La Ezcuelita y la cotidianidad zapatista
El movimiento y la lucha se juegan día a día en cada familia zapatista que se pregunta si el sentido de la lucha es ese que viven, que discuten en asambleas, que defienden su territorio e ideología cada jornada
El movimiento zapatista que lleva más de 30 años resistiendo y organizándose en el sureste mexicano; ha realizado diferentes acciones durante toda su historia para permanecer visibles, acompañar y nutrirse de otras luchas y simpatizantes. Entre las acciones realizadas, en el año 2014 se llevó a cabo la Ezcuelita Zapatista, “La libertad según los zapatistas”, que consistió en la entrada a comunidades y hogares zapatistas de personas ajenas que quisieran aprender la organización interna, las leyes, la manera de vivir de los compas.
La dinámica consistió en un proceso de selección en línea. La inscripción que fue seguida de la llegada a San Cristóbal de las Casas, la presentación en el CIDECI-Unitierra donde te decían qué caracol te había tocado, te daban tus libros (de la ezcuelita) y esperabas el transporte que te llevaría a dicho caracol. En el Caracol se organizó una reunión de bienvenida y se pasó lista de todos los alumnos para asignarnos a la persona referente y traductora (que en lengua indígena se llamaba “botan”) y la comunidad y familia donde te quedarías en tu estancia en territorio zapatista.
De esta manera, los alumnos de la Ezcuelita pudimos ver un poco de la organización de los compas, que entre sus etapas recorre la información en línea que atraviesa el mundo, la ciudad de San Cristóbal, los Caracoles y después las casas y territorios atravesados por esta lucha constante por la tierra, la vida digna, la tradición y la resistencia.
Hablar del EZLN puede ser una charla sin fin sobre los logros, críticas, anhelos que despierta esta organización que, viniendo desde los indígenas olvidados del sistema político, se ha mantenido en una lucha contra el capitalismo neoliberal y el mal gobierno desde hace décadas.
Sin embargo, poco es lo que se habla sobre la vida diaria de las comunidades zapatistas. En este escrito hablaré sobre la cotidianidad que yo observé en la familia zapatista con la que conviví en mi experiencia participando en la Ezcuelita. La descripción aquí hecha relata a una familia perteneciente al Caracol Oventic. No podemos pensar que estos hechos se repiten de la misma forma dentro de toda la zona zapatista porque el territorio está atravesado por situaciones geográficas, culturales y sociales diferentes; con actores, problemáticas y luchas propias.
Mi “botan” fue Fabiola, una mujer tzotzil de 26 años años que participaba como referente desde la primera generación. Yo habité en la casa de una representante de las bases de apoyo. Los días que estuve ahí me moví entre la casa donde vivía y la casa vecina que pertenecía a la familia consanguínea y miembros de la organización local zapatista.
La cotidianidad —afectada por el hecho de que estaba presente una estudiante de la Ezcuelita— que yo viví fue el ver a los hombres partir a la mina de ámbar, regresar con la resina que las mujeres convertían en piezas de joyería para vender en San Cristóbal o en las cooperativas zapatistas, la preparación de la comida, la recolección y elaboración de café (la producción de los alimentos era para autoconsumo), las relaciones en la familia, las reuniones de las bases de apoyo zapatista —que eran realizadas en la casa donde yo me quedaba—: la llegada de información del caracol, las discusiones que se realizaban en idioma indígena.
Pasé mucho tiempo conviviendo con los niños que me enseñaron palabras en tzotzil y con los que jugaba por las tardes. Durante los momentos en que los hombres de la familia estaban en casa y en las reuniones de las bases de apoyo, vi que eran ellos los que se hacían cargo de los niños pequeños, entreteniéndolos, cargándolos, estando al pendiente. Con el bebé más pequeño de la casa se me pidió que no le hablara en español porque su primera lengua debía ser su idioma indígena así que no tuve mayor contacto con él.
Entre estos hechos, lo que llamó mi atención fue la constante discusión, sobre seguir en la lucha o no, que se dio en las reuniones de las bases de apoyo. En la casa donde yo me encontraba, los matices y detalles no los puedo contar debido a la utilización del idioma tzotzil en las reuniones; lo que causaba que yo debiera informarme después de los temas tratados aún cuando yo estaba presente en dichas reuniones.
La última noche de mi estancia, yo me encontraba jugando al sube y baja con los niños y comiendo chayotes en una pequeña reunión familiar cuando unos hombres llegaron a gritar afuera de la casa donde yo me quedaba. La primera reacción de mis anfitriones fue cerrar puertas y ventanas y no dejarnos salir a mí, a los niños y luego tampoco a los hombres. Fue la jefa (la abuela de los niños) de la casa la que salió a hablar con ellos.
Supe después que eran primos de la familia que me hospedaba pero que ellos no pertenecían al movimiento zapatista entonces. Se ha dado el caso que llegan a las casas de los integrantes del movimiento para discutir o pelear por diferencias de posturas políticas o problemas de territorios. Los desplazamientos forzados han sido una constante en esta región de México desde antes del levantamiento zapatista.
Las personas que forzan los desplazamientos y sus objetivos son diversos: desde juegos de poder entre partidos políticos —conjuntos a una presencia constante de paramilitares—, empresas transnacionales que obtienen permiso para explotar los recursos naturales y desalojan a la población, etc.
En esta corta experiencia en territorio rebelde constaté que la organización zapatista no es sólo los discursos poéticos y críticos que oímos o leemos en los medios de comunicación; los eventos en el Caracol y la participación y apoyo a movimientos dentro y fuera de nuestro país.
El movimiento y la lucha se juegan día a día en cada familia zapatista que se pregunta si el sentido de la lucha es ese que viven, que discuten en asambleas, que defienden su territorio e ideología cada jornada y ante una diversidad de actores que van desde sus familiares hasta la antropóloga venida de Querétaro que al conocerlos reitera su admiración por el EZLN.
La lucha contra el neoliberalismo y por una vida y un gobierno más dignos están presentes en cada miembro de la organización del sureste mexicano que vive en un territorio habitado también por poblaciones no zapatistas, paramilitares, indígenas que han sido desplazados y empresas nacionales y trasnacionales.
Nuestro ojo no debe centrarse sólo a la nostalgia de la “digna rabia” sino buscar a estas personas que defienden una lucha y viven la construcción y renovación de un movimiento que ha atravesado fronteras y generaciones para decirnos que la manera en que se lleva el mundo no es ni la única ni la que más nos conviene.