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La definición indefinida

Por: Atalo Robles

Papá y artista escénico queretano.

EDICIÓN ESPECIAL

El señor de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo lo necesitaba para no sentir mi ser. Jean Paul Sartre. La Náusea.

«Existo luego pienso»

El intento de no parecerme a nadie es mi contribución a esta paranoica colectividad. Digo, buscar la originalidad al tiempo que deja de serlo, se transforma lentamente en archivo muerto y entonces me voy a mis reservas (porque hombre prevenido vale por dos), a mis posibilidades y anhelos que son desencuentros, zapatos de reserva por no poder parecerme a lo imaginado; porque no se ha trabajado lo suficiente,  pero el tiempo que tengo no le llena los huevos a nadie, me ocupo en mis compromisos y aprobaciones, postulaciones o audiciones, capacitaciones y hasta programas sociales… esas vacunas que curan pero no sanan, hechas justo para las poblaciones, pero, he llegado tarde y se sienta mi inventiva a esperar, como un desquiciado científico que no se detiene ante la posibilidad de no hacerlo mas, aunque le duela y fastidie ¿por qué? Porque sí.

«El padre»

Definir es vaciar, mientras que in-definir es llenar polaridades que se ladran entre lo cualitativo y cuantitativo, ser solo padre, ser solo hijo y solo hermano, con amigos, sobrinos, primos, conocerme buscando y jugando porque desde mi lado adulto sigo teniendo un niño, porque si así no fuera entonces el pronombre seria indispensable.

«El día del san papá»

Sin detenerme en tan imperativo término dado a aquel que da en su semilla vida a otro, que cuida, educa, ama y  convida; llevo 13 años desatinando  contra temible botarga social, des-apostando un estatus y un rol ajeno a mi tiempo y que ir por ellos seria para mí solo la  «definible» excusa del significado hueco de  esas fechas al año que otorgan a los que lucharon, murieron, compitieron, sufrieron, opinaron, manifestaron, invadieron o hasta se iluminaron; un día del padre seria detenerse por un momento frente a esos pequeños nichos con caras solemnes de cera que santifican las paredes de la «sociedad», que entiende de palabras y términos pero no de civiles con labores arriesgadas. Me quito el apretado moño emocional, bajo las manos al piso para rodar y olvidar los gimnasios, los autos, las viejas, las putas, los putos, la junta de padres de familia, los likes y «lo padre» y solo estar frente a mí y mi hijo.

 

 

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