La sinfonía de la protesta
Por: Víctor López Jaramillo
I
En el día que se conmemoraba la Constitución, el Gobierno de José Calzada Rovirosa violó la Carta Magna al impedir un derecho fundamental como lo es la Libertad de expresión.
La crítica es un pilar de la democracia; la adulación, de la dictadura. Por ello sorprende la actitud de empleados del área de prensa de Gobierno del Estado, un gobierno electo democráticamente, que bajo el argumento de que el Estado Mayor Presidencial estaba “paranoico”, sacara de un evento a uno de nuestros reporteros, debidamente acreditado, impidiéndole realizar su labor.
Recordemos que el derecho a la información es del lector, por lo tanto, más que romper una garantía de un reportero de este semanario, impide a los lectores de éste tener acceso a ese derecho.
En la democracia caben tanto el aplauso como el grito, escribió Jesús Silva Herzog-Márquez. En una democracia, todos los medios de comunicación deben de tener cabida en los eventos, no sólo los que aplauden al régimen.
II
La crítica le duele al poder. La protesta irrita a la élite. Por ello, cierran el Centro Histórico. Impiden el paso de peatones. Cierran las vialidades.
Viene el presidente Enrique Peña Nieto a conmemorar el aniversario de la Constitución y paralizan la ciudad. Y como ha sido la constante en los últimos años, la protesta irrumpe. Una sinfonía de inconformidad irrumpe el ruido blanco de la sensiblería política que quiere el aplauso, que busca acallar cualquier voz disonante.
Y por el cierre del Centro Histórico, los pequeños comerciantes de la zona pierden dinero. Los ciudadanos pierden el tiempo en interminables horas en el caos vehicular generado por los cortes de circulación. Pero la élite política se regodea. Habla de la Constitución. De los derechos consagrados en ella. Todo en un espacio cerrado a la ciudadanía que dicen representar.
La protesta está en la calle, en las redes sociales digitales. Encerrada en su burbuja, la élite simplemente se ríe de la ciudadanía.
III
Las protestas no nacen por generación espontánea. No aparecen por milagro. No son anomalías. No son una falla en la matrix del mundo feliz que dibuja la propaganda gubernamental.
La élite gubernamental quiere hacernos creer que la protesta es el problema. Pretenden criminalizarla. Sin embargo, ésta es sólo el síntoma shakesperiano de que algo está podrido en el Estado mexicano y hay que renovarlo.
Y si para la élite el abucheo es desdeñable; para la democracia es dañino también el aplauso.
La protesta es una forma de ejercer la ciudadanía, sentencia Jesús Silva Herzog-Márquez, quien hace año y medio escribió en el diario Reforma durante el momento más álgido de protestas a la campaña de Enrique Peña Nieto: “La protesta es parte de la vitalidad de un sistema abierto donde debe haber sitio para la adhesión y sitio para el reproche”.
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