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En el corazón de la farsa

Los padecimientos de una fotógrafa en un mitin partidista

 

Alejandra López Beltrán

 

La agenda decía 11:30, llego al diez para las 12 pero me informan que el candidato sigue en Jurica. Pfff. La impuntualidad: lo único que me sigue molestando de este oficio pese a que yo misma incurro en ella. Todo siempre tan informal, tan poco profesional, tan… alahíseva.

Busco protección bajo un árbol: el sol está cabrón. Unos cinco taxistas han pensado igual que yo y chacotean en la sombrita. Observo la larguísima hilera de taxis alrededor del estadio con sus respectivos chóferes al lado. Lucen fastidiados, cómo no. Me pongo a leer.

 

Los taxistas a mi lado algo comentan de las gorras, que si el reglamento prohíbe llevarlas pero que hoy se vale. Un hombre todo de rojo reparte playeras pero se escuchan algunas quejas: las playeras no tienen cuello, no sirven para trabajar. Ni modo, total, se las ponen encima de las que ya llevan. Se burlan unos de otros, las camisetas les quedan cortas.

 

Alguien dice: Avísenle al candidato que el evento es con taxistas, tenemos panza, estas parecen ombligueras.

 

Risas. Me ofrecen una playera pero la rechazo. Viene el clásico: ¿Y usted de dónde viene, señorita?

 

Cierro el libro. Murmuro confusas palabras. No, no trabajo en un periódico. Siempre es incómodo intentar explicar que trabajo en una agencia que vende fotos. La insistencia: ¿pero dónde van a salir? Digo nombres de medios pero con cierto remordimiento porque francamente no sé si saldrán publicadas. Digo el nombre de la agencia pero sé que no lo recordarán. Me lamento de no cargar con una tarjeta o al menos con un papel donde tenga apuntada la dirección. Los taxistas no quedan complacidos pero vuelven a lo suyo.

 

Uno se aparta y llega con tres tarjetas. Claramente tiene un sentido de la oportunidad más agudo que el mío. Para lo que se le ofrezca, señorita, y para que hable bien de nosotros. Me siento de pronto honrada por esta última frase y tomo las tarjetas con una sonrisa.

 

Por lo general la gente deja de prodigarte atenciones cuando descubre que eres “sólo un fotógrafo” y no tienes el poder de “soltar periodicazos”. En cambio, se nos considera invasivos, estorbosos y poco favorecedores.

 

Los taxistas preguntan ahora que si en el periódico saldrá que el candidato lleva una hora de retraso. Río, ríen. Pero no vaya a decir que lo dije yo, van a decir que somos del otro partido, aunque quien sabe… yo creo que es el que va a ganar. Más risas. Además estamos aquí por gusto, pues total, se burla uno. Ríen.

 

 

Microperforados mal puestos

 

Me recuerdan mis idas a misa cuando era colegiala católica. Al principio agradecía no tener clase pero tras una hora bajo el sol (las misas eran en el patio) ya no podía contener mi disgusto y quería volver cuanto antes al salón.  Un chico pasa vendiendo paletas.

 

Un taxista dice: ¿qué? ¿Son gratis, ya las pagó el candidato? El chico niega, se queja. Otro dice: Va a llegar de aquel lado, vete para allá y cuando ya te las haya pagado, regresas.

 

Observo aglomeración y sigo al chico. Chanchanchán. Llega el candidato. Son las 12:40.

 

Aunque sé que hace poco pegó ya muchos microperforados, el candidato aún parece inexperto y varios (todos) le quedan arrugados. Cada taxista está apostado a lado de su auto y la mayoría se limita a ver. Detecto en sus miradas irritación por las arrugas del plástico, ellos tan esmerados en tenerlos bien limpiecitos.

 

Uno de plano queda muy mal y el candidato le dice: ahorita se lo cambian y se sigue de largo. Tomo una maliciosa foto de los desperfectos. Alguien grita ¡cúter! y llegan chavitos rojos muy puestos a quitar el microperforado con un cúter baratón. Apunto con la cámara (maliciosa, muy maliciosa) y en eso a uno se le cae el cúter y una señora se acerca al taxista: Ahorita  que se vaya la prensa se lo cambiamos. Ah, todo es tan ridículamente mediático.

 

El taxista acepta, el cúter se guarda y debo seguir caminando. Noto que el candidato no habla con los taxistas, sólo los saluda.

