Pañuelos blancos y respeto: “callá que vienen las Madres de Plaza de Mayo”
Por:Juan José Rojas/ ESPECIAL
PARA DESTACAR: Diversas agrupaciones en procesión levantan las mantas al ritmo del canto, de la ovación y el sonido ambiente digno de un estadio de futbol. La enorme columna de personas avanza con militantes de La Cámpora, de Juventud Peronista, del Movimiento Evita, Unidos y Organizados, incluso un grupo de jóvenes recuerda los 43 desaparecidos en Ayotzinapa y la matanza en Tlatlaya
“Buenos Aires es como lo contabas
Hoy salí a pasear
Al llegar, a la Plaza de Mayo me dio por llorar”
Joaquín Sabina, Con la frente marchit
Vitali salió a caminar con un ligero remordimiento. Recorrió Yrigoyen llevado por la corriente de la gente, entre cacerolazos que le aturdían. “Cuando jugás al fútbol vivís en una burbuja”. Martín Vitali, lateral derecho de “la academia”, no entendía por qué el mismo año (2001) que Racing de Avellaneda conseguía un título -después de 35 años de no ganar nada- el país se desplomaba en una crisis económica, política, humanitaria terrible. La energía de aquella revuelta, el canto del ¡Qué se vayan todos!, le despertó una inquietante emoción, se vio inmerso en bordados de pelo, entre el río de personas, entre la indignación y el orgullo. El periodista Alejandro Wall recuerda que Vitali “sólo estaba ahí para ver de qué se trataba”. La Plaza estaba llena, las vio, vio a las madres… y sabía que estaba en la Plaza de las Madres, “porque es el lugar donde se reclama”.
Cuarenta años han pasado del último golpe cívico militar en Argentina. En un aula de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Alberto Dearriba llega como invitado para la presentación de un libro que rinde homenaje a un diario de culto en Pompeya: La Voz, un medio que hacía fuerza contra la dictadura y que dejó de existir por las desapariciones a periodistas de su redacción. Alberto Dearriba durante tres años fue director del diario, de 1980 a 1983, tiempo en el que escribió su libro “El golpe”. Durante la presentación solo faltó un tema:
“En una noche fría en Buenos Aires, un grupo de madres en solidaridad dieron un ejemplo de dignidad y fuerza para todo el pueblo argentino, como pasión eterna, salieron a la calles a protestar a la Plaza de Mayo, con su voz iluminaron a todo un pueblo que no veía, o no quería ver, plantaron un sólido grito de indignación, de desesperación y de desvelo. Hoy son un motor de júbilo y presencia revolucionaria que no claudicará”.
Semanas atrás, en el barrio de La Boca me encontré con el colectivo “La Boca Resiste y Propone” que convoca a una marcha de antorchas cerca de Caminito, en homenaje a los desaparecidos en el barrio durante la época de la dictadura. Gabriela Heroles cuelga sobre un árbol cuarenta botes, cada uno tapado con un pañuelo blanco que asemeja el modo en el que Las Madres de Plaza de Mayo se identificaban. Ella me explicó la situación de violencia que atraviesa el barrio y por ende la conformación del colectivo en el 2014. Al conocer mi nacionalidad exclamó “entiendo perfecto, yo he estado en México y sé lo que se vive allá también”.
24 de marzo, Avenida de Mayo, desde Congreso hasta la Plaza, diversas agrupaciones en procesión levantan las mantas al ritmo del canto, de la ovación y el sonido ambiente digno de un estadio de futbol, “¡callá, que vienen Las Madres de Plaza de Mayo”!. La enorme columna de personas avanza liderada por Estela de Carlotto, Taty Almeyda y Horacio Pietragalla, detrás, militantes de La Cámpora, de Juventud Peronista, del Movimiento Evita, Unidos y Organizados, incluso un grupo de jóvenes recuerda los 43 desaparecidos en Ayotzinapa y la matanza en Tlatlaya; protestan con máscaras blancas y una pancarta con la tipografía de las Olimpiadas de 1968 que dice: Terrorismo de Estado nunca más.
