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El ‘Tamal de Muerto’, un extraño platillo huasteco-queretano

A la masa se agregaba un poco de ceniza, algunos dicen que de cualquier origen, otros que del cuerpo del difunto.

El llamado ‘tamal de muerto’ es un platillo que tiene muchas preparaciones, como es común en la gastronomía popular, aunque la más curiosa de ellas es seguramente la que, según la leyenda, se preparaba entre los huastecos e implicaba lo que podrían considerarse ingredientes de origen humano. Según la convención popular, estos llevan esencialmente queso, chile ancho y se elaboran con masa de maíz azul.

Edgar Cruz Delgado, especialista en gastronomía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), señala que actualmente “son un poco difíciles de encontrar, pues la gente ya no tiene el tiempo ni el conocimiento para elaborarlos, y no es que sean muy complicados de hacer, sino que su confección demanda la molienda de un nixtamal especial que no se compra en tiendas ni en molino, pues debe ser específicamente de masa martajada de maíz azul”.

El maíz azul resulta en que el tamal tenga un color oscuro, el cual está vinculado al luto o duelo por la muerte de un ser querido; por ello es que también fueron típicos en la celebración del Día de Muertos. La práctica de ofrendar tamales a los difuntos —aunque no en específico ‘tamales de muerto’— ya existía entre los pueblos prehispánicos, según lo relata fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de Nueva España.

La leyenda de ‘El Gran Tuno’

La leyenda cuenta que existía un curandero huasteco al que llamaban ‘El Gran Tuno’, con quien asistían habitantes de este pueblo de las regiones de Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla, Tamaulipas y Querétaro, cuando sufrían de algún mal físico.

Si una de estas personas que acudía con el curandero fallecía a pesar de sus remedios, se procedía a elaborar los ‘tamales de muerto’. Se relata que ‘El Gran Tuno’ lavaba el cuerpo —algunos especifican que los pies— del difunto con agua, y después esta la daban a la familia del mismo para que elaborasen tamales que serían ofrendados durante lo que equivaldría a un velorio.

A la masa se agregaba un poco de ceniza —algunos dicen que de cualquier origen, otros que del cuerpo del difunto—, y quien comiera el platillo-remedio no padecería de la enfermedad de la que falleció su cercano. Se concebía que, al comer estos tamales, se recibe una parte de la esencia del ‘muerto’; la cual sería el elemento que alejaría el mal.

Nombre, ingredientes y lugares

Es probable que sea debido a la leyenda de ‘El Gran Tuno’ que se le dio el nombre de ‘tamal de muerto’ a estos; no obstante, Cruz Delgado acotó dos razones: que su color se asocia al luto o al duelo y que se preparaban típicamente para el Día de Muertos.

Luis Vega Monroy, en su libro Viñetas Queretanas: tradiciones, costumbres y recuerdos, los describió de la siguiente manera alrededor de los años 60: “Eran largos y aplanados, de tamaño mayor que los comunes. Su característica esencial era el relleno de una pasta de chile ancho con queso añejo, de preferencia de San Juan o de Amealco, por su riqueza y sabor incomparables. También se hacía el relleno de queso con piloncillo para los tamales de dulce”.

Algunas recetas sugieren que se prepara con una pasta de queso con adobo de chile guajillo. En Apaseo el Alto, Guanajuato, se rellenan con queso de cabra con piloncillo; y en Pénjamo —donde son llamados ‘de caracol’ por la forma en que se alistan sobre la hoja de maíz— se fríen y bañan con queso y crema.

Según Cruz Delgado, es posible que en los barrios de San Francisquito o El Tepetate aún se puedan encontrar. Por otra parte, el cronista del Patronato de las Fiestas de Querétaro, Alfonso Camacho (‘El Universal Querétaro’, 03/11/19), señala que aún en la zona norte del estado de Querétaro se acostumbra su preparación.

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