Empapados de pasión
A pesar de la lluvia, desde el lunes había más de trescientas casas de campaña afuera del Corregidora, para el martes cerca de ochocientas y el miércoles ya eran mil trecientas las familias acampando
Por: Juan Rojas
Dicen que el primer aficionado se formó afuera de la taquilla del Estadio Corregidora tan sólo diez minutos antes de terminado el partido de semifinales contra Pachuca, con la ilusión a pleno. La afición queretana vitoreó y vibró ante una eliminatoria que parecía perdida.
Así, la presión social y el frenesí asumió un rol protagónico para la adquisición de un boleto. La desmesura fue creciendo como bola de nieve. No era para menos, el equipo queretano por primera vez en 65 años se encontraba en el pináculo del futbol nacional.
La herencia de los colores es una tradición en aquellos que habitan en los barrios antiguos de la ciudad y los que poseen “BonoGallo” marcan un estatus deportivo: “mi pasión los acompañó toda una temporada”.
Así se fue montando de casita en casita un mundo alterno, para el lunes se calculaban unas trescientas casas de campaña, para el martes cerca de ochocientas y el miércoles ya eran mil trecientas pequeñas viviendas afuera del Corregidora.
Recuerdo a un aficionado la noche del lunes 25 de mayo mientras decía: “mira el estadio, luce feliz”. ¿Por qué se desborda un fervor casi religioso?, escuché mucha gente decir “esos (los que acampan) están locos”, “lo que es no tener nada qué hacer”, “el gobierno nos tiene pobres y la gente idiotizada con el futbol”.
Pese a que el juego sería transmitido por televisión abierta, la gente siente prácticamente una obligación de identidad presenciar la historia, “en el lugar de los hechos” que por tantos años permaneció bajo un escepticismo irrompible y la maldición de algún brujo gitano, o tan sólo olvidado en la desolación del infortunio.
En su texto “El hincha”, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribe que “Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles”.
Así fue como se congregaron miles de personas en tres hileras que le daban la vuelta completa a la explanada del inmueble; el fanatismo y la euforia lograron que la afición, fiel a su pasión aguantara frío, calor y lluvia; pero el peor de los demonios sueltos: los revendedores, esos que frustran la emoción y que capturan sentimientos al reducir las posibilidades del sueño de un aficionado.
La gente vendía su lugar en la fila por mil pesos, había otros que caminaban y caminaban formando embudos gigantes. En ese mundo subalterno que, hasta el momento era ajeno a las actividades citadinas y cotidianas, se fueron formando mafias y las clases imponían un estilo de vida envidiable en un lugar donde había gente que dormía en el piso.
Unos montaban carpas, incluso había quienes marcaban el rumbo de la fiesta con cómodos sillones, música en estéreo, colchas, barra libre y adornos de mesa, “al sur están los ricos”, decían los del norte. “Al norte está lo pesado”, decían los del sur.
El norte era fiesta aparte, ahí confabuló el barrio dominguero, cumbias, mesas con cartas, caguamas de cerveza e inclusive algunos que traficaban drogas por toda la nueva ciudad.
“Vendo tachas y cocaína”, recorrían las casas de campaña los vendedores alrededor de las 4:00 de la mañana, mientras, tres patrullas custodiaban y cuidaban el orden que hasta el momento fluía en armonía.
El fantasma de las elecciones
Desde el primer día, aquellos que iniciaron este campamento surrealista idearon sus propias leyes, se formaron bloques de entre 10 y 30 personas, así se llegaron a cerca de los 200 bloques, “yo pertenezco al bloque 10” exclamaba algún aficionado con mucho orgullo.
Por la tarde, el lugar se llenaba de jóvenes promesas del futbol queretano en la explanada sur que permanecía libre de casas y que fue la cancha oficial.
Ahí se hacían las “retas” y mientras el sol pegaba a pleno, a veces una noble nube tapaba aquello que parecía un infierno y entonces el ambiente tomaba un segundo aire.
Llegó el miércoles y con él la preventa especial para abonados, sólo ese día se vendieron cerca de 16 mil boletos, la mitad de la capacidad que tiene el estadio; pero otra amenaza peor recorría y aturdía la devoción de los ahí formados: “al Gobierno del Estado se le darían 10 mil boletos”, más 4 mil que se otorgarían a patrocinadores.
