Museo Memorial 68
La latencia del movimiento estudiantil, las demandas paralelas entre el pasado y el presente, la represión y la salida política que se ha dado a estas tensiones y conflictos fueron y siguen siendo alarmantes.
El movimiento estudiantil del 68 es un hecho histórico en el que han gravitado múltiples narrativas, testimonios e iniciativas oficiales y no oficiales de memoria, tanto privadas como públicas. Las disputas por la narrativa y el sentido del suceso son latentes y feroces, como todas aquellas disputas que sortearon los países y regiones que han experimentado escenarios de violencia extrema y horror.
De entre todas las narrativas, testimonios y memorias destaca una, de carácter oficial y unidireccional que ha convertido el movimiento del 68 en una “casa común” de todos los mexicanos. Estas narrativas, testimonios y memorias han incrustado, románticamente, el espíritu octubrista y sesentayochero a las nuevas generaciones.
Esta narrativa y memorial ha sido exitosa en la medida que ha colocado el movimiento estudiantil como un quiebre entre el México autoritario del pasado y el México democrático de presente. El 68 ha sido transformado en un mito refundacional de la democracia mexicana.
UNAM, resignificación del 68
Los mitos históricos tienden a ser patrimonializados por los actores que los vivieron, experimentaron y padecieron las secuelas del suceso histórico. Más, si éste tiene un carácter traumático. Las narrativas, testimonios y memorias del 68 han sido patrimonializadas por múltiples actores e instituciones, tanto privadas como públicas, de entre ellas, destaca, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La UNAM ha elaborado más que narrativas, más que testimonios y memorias, una hagiografía de sí misma a través del 68; pues se ha colocado como una institución que cosifica el ‘pathos’ de la utopía contestataria, libertaria y revolucionaria.
Generacionalmente, esta universidad reproduce y refuncionaliza el ideal octubrista y sesentayochero. Ello hace que explote frecuentemente la nostalgia por el 68 como una revalorización ‘vintage’. Parece difícil que los jóvenes y estudiantes de otras instituciones académicas que participaron en el movimiento puedan hoy desmontar esa sólida construcción de sentido.
Culpabilidad innegable
El 68 es de los pocos sucesos que ha obligado al Estado mexicano a reconocer de forma pública los excesos cometidos para paralizar, desarticular y exterminar la protesta y el conflicto social. El Estado reconoció públicamente que agentes gubernamentales habían incurrido en delitos de lesa humanidad durante el movimiento estudiantil de 1968.
El reconocimiento del Estado fue acompañado por una reparación simbólica al erigir el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) el 22 de octubre de 2007, bajo la dirección de la UNAM y el apoyo del entonces Gobierno del Distrito Federal. El recinto fungiría como una remembranza del movimiento estudiantil del 68 en México, así como también de los movimientos de París y Praga.
Recuento falseado
El museo Memorial del 68 reunió múltiples testimonios grabados con protagonistas del movimiento estudiantil mexicano: una vasta recopilación de imágenes, carteles, fotografías, grabados, manifiestos, volantes y obra gráfica; registros fonográficos originales de la época, en los que se incluyen discursos, entrevistas, testimonios, grabaciones ‘in situ’; comerciales, música y programas de radio, entre otros materiales provenientes de archivo privados.
El museo pronto contó con un copioso material fílmico compuesto de películas, noticieros, documentales y programas de televisión que en su mayoría forman parte de la Filmoteca de la UNAM, Canal 11 y de la empresa Televisa. El guion del proyecto en su gestación tuvo tres objetivos: el preámbulo y contexto político-social, nacional e internacional de los años sesenta; una cronología del movimiento estudiantil y sus repercusiones en la vida política de México.
El establecimiento de este museo tiene implicaciones políticas y sociales de suma importancia, puesto que, a pesar de que sienta un precedente del movimiento, subraya la responsabilidad del Estado mexicano ante las violaciones a los derechos humanos y virtualmente representa también una reconciliación con el pasado.
A través de este museo se ha construido una imagen histórica fracturada de la violencia política, y se ha forjado, como ya se sostuvo, una memoria unilineal y periférica sustentada en soportes visuales, sonoros y literarios.
A pesar de que la violencia política fue evidenciada públicamente a través del Memorial del 68, este recinto funge como un instrumento que le ha permitido a las narrativas oficiales y hegemónicas sostener un imaginario de larga duración y colmado de contradicciones, superposiciones y lecturas oficiales sobre la temporalidad y la memoria. Pero a su vez, este museo exime al Estado de establecer políticas de verdad, justicia y reparación.
Placebo histórico-democrático
En el Memorial del 68 preexiste una técnica productiva de un tiempo homogéneo e institucionalizado que vacía la posibilidad de su ruptura, consolidando así una memoria unilineal. Una memoria excluyente y selectiva. De esta forma, el museo Memorial del 68 es un reforzamiento a la narrativa oficial, aquella que sostiene que la protesta estudiantil del 68 favoreció la democratización en México.
Con el Memorial del 68, simbólicamente se clausura la violencia política en el pasado, los delitos de lesa humanidad y se invisibiliza a otros actores, organizaciones, manifestaciones políticas y armadas que fueron derrotadas a través de la violencia extralegal durante los años setenta y ochenta. Violencias políticas que hoy en día siguen siendo operacionalizadas. Muestra de ello es el ataque perpetrado por el aparato de Estado contra los jóvenes de Ayotzinapa y los grupos de choque contra estudiantes movilizados.
La latencia del movimiento estudiantil, las demandas paralelas entre el pasado y el presente, la represión y la salida política que se ha dado a estas tensiones y conflictos fueron y siguen siendo alarmantes.
El conjunto de esos sucesos nos debe emplazar a meditar nuestra lectura individual y pública sobre el 68, máxime a cuestionar esa narrativa oficial que ha colocado al movimiento como un parteaguas del México moderno. Esa que sostiene que el movimiento estudiantil del 68 es el suceso madre de la democracia mexicana, mientras que las violencias políticas ejecutadas en el pasado, siguen siendo vigentes.