Murga, comparsa, de vez en vez una trompeta sopla las notas del himno argentino desde un extremo de la avenida, que se corea en una oleada titánica de Congreso a la Casa Rosada. Al frente las madres inspiran un respeto que se reconoce por las personas que aplauden desde algún balcón de los viejos edificios neoclásicos. “Su importancia es total” me dice una señora al referirse sobre las abuelas y madres de Plaza de Mayo, que caminan, honrosas, portando sus pañuelos blancos, en una emotiva caravana llena de colorido, pero también de protesta; aquella multitud la miran las cervecerías, la mira el Tortoni y la fotografía de Ernesto Sábato en él, la miran los árboles secos, las hojas amarrillas, los regordetes, lo mira la ley.
El efecto de las madres; las madres que un viernes 30 de abril de 1977 salieron en su primera ronda y que, en la prohibición de las concentraciones de personas (como toda prohibición absurda dictatorial) no podían permanecer de pie inmóviles en vía pública, el estado de sitio lo sancionaba. Así Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard, Julia Gard, María Mercedes Gard, Cándida Gard, Delicia González, Pepa García de Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Antonia Cisneros y Ada Cota Feingenmüller de Senar comenzaron a caminar alrededor de la Pirámide, el monumento ubicado en el centro de la plaza, con sus primeros pañuelos para identificarse. Es por eso que al subir al estrado Estela de Carlotto, los miles de presentes le reconocen la voluntad y el ímpetu; ella se reúne con Sabina, con Serrat, denuncia, se presenta con Sting en un escenario en River Plate con estadio lleno… 39 años atrás, su hija Laura, embarazada de tres meses es secuestrada, una serie de testigos apuntan que el bebé nació, pero que su hija había muerto.
La Biblioteca Nacional en Argentina es un edificio con un diseño singular, su parecido a un mazo alberga un desnivel repleto de material periodístico inaudito, un espacio bohemio donde la tecnología no agobia la literatura. Ahí encuentro la entrevista que Alejandro Marguilis le hace a Estela de Carlotto en el 2001, cuando todo Buenos Aires recauda firmas para apoyar su candidatura al Premio Nobel de la Paz. Con pena, Estela recuerda el rencuentro con su hija: “una chica me empezó a hablar de una chica liberada llamada Rita que había tenido un nene varón, a quien habían liberado el 24 de agosto en las últimas horas de la noche para que se encontrase con su familia y su hijito. Cuando me contaba que esa chica Rita tenía un papá con negocio de pinturas me di cuenta de que estaba hablando de Laura. «Mirá, vos estás hablando de Laura, mi hija, pero mi hija no fue liberada; mi hija fue asesinada», le dije. «No, a Rita la liberaron ―contestó―, si la hicieron bañar, cambiar… Yo le ofrecí un corpiño de encaje negro para que se llevara de recuerdo… A esa chica la liberaron. La sacaron con Carlitos, un compañero». Y yo dije: «Sí, justamente hubo dos muertos. Me la entregaron muerta”.
39 años más tarde, el 24 de marzo del 2016, Estela de Carlotto sube al estrado, la multitud agita las banderas, canta y forma un mar intenso de personas, revolotean las aves de los árboles, el frío se disipa, el tango guarda silencio, las patys y los panchos abrochan los bocadillos, las fotografías de los desaparecidos cuelgan en los tendederos, el hombre de playera blanca ondea una bandera enorme de Argentina desde la pirámide, algunas abuelas llegan en silla de ruedas con energía reabastecida, Evita es la imagen de fondo, carteles dicen “fuera Obama”, los niños sacuden banderitas sentados en los hombros de sus padres y pañuelitos blancos cuelgan de las palmeras, sobre Belgrano la música del rock lanza canciones de protesta desde la casa de Luca Prodan, el olor a asado antoja a los presentes. Astor Piazzola se escucha desde algún bar de Rivadavia, el movimiento se contiene, habla Estela:
“A 40 años del golpe genocida, sentimos orgullo de las luchas de los treinta mil detenidos‑desaparecidos. Los miramos en las fotos y los recordamos con amor, y podemos reivindicar sus luchas. Podemos nombrarlos acá, en la Plaza del pueblo, y saber que son parte de esta memoria colectiva que los abraza. Lucharon por una Patria Grande, justa, libre, solidaria e inclusiva. Y a pesar de las pérdidas, y a pesar del dolor, y a pesar de hoy estar viviendo un retroceso en materia de derechos en el país, nunca perdimos ni perderemos las esperanzas: sabemos que son posibles los imposibles. A cuarenta años del golpe genocida, a cuarenta años de lucha, memoria y militancia, sin derechos no hay democracia.
30.000 detenidos desaparecidos presentes. Ahora y siempre.”
Cierra Estela, y el pueblo salta.