Si el rumor era cierto, para las más de mil casas instaladas con habitantes de hasta 10 personas tan sólo quedarían mil boletos, entonces todo el proselitismo y los paraguas, las botellas de agua, las lonas, las gorras y los volantes regalados por el PRI se veían con desprecio.
Incluso escuché aficionados decir con furia “ya no votaré por ellos” o personas tomar los volantes del candidato Loyola para ir a los sanitarios improvisados.
Ese fantasma crecía y amenazaba más que los truenos y la inminente tromba que estaba por caer, pero con imperiosa fe, la afición no desmontaba sus casas, sin embargo la desesperación comenzaba agobiar a los aficionados que ignoraban la fatalidad del jueves que estaba por llegar.
Jueves santo y viernes negro
El optimismo de la victoria y la ansiedad de la melancolía de domingo ignoraban dos cosas: el cierre de las campañas electores y la vanidosa apropiación del fervor futbolístico y, más importante, el jueves también había una final. Parece que el rumor era cierto, a los aficionados les dejaron menos de mil boletos.
El señor Jaime, de aproximadamente 50 años, que se instaló desde el lunes, veía como a 10 personas de ser el próximo en llegar a la gloriosa taquilla los boletos se escurrían como agua entre las manos.
“¡No es posible!, ni 500 personas pasaron cuando se acabaron, yo aguanté de todo, ¡estuve desde el lunes!” explicaba con una enorme tristeza que embarga al abandonado, al viudo… al enfermo. El suplicio comenzó, se derrumbaron las vallas, y el estadio que había estado feliz tristemente veía como una vez más la violencia empañaba a, según Carlos Fuentes, el más noble de los deportes: el futbol.
Pero el fatídico jueves no terminaría ahí, y como castigo divino por ignorar las leyes del mundo real, dios, o el diablo, o simplemente el camino natural de la vida castraron la ilusión que se sembró durante 65 años.
En Torreón, “el Chuletita” Orozco daba el partido de su vida y el argentino Marchesin demostraba al mundo que el “Tata” Martino se había equivocado al dejarlo fuera de la convocatoria de la selección argentina de cara a la Copa América. Gallos Blancos perdió 5-0.
Un marcador contundente que cavó la gloria que se asomaba. Por la noche llovió, la derrota era algo serio.
El viernes, las burlas nublaron la razón, los revendedores perdieron, también la política y el PRI y PAN que, durante toda la liguilla hicieron campaña dentro y fuera del estadio, veían con pena que la posibilidad de capitalizar el triunfo del cuadro queretano para su beneficio se alejara; y la afición miraba desolada cómo el capricho les robaba la gloria.
Juan Villoro dice que “las fiestas mexicanas suelen tener un curioso desarrollo: lo primero que se acaba es el hielo, luego el agua mineral y después los refrescos. Lo último que se acaba es el alcohol. Lo mismo sucede en los estadios. Cuando el triunfo, la fama y la gloria se han ido de la cancha, nuestra pasión sigue intacta.”
Pero el pasado jueves la derrota sacudió el curso orgánico de esta idea, la tristeza pegó a los queretanos del mismo modo que inunda a una batucada brasileña en una derrota mundialista.
¿Para qué, para qué seguir heredando la pasión por el futbol, pero sobre todo por los Gallos? El escritor argentino Martin Caparrós ofrece una respuesta, en su libro “Boquita”; explica que puede ser un pensamiento interesado: “imaginé que si nos acostumbrábamos a ver juntos a Boca, alguna vez (…) Boca podría seguir uniéndonos o dándonos, al menos, la posibilidad de compartir algunos ratos”.
Pasión intacta
Después de la derrota, la afición queretana manifestó su apoyo, más que a los jugadores, al símbolo de Gallos Blancos, a una identidad que unifica y describe a una población donde sólo los que pertenecen ahí por herencia y tradición aguantan y enarbolan su eslogan “este amor no es para cobardes”.
Al final, como escribe Eduardo Sacheri en su libro “El secreto de sus ojos”, “un hombre puede cambiar de todo, menos de pasión”.
El domingo sería otra historia, la lápida pesada y sólo una constelación de estrellas podría revertir un resultado tan adverso.
El mundo surrealista creado por los aficionados a las afueras del estadio se destruyó, sólo para confirmar lo que Jorge Valdano escribió: “el futbol es lo más importante de lo menos importante”
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