Guerra contra Paz
Por: David Eduardo Martínez Pérez
A cien años del natalicio de Octavio Paz, son muchos los que le rinden homenaje. Se pueden encontrar afiches del poeta en universidades, bibliotecas, centros culturales y hasta cafeterías.
Sin embargo, mientras estuvo vivo, no todos se mostraron tan entusiasmados con su obra o sus posturas políticas.
Entre otras cosas, a Paz se le acusó de ser útil al sistema político vigente y de representar un modelo de poeta e intelectual cercano a los moldes más elaborados y pretenciosos del quehacer literario.
Buena parte de estas acusaciones le vinieron de grupos vanguardistas que en los años setenta, plena época de hoyos fonqui y lectura de poetas ‘malditos’ al ritmo de Pink Floyd, pretendían, entre otras cosas, “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”.
Un ejemplo fue el grupo de los infrarrealistas, quienes liderados por el chileno Roberto Bolaño y el mexicano José Alfredo Zendejas (Mario Santiago Papasquiaro), se tornaron totalmente enemigos de cualquier manifestación cultural que, desde su perspectiva de jóvenes rebeldes, perpetuara formas artísticas convenientes para el poder establecido.
Así, en el taller que Juan Bañuelos ofertaba en la torre de Rectoría de la UNAM, los infrarrealistas se presentaron con una carta de renuncia, para que el propio Bañuelos la firmara y aceptara de este modo que no era sino un poeta viejo con “menopausia galopante”.
Bañuelos fue la primera víctima de estos iconoclastas. Le siguieron otros. Durante 1976, los infrarrealistas se dedicaron fundamentalmente a perseguir a Octavio Paz en cada uno de los eventos a los que asistía el poeta.
A los jóvenes escritores que publicó Vuelta en sus primeros números, los denominados infras les echaban a perder sus presentaciones.
Era usual que dos o tres de estos muchachos llegaran al recital de algún discípulo de Paz y lo interrumpieran para comenzar una lectura de sus propios poemas.
De acuerdo con el escritor hidalguense Miguel Ángel Hernández Acosta, hubo rumores de que los infrarrealistas planeaban secuestrar a Paz con la intención de establecer una victoria contra quien fuera considerado el “tlatoani” de las letras mexicanas.
El famoso secuestro nunca se llevó a cabo, pero sí lograron ridiculizarlo públicamente y a irrumpir en recitales no sólo de sus discípulos, sino incluso del mismo Octavio Paz.
Según Heriberto Yépez, tras ser interrumpido en una ocasión por miembros del grupo que estaban en evidente estado de ebriedad, Octavio Paz aprovechó para manifestar que los ataques no iban dirigidos a él sino a la “tradición literaria mexicana” y que “el alcoholismo no justificaba la estupidez”.
José Vicente Anaya, miembro del movimiento, dejó constancia de que el principal objetivo de los infrarrrealistas era literalmente “partirle su madre al pinche Paz”. Sin embargo, no fueron el único grupo que le opuso resistencia.
Enemistado con la izquierda militante
Roberto Bolaño advirtió que había fundamentalmente tres grupos dentro del panorama literario mexicano de los años setenta. Por un lado estaba la denominada “cultura oficial”, representada -precisamente- por Octavio Paz.
La característica principal de la cultura oficial era su reiterado desprecio por las innovaciones formales y su apego a moldes y formas de trabajar totalmente vinculadas con lo que se consideraba “la tradición nacional”. Esto no quiere decir que la cultura oficial fuera siempre tradicionalista.
Conviene recordar que fue Octavio Paz uno de los primeros, quizá junto con Salvador Elizondo o Juan García Ponce, en incorporar a la literatura mexicana elementos del erotismo francés, concretamente a través de lecturas de Bataille, y de las diversas mitologías y tradiciones orientales.
Sin embargo había elementos en la solemnidad propia de Paz, y en sus actitudes de “intelectual” en todo el sentido de la palabra, que lo hacían particularmente repulsivo para ciertos sectores de la juventud transgresora.
En las antípodas de Paz, según el esquema manejado por Bolaño, habrían estado todos aquellos escritores abiertamente comprometidos con las causas de la izquierda partidista, concretamente el Partido Comunista Mexicano (PCM), a través de movimientos culturales como Espiga Revolucionaria.
En estos grupos eran comunes el estalinismo y la idea del “sacrificio por la causa”. En muchos sentidos eran cerrados y profundamente dogmáticos. Su distanciamiento con Paz se produce por la repulsión que el poeta experimentó ante los “horrores” del régimen estalinista y sus hijastros camboyanos, coreanos y vietnamitas.
En un artículo que publicó Letras Libres en 1999, Carlos Monsiváis advirtió que “no es que Paz se haya vuelto de derecha” sino que más bien desarrolló una forma de pensamiento liberal que lo puso en contra de todo totalitarismo incluyendo el totalitarismo de izquierda.
Finalmente, está el grupo de Bolaño y sus compañeros. Eran jóvenes de izquierda, rebeldes. Sin embargo, tampoco aceptaban del todo los lineamientos del estalinismo. Tenían más en común con dada que con Pol Pot. Bajo el amparo de figuras como Efraín Huerta, desarrollaron una desmesurada sed de transgresión.
El problema que tenían con Paz era más de índole estética. Lo que les molestaba era la solemnidad, el rito. El recital de poesía como punto de encuentro con los dioses.
Podría decirse, el mismo Bolaño lo llegó a plantear así, que aunque concordaban con Paz en su desprecio por los totalitarismos, no podían dejar pasar la oportunidad de atentar contra la vaca sagrada por excelencia de la República Mexicana de las letras.
A la fecha, las cuentas entre Paz y los herederos del infrarrealismo no han quedado del todo selladas. Es usual que en Letras Libres, heredera de Plural y de Vuelta, las revistas que por excelencia nos refieren a Paz, aparezcan artículos dónde se denigra de manera más o menos abierta al movimiento infrarrealista.
Fue famosa la columna que Gabriel Zaid dedicó exclusivamente a negar los méritos literarios de Mario Santiago Papasquiaro basándose en hechos de la vida privada del poeta, como -por ejemplo- que cuando viajó a Israel para reconciliarse con una expareja lo hizo con dinero de su madre.
Al texto de Zaid le siguió una réplica de Heriberto Yépez que causó polémica en varias redes sociales. Yépez acusaba al poeta regiomontano de “utilizar al hombre para atacar a la obra”, lo que censuró de manera reiterada.
De igual forma, Rafael Lemus llegó a elaborar reflexiones en dónde se pregunta si ciertas escenas de “Los detectives salvajes”, la magnum opus de Roberto Bolaño, no son en realidad intentos del antiguo infrarrealista por reconciliarse con la tradición encarnada por Octavio Paz.
“No he querido, pero he leído en algún lugar que esa escena en la que Ulises Lima y Octavio Paz se encuentran en el Parque Hundido lo dice, al final, todo: las hostilidades han terminado, es hora de rendirse ante los maestros”.
Con la izquierda la situación es parecida. Arnaldo Córdova, en La Jornada, acusó a Octavio Paz de no haber querido dialogar nunca con personajes de izquierda pese a que Enrique Krauze se empañara en sostener que sí.
Dadas estas circunstancias particulares, pareciera que la Guerra contra Paz no ha terminado del todo en los círculos literarios e ideológicos. Ahí permanece y ahí seguirá mientras la polémica tenga cuerda.
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