Pobreza: Y en la periferia, migrantes y ancianos esperan una oportunidad

No tan lejos del Centro Histórico, en el cruce de Epigmenio González y prolongación Tecnológico, convergen historias de los de abajo; personas excluidas del resto de la sociedad porque no tienen poder económico o la nacionalidad mexicana. Sobreviven de las monedas que automovilistas les dan entre las luces rojas, pero desean en el fondo una oportunidad para ganar ellos mismos el pan de cada día.
Don Felipe viste unos zapatos negros, pantalones marrones y un sombrero gris; en el semáforo ofrece sus servicios. Dice que viene desde Amealco, pero tiene mucho que no vuelve para allá, que se queda a dormir en la central o en el albergue y que le sabe a chambear en muchas cosas, pero nadie lo contrata.
Con 68 años, Felipe quiere trabajar; sabe trabajar con hule, sillas, sombreros y demás. Ofrece sus servicios a los carros en cada semáforo en rojo, y ante la mirada de los conductores, ellos bajan el vidrio extienden la mano y le dan unas monedas. Don Felipe menciona que ya tiene para comer hoy, pero que lo que quiere es trabajo, y así sigue con la ofrenda de sus servicios, sin importarle que se le haga noche. Dice que por la mañana le gusta estar en el Centro y por las noches se mueve pa’rriba. “No me gusta quedarme todo el día allá, pero andamos bien” dice sonriente con 20 pesos que le hicieron el día.
Con una bendición se despide, pues encomienda a Dios a todo aquel que le da monedas. Mantiene la esperanza de encontrar alguien que le dé un trabajo con el cual poder vivir. En el diálogo invita a buscar a un amigo suyo que se encuentra cerca: “es de Nicaragua y siempre anda ahí, se sale del tren”, adelanta.
A contra esquina del artesano de Amealco, un hombre de mediana estatura y complexión delgada zigzaguea entre los carros, cuenta chistes y es amable; le saca una sonrisa a la señora de un Chevrolet Spark que se puso en primera fila frente al semáforo, y ella le da 10 pesos, para después seguir con su camino.
Juntar para un pollo
José Luis Rodríguez, o “el nicaragüense” dice que llegó en el tren, así como que allá, debajo del puente, se junta con sus compañeros para comer y como hoy no les alcanzaba salieron a pedir: “la verdad es casi diario, nos juntamos y entre lo que juntamos comemos” menciona. Él es feliz al conocer gente que le dan una sonrisa, pues para él eso es lo importante “me inspiran personas así, saben que Dios se lo va a pagar”, él está en ese cruce porque le quedan cerca las vías y no va al Centro porque no conoce, además porque uno de sus amigos le contó que de allá no les dan y los terminan por correr.
El sol queretano le da en la cara, levanta la mano para saludar a los conductores y ellos le regresan el saludo. “Que Dios te bendiga, vive una feliz vida” grita una vez más, pues el color rojo le indica que puede volver a zigzaguear entre los carros, y en una de esas completar su objetivo del día: pollo para comer y “pa’ una agüita”. 3:56 de la tarde y aunque rasga los ojos por el sol, él sigue con sonrisa y saluda, al igual que a lo lejos con una sonrisa Don Felipe continúa su búsqueda por trabajo, mientras José Luis ya piensa en qué va comer hoy.
Medicina para mamá
En el cruce de Bernardo Quintana y Calle Mecánica, cerca del McDonald’s de plaza del Parque, una familia de hondureños pide cambio a los automovilistas. Ellos al igual que José Luis o don Felipe, esperan el rojo. En el momento en que los carros se detienen el padre de familia lleva a los dos hijos pequeños entre los carros, “entre más abarquen mejor” dice Jorge, el hijo mayor, el cual espera con su madre a un costado. La señora está dormida, mientras él recibe el dinero de sus hermanos, dice no conocer la ciudad y que de ahí les queda cerca el tren, llevan 20 días desde que llegaron y a veces comen, aunque menciona que otros días no les alcanza.
Sus hermanos pequeños, dice Jorge, que son felices al ayudar a su papá y a él le preocupa su mamá, la cual lleva enferma días y con lo que ganen hoy le quieren comprar medicina. El mayor menciona que no conocen la ciudad, no saben dónde es el Centro, pero que ahí, en ese cruce, les va bien. “Qué Dios se los pague” grita, mientras deja el dinero junto a su mamá.
El sol de Querétaro sigue en lo alto, los cruces por lo general tienen a uno o dos que piden cambio, y de entre ellos también está Marvin, en el doble cruce que se encuentra frente al Colegio Holandés, él también pide limosna, lleva 17 años en la ciudad y nadie le quiere dar trabajo.
“Yo sé ocupar pala, pa’ construir, sé manejar, pero no me quieren dar chamba por mi brazo” menciona. Él es hondureño, relata que perdió el brazo al caerse del tren, y que desde ahí se quedó en la ciudad. Asimismo, Marvin dice que no le gusta ir al Centro, porque la gente no se le acerca, no le dan dinero y le tienen pavor, “ni me interesa, yo lo que quiero es comer, duermo en donde caiga, pero con lo que me da la gente, mínimo alcanza para un taco”, sostiene.