 

Unas mujeres con gorra roja se acercan y le dicen que el qué va a proponer, que si los taxis van a estar más baratos (eso mejor pídanselo a los chóferes, revira) que si va a bajar la gasolina (yo voy a ser gobernador, no presidente). Les pregunta que quién las mandó, dicen que nadie; él se ríe. Les dice que luego las escucha pero que ahorita lo agarraron “chambeando”. Insiste: De qué partido vienen. De ninguno.

 

El candidato se dirige a la prensa (así, prensa en masa, porque realmente no mira a los ojos a nadie): A ver, ¿ustedes qué creen? Y un fotógrafo se mete cochinamente a defenderlo y se burla: No, cómo van a ser de otro partido, si hasta gorra traen. El candidato ríe.

 

Las señoras no hacen caso y preguntan si va a detener el robo de niños (¿cuáles niños?)  y su expresión es tan desagradable.. tan de total darle el avión a las señoras (enviadas o no) Aaaah, mira, ¿y entonces se los llevaron? ahhhh, mira. ¿Y usted como se llama y usted donde vive? Y, mientras tanto, unos dos o tres microperforados con sus respectivos dos o tres taxistas ignorados.

 

 

Paletas para todos

 

Las señoras cambian de estrategia: Nosotros siempre hemos estado con usted, ¿Ah, sí? ¿y por qué yo no las he visto? Pfff. Desprecio tanto su falta de hipocresía, hipocresía que siempre he odiado por regla en toda la gente pero que sin embargo aprecio y valoro tanto en los políticos. Dado que todos mienten, me parece adecuado exigir mentiras de mejor calidad, ficciones más amables y esperanzadoras, no esta clase de espectáculos lamentables.

 

Unos chavos pegan microperforados en la parte de atrás de los autos y detecto, nuevamente, miradas inconformes entre los chóferes pues estos pegostes tapan los números del radiotaxi. Ni modo. Descubro que uno trae en el parachoques calcomanías del partido contrario, discretas pero evidentes, y me agacho para tener la toma de cuando peguen la del candidato rojo. Los chavos ya están a punto de pegarla, pero una señora (ah, las señoras, siempre las señoras) se mete y dice que quiten la del otro partido, que así no se puede.

 

El taxista interviene y argumenta que no lo pueden quitar porque su jefe fue el que la pegó ahí. La señora dice que entonces no le peguen la del candidato y los pobres chavos no saben qué hacer. Yo disparo y la señora intenta persuadir al taxista diciendo que están (estoy) sacando fotos, pero el taxista está en modo total de me vale madres. Seguimos avanzando.

 

Un mirrey que está con el candidato detiene al chico de las paletas: ¿Cuánto por toda la caja? 600. Ahí está, repártelas entre todos.

 

“¡Paletas gratis!”, vocifera el chavo. Una horda de rojos se abalanzan.  Para cuando lleguemos a la sombra donde estaban los taxistas del principio, ya no quedará una sola paleta.

 

Nos acercamos al final.

 

El taxista elegantioso que me ofreció su tarjeta le extiende también una al candidato. Para lo que se le ofrezca; el candidato a su vez le da una. Hay un par de taxis abandonados, el candidato dice, extrañado: ah, qué caray con estos chóferes invisibles y hay un tono de amenaza en su voz.

 

Los taxis se acaban. Bendito sea Dios.

 

Uno ofrece su taxi mixto para que los fotógrafos subamos y podamos sacar la foto colectiva, la oficial. Dicho chófer se ubica a la derecha del candidato y caigo entonces que se trata de ese que me preguntó si en el periódico saldría que el evento empezó tarde, el que creía que iba a ganar el del otro partido. Y ahora ahí, tan campante, amigo del

candidato.

 

Su hipocresía me repugna y también la mía, que estoy ahí, en el taxi mixto sacando una foto donde todos salen bellos.

 

En lo que se acomodan, uno le dice al candidato que quieren más placas y él se echa a reír: Ah, caray, esa propuesta no la he oído. De nuevo esa asquerosa falta de hipocresía. En fin. La chamba. Una de este lado y de este, y acá abajo, por favor.

 

Los reporteros piden entrevista y se van a la sombrita. Un señor (que bien podría ser señora) le dice a un taxista que se acerque a oír la entrevista para que sea testigo de la facilidad de palabra del candidato. No aguanto más. Me marcho.

 

Al día siguiente un… ¿desayuno, almuerzo, comida? que empieza muy tarde y acaba muy pronto. Otra farsa esta vez más estudiada y con una justa dosis de hipocresía que, me parece, no me alcanza a mí ni a la mayoría de los asistentes.

 

Ni modo.

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