EZLN plural: 25 años de vigencia
La lucha por la defensa de los derechos, ya sean humanos, indígenas, étnicos o de la mujer, lo aleja de purismos ortodoxos pero lo mantiene en la línea anti-neoliberal, que viene siendo una fase más del desarrollo capitalista
Entre 1994 y el 2018, el EZLN y el Zapatismo han mostrado y pasado por una variedad de facetas que han derivado en una gama de enfoques y perspectivas muy diversas a la hora de acercarnos a analizarlo o estudiarlo. Esta diversidad se observa en un fenómeno político que alcanza similitudes con movimientos armados de los años 70, pero acompañado de innovaciones que lo colocan como un movimiento vanguardista más cercano a una tendencia anti-sistémica que a una lucha armada.
La amplitud ideológica que mostró desde un inicio sirvió como lazo con la resistencia internacional, la cual la acogió a través del uso de la web, como ningún movimiento lo había hecho anteriormente. Esa cualidad le permitió romper con regionalismos característicos de este tipo de movimientos y sentó las bases para dar cabida a distintas luchas que se encuentran en diferentes puntos de nuestro país y fuera de nuestras fronteras.
El uso de diversas plataformas como foros, talleres, convenciones, asambleas, consultas, encuentros, etcétera, fueron piezas fundamentales para el re-pensamiento de sus demandas políticas, las cuales cambiaron, pero ahora contando con un respaldo nacional e internacional fundamental para su sostenimiento.
El vaivén que conllevó la búsqueda de consolidación de este movimiento social ha hecho impredecible el rumbo político —la estrategia y táctica a seguir— y aún más si contemplamos la incapacidad de un Estado para dar respuestas a las constantes demandas de una sociedad globalizada. Muy por el contrario, las contestaciones se destacan por su ausencia, el olvido, la indolencia y el desinterés. Ese vacío significó la oportunidad de llevar a cabo una organización que siempre ha buscado reducir las grandes muestras de discriminación institucional hacia su etnicidad indígena.
Si bien es sabido de la relación en el origen y formación del EZLN con las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), las cuales manejaban un discurso de corte socialista, es importante recalcar que desde el alzamiento neozapatista se evidenció más una relación con la tradición guevarista que con un marxismo-leninismo.
Con cada una de las declaraciones de la Selva Lacandona se vio claramente el paso de un discurso revolucionario a uno nacionalista y populista. Dicha situación quedó evidenciada en el intento de participación democrático-electoral con su candidata Marichuy en las últimas elecciones presidenciales del 2018. Esta postura zapatista llevó a un debate sobre la congruencia o incongruencia del movimiento que parece estéril, pues este tipo de organizaciones se encuentran en constante cambio —organizacional, discursivo e ideológico— que va de acuerdo a las lecturas que han hecho de la sociedad y del contexto en el que se encuentran.
La lucha por la defensa de los derechos, ya sean humanos, indígenas, étnicos o de la mujer, lo aleja de purismos ortodoxos pero lo mantiene en la línea anti-neoliberal, que viene siendo una fase más del desarrollo capitalista. El quitar el velo que se posaba sobre una población mexicana que decía estar orgullosa de su pasado indígena —pero que al mismo tiempo despreciaba y pisoteaba su presente— fue permitiendo la creación de una nueva agenda de la que tomaron ellos mismos posesión.
Aún no se logra que el uso de las políticas públicas sirva para mejorar la calidad de vida de los pueblos originarios o en la toma de decisiones del país, pues las reformas han sido paleros que incumplen la concretización de los tratados de San Andrés. Se dejó pasar la oportunidad de cimentar las bases institucionales que les diera a los indígenas la posibilidad de asumir sus intereses a través de la vía del derecho a la autonomía y la libre determinación.
Mientras México continúe sin crear políticas de contenido multicultural que permitan la formación de autonomías territoriales, no dependientes de los megaproyectos y las empresas multinacionales —y de formas de implementar la libre determinación, rompiendo con los esquemas ideológicos dominantes— se seguirá llevando a cabo una organización que tienda a encontrar las estrategias que le permitan reconocimiento constitucional, ya sea a través de la vía armada o institucional que contribuya a su calidad de vida y ayude a destruir la histórica exclusión de los muy limitados espacios democráticos de nuestro país.
De esta forma, podemos observar que el Neozapatismo va desde la efervescencia revolucionaria apegada a la experiencia latinoamericana, pero enriquecida con distintas luchas universales que podemos puntualizar como incluyentes. Contiene, además, la búsqueda por crear una plataforma nacional, siendo parte incluso la participación dentro del sistema político-democrático del país: acceder al poder y detectar fisuras para trascender el régimen autoritario y racista.
Se trata de una organización que se ha desenvuelto en un contexto de intimidación, represión y violencia y aun así han sido capaces de crear medios por los cuales puedan mantenerse en rebeldía y resistencia. El definir al zapatismo como guerrilla pareciera ser un adjetivo reducido para entender el largo proceso político que ha permitido su sostenimiento durante los últimos 25 años de levantamiento y los 35 años de su existencia.