La vida sobre una tabla
El universo de los skaters queretanos visto desde adentro
Por: Claudia Jefte Acosta Luna
Está ahí sentado, gira su cabeza de izquierda a derecha en la búsqueda de algo que le inquieta. Su ansiedad se hace evidente por el movimiento que hace su pie derecho con su zapato desgastado y roto. Se llama Carlos, está sentado en la orilla del skatepark. Es un joven de piel muy morena, con cabello corto, rizado y oscuro. Su ropa que es más grande que su talla, hace resaltar su delgadez, está un poco sucia y desgastada. Ahí donde está ha dejado prendas tiradas por el suelo, junto con un tubo pequeño que tiene amarradas algunas pulseras tejidas.
Inmediatamente Carlos se levanta y, decidido, camina hacia donde algunos skaters descansan en una orilla; pide prestada una skate, se sube en ella, comienza a impulsarse y a disfrutar ese momento.
Carlos Manuel Zapata Fuentes es originario de Mérida, Yucatán. Desde niño siempre se interesó en este deporte, el skate. Solía ir en compañía de un amigo al parque a observar a los patinadores. Su vida en el sur del país fue difícil desde pequeño; su condición económica lo obligó a vender chicles cuando apenas era un niño, pero fue así, vendiendo chicles, como tuvo su primer acercamiento con el skateboard.
“Ver a los chavos patinar era divertido, era mi distracción, ya después, por un amigo empezamos a patinar, no teníamos nada pero el interés era lo más importante”. El recuerdo se ve reflejado en su mirada que se pierde entre las copas de los árboles, luego reacciona y aparece una sonrisa en su rostro.
“A los diez años comencé a patinar en el parque Miguel Alemán, en Mérida.
Los chavos me hacían la maldad, veían que me interesaba y me prestaban la tabla para que me subiera a una rampa y de ahí tenía que aventarme. Poco a poco fui perdiendo el miedo”. Riéndose dice “Cuando estás chavo no te agüitas, no te duelen los golpes, eres como de hule”.
“Diez veces me han robado mi tabla”
“Esto es mi vida, a través de los años, se volvió mi vida” Lo asegura con mucha confianza mientras bebe un poco de agua. Platica que ha dejado muchas cosas, pero que ha aprendido a sobrellevar su situación. Carlos menciona que la vida es muy parecida al skate y resalta la importancia de compartir: “Esto es una meta, cuando la cumples te sientes muy orgulloso de ti mismo, es como te ganas el respeto. Aprendes a querer a las personas y a quererte a ti, porque haces cosas y las compartes. Patinar bien no solo es patinar, es compartir”.
En un momento de reflexión, menciona que es muy importante tener en cuenta nuestros orígenes, y con su voz viva y delgada, dice: “Siempre hay que recordar de dónde vienes, es lo más importante, porque así no dejas de aprender, no te cierras en tu mundo. Todo el tiempo quieres aprender más, más y más, y compartirle a los que apenas vienen… a los que quieren, porque es la ley, porque los otros, solitos se cierran”.
Su vida ha sido difícil, es un indigente que a pesar de su situación siempre ha buscado vivir mejor. Carlitos como le gusta que le llamen, no pretende dinero, sino tener la satisfacción de vivir y compartir… de viajar. El skate es su escape, es su manera de sentirse pleno y satisfecho.
Comparte algunas de sus experiencias, dice que diez veces le han robado su tabla; bajo distintas condiciones, unas veces por descuido y otras a la mala, pero que eso no representa limitaciones para él. “Yo sé que el skate es mi vida, así como las pierdo, solitas llegan” dice con mucha seguridad. “La gente aprecia lo que hago, porque la tabla puede ser una tabla, pero si no la saben usar ahí la tienen arrumbada.
Hay gente que valora o le gusta ver lo que la gente quiere hacer y lo que hace con la tabla, por eso muchas veces me las han regalado”.
“Mi meta es salir de las calles”
Nuevamente rescata que la vida es muy parecida al skate y que los triunfos siempre van a requerir disciplina y constancia.
“Que la gente no lo vea como un hábito de mal vivencia, que la gente lo vea como algo que pueden hacer todavía por sí mismos” Ríe y dice en tono sarcástico “Poco a poco le entra agua al coco”.
Comenta que una de las razones por las que decidió salir de su hogar para comenzar a viajar fue la falta de comunicación familiar “Nunca había tiempo para convivir, solo llegaban para darnos de tragar… de comer y se volvían a ir. Yo y mi carnal estábamos solos, por eso decidíamos ir al parque. A la libertad que tenía yo, le busqué la manera de que no fuera un libertinaje, sino de encontrarle un provecho. Tomé la decisión más adecuada y al día de hoy no me arrepiento”.
“Me ven humilde, me ven sencillo, pero cuando llego doy lo mejor. Nunca llego y hago las cosas a medias. ¡Todo o nada! Traigo el dicho: Dar trae, morir intentando y aunque sea poco pero intentando. Es como una meta”.
La respuesta después de preguntarle cuál era su meta en este momento de su vida vino acompañada de un espacio de silencio, de unos segundos de introspección. “Mi meta siempre ha sido salir de las calles y enseñarle a la gente, a los niños que van llegando. Perderle el miedo al skate, pero no aborazarse, porque no es un pastel que se coma en dos rebanadas. No, es un pastel que se come poco a poco. Es difícil pero te vuelvo a repetir: cuando uno se lo propone lo logra. Hay que ir y preguntar en vez de quedarse sentado”.
“Salir de la calle mental y materialmente”. Su rostro con tranquilidad ofreció una última sonrisa duradera. Carlitos levanta con su mano la skate que horas antes antes le había obsequiado un joven y con plena seguridad dice: “Esto es mi vida”.
Comentó que desde hacía rato estaba esperando a una persona que le regalaría una skate, él sabía que llegaría. Y llegó.
Carlitos toma impulso y se lanza al skatepark con gran emoción.
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