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Feminismo indígena, otro pilar de la lucha zapatista

Por:Sulima García Falconi

A la par que el EZLN declaró la guerra al Estado mexicano en enero de 1994, dio a conocer su Ley Revolucionaria de Mujeres, con ello reconoció, de manera rotunda, la desigualdad y marginación que vivían (y viven) las mujeres dentro de la etnia y como indígenas (y mujeres) dentro del Estado Nación. Que el EZ emitiera esta Ley, demostró que la lucha de las mujeres campesinas e indígenas, que fue gestándose desde la década de los 70 en discusión con el feminismo  clasemediero y urbano, había visibilizado las grandes desventajas sociales de las mujeres con respecto a los hombres de su etnia.  Así, con la aparición del EZ, se consolida el feminismo indígena, que construye una propuesta teórica y metodológica desde la experiencia de desigualdad de las mismas mujeres indígenas  y propone un cambio.

Es necesario considerar que el movimiento feminista de los años 70 en México impulsó la creación de organizaciones de mujeres académicas y profesionistas que fueron a las zonas rurales para activar proyectos productivos a través de la propuesta freireana de educación popular, y con una orientación de género muy clara. El encuentro entre mujeres urbanas e indígenas no estuvo exento de conflictos, pues las primeras tuvieron que dejar de lado sus categorías de análisis para repensar la realidad a partir de las vivencias y el conocimiento cotidiano y situado de las segundas, las cuales empezaron a desnaturalizar sus experiencias de opresión, explotación y violencia.

Ha existido, pues, un mutuo aprendizaje que data de los 70, cuando las indígenas empezaron a escuchar los discursos que mujeres de otras latitudes venían a narrarles, discursos que reorganizaron y reformularon a la luz de su propia cultura. En la década de los 80 se dieron a conocer las reivindicaciones de las mujeres indígenas, a través de encuentros y organizaciones civiles, tales como: el Primer Encuentro de Mujeres Indígenas y Campesinas de Chiapas convocado por académicas y activistas; la presencia de asociaciones civiles feministas como la organización feminista Comaletzin, A.C., (1987), el Grupo de Mujeres de San Cristóbal de las Casas, A.C. (1989), el Centro de Investigación y Acción para la Mujer (CIAM) (1989).

Entre todas estas experiencias organizativas, surge un movimiento de mujeres indígenas, a través del cual reclaman reconocimiento a su dignidad como mujeres, a su dignidad personal. Dicha asignación amplía el ámbito de sus reivindicaciones, porque ya no sólo es el Estado, sino también las personas de su núcleo cercano, las que deben cambiar las relaciones que les generan sufrimiento.

En este sentido, fue muy importante la presencia de la Iglesia Católica que, a través de sus comunidades eclesiales de base, desarrolló una línea pastoral denominada “Promoción de la Mujer”. Dicha línea buscaba capacitar a un grupo de mujeres, que debían convertirse en catequistas y alfabetizadoras. Lo maravilloso de esta experiencia fue  que las mujeres dialogaron sobre su mundo cotidiano, signado por la violencia y la marginación, sufrida tanto dentro como fuera de su comunidad. Estas discusiones, cuenta Rosalva Aída Hernández, se daban a la luz de la cosmovisión indígena, caracterizada por una espiritualidad despojada de todo individualismo occidental.

De esta manera, la lucha de las mujeres indígenas no se desprende de la étnica, antes bien, las indígenas han mostrado que una verdadera autonomía étnica, pasa por la reivindicación de sus derechos de género.

Ahora bien ¿qué sucedió con el movimiento de mujeres indígenas al darse el levantamiento armada de 1994? El hecho de que el ejército zapatista tuviera un número significativo de mujeres como milicianas (un tercio) y que una de sus principales dirigentes fuera una mujer (Ramona, la comandante tzotzil), sin duda influyó en muchas indígenas jóvenes. Ramona era una mujer que hablaba con voz propia, y se encontraba muy alejada del papel tradicional de la mujer indígena: no tenía ni marido ni hijos. Dice Gisela Espinosa que se conjuntaban en ella: “armas, autoridad y palabras”. Cuando las mujeres comandantes o milicianas hablaban de su participación en el movimiento zapatista, no sólo afloraba la defensa de sus derechos colectivos, sino la búsqueda de un reconocimiento al interior del grupo étnico. Exigían los mismos derechos que los hombres de su etnia. Ni más ni menos.

La Ley Revolucionaria de Mujeres a la cual se ha aludido, se aprobó meses antes del levantamiento armado, lo cual significa que forma parte de una lucha de larga data. Entre las cosas que propone están las siguientes: Las mujeres, sin importar su raza, credo, color o filiación política, tienen derecho a participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen; Las mujeres tienen derecho a trabajar y recibir un salario justo; Las mujeres tienen derecho a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar; Las mujeres tienen derecho a participar en los asuntos de la comunidad y tener cargo si son elegidas libre y democráticamente; Las mujeres y sus hijos tienen derecho a atención primaria en su salud y alimentación; Las mujeres tienen derecho a la educación; Las mujeres tienen derecho a elegir su pareja y a no ser obligadas por la fuerza a contraer matrimonio; Ninguna mujer podrá ser golpeada o maltratada físicamente ni por familiares ni por extraños. Los delitos de intento de violación o violación serán castigados severamente; Las mujeres podrán ocupar cargos de dirección en la organización y tener grados militares en las fuerzas armadas revolucionarias; Las mujeres tendrán todos los derechos y obligaciones que señala las leyes y reglamentos revolucionarios.

Las mujeres zapatistas, en estos veinte años, se han ido incorporando con decisión en las Juntas de Buen Gobierno, las cuales se crearon en las comunidades autónomas para realizar las tareas comunitarias bajo la consigna de “mandar obedeciendo”. Han aprendido a hablar, a decidir, a opinar y a proponer. Las  mujeres comentan que no ha sido fácil realizar un trabajo público, pues han tenido que aprender a  imponerse, con voz firme, sobre el patriarcado que se manifiesta con múltiples caras.

Uno de los avances sustanciales, sin duda, ha sido la Ley Revolucionaria de las Mujeres, pues es un mecanismo para hacer cumplir ciertos derechos que antes por usos y costumbres se negaban. Es decir, las mujeres, bajo el cobijo de las comunidades autónomas, pueden apelar a dicha Ley para defenderse. Si bien las prácticas patriarcales son muy difíciles de erradicar, ya que todavía hay violencia de género y machismo, es una gran ventaja que en todos los ámbitos de poder haya mujeres, lo cual supone la puesta en marcha de soluciones que respeten los derechos de las que menos voz tienen. En general, han podido, con acuerdos comunales, realizar actividades constantes para erradicar los estereotipos de género tradicionales, impulsar la medicina tradicional, la agricultura sustentable, la alfabetización del español y la lectoescritura de la lengua materna, las relaciones equitativas dentro de la familia, capacitar partera, castigar duramente la violencia física y la violación sexual.

En fin, cabe decir que la lucha zapatista no puede ser entendida si no se piensa con las mujeres. Sólo con su participación pudo el EZLN sobrevivir en la clandestinidad. Son ellas las creadoras de una red de información que les permitió introducirse en varias comunidades y lograr la penetración de sus ideales. Sin la defensa de los derechos de las mujeres, la lucha hubiera sido a medias, es decir, estéril. Todo ello, quiérase o no, por el tejido fino y paciente del feminismo indígena.

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