Poder, masculinidad y paternidades de cuidado
Cruz Abraham Ávila Martínez
Antropólogo egresado de la UAQ / abraham.avila.martinez@gmail.com
EDICIÓN ESPECIAL
Reinventarse no es sencillo, menos cuando se carga sobre hombros la larga tradición de un sistema patriarcal que subordina la paternidad al ejercicio del poder sobre las demás personas, en el ámbito familiar. Visto desde la tradición, la paternidad se relaciona con las masculinidades hegemónicas, caracterizadas por el ejercicio de violencias generadoras de convivencias dicotómicas, entre padres, hijos e hijas, en lugar de fomentar convivencias complementarias.
Tenemos entonces por un lado obediencia y subordinación a la autoridad paternal en vez de negociación democrática con hijos e hijas y la protección paternal; mientras que por otro lado nos encontramos con control y sometimiento de los padres a hijas e hijos, en lugar de fomentar la autonomía y el apoyo para finalmente encontrarse con prácticas comunes como el castigo de hijos e hijas y la dependencia a la voluntad del padre en lugar de la libertad, fomentada con el reconocimiento de derechos, la comunicación asertiva para culminar con paternidades de cuidados, pues tradicionalmente el papel «de cuidadