —silla A-5—, una empanada de atún con una copa de vino tinto frío, el tino contemporáneo de la escenografía: un derrumbamiento chamuscado, o sea, el incendio que consumió grandemente la catedral parisina de Notre-Dame del 18 al 19 de abril de 2019. La condición eclesiástica del escenario está marcada mediante un contorno de cirios.
Apenas se presenta la mecenas y nos avisa que se conducirá cual guía del secular recinto, corre el enciclopédico texto de Schmidhuber: edades, épocas y episodios de la historia, principalmente católica, militar y regia de Francia con entreveramientos políticos y culturales, continentales y allende. Similarmente corre la biografía —familiar y pública— de Antonieta Rivas Mercado, y de paso circunstancias culturales, con sus protagonistas, del México —ciudad de México— en el que incidió y con quienes convivió, se ilustró y lustró. Una valoración existencial, cual fluir de conciencia —personificado por Franco Vega—, demerita una mínima trascendencia creativa de su reducida y mediocre producción artística. Depositaria del menosprecio familiar, no compensado con el exceso material, nada, en treinta y un años de vida con que aquilatarse, opta por liquidarse.

El zarandeo realista no cae en el facilismo del lagrimeo y desvarío temperamentales dada la riqueza de justificaciones sentimentales.
La narradora como personaje rebasa la temporalidad del personaje narrado; un alejamiento del facilismo dramatúrgico terminal tras el tronidote suicida. Mucho acierta en esta diferenciación narrativa, no obstante llevar la interpretación de ambas, la narradora y la narrada, Lupita Pizano con su encarnación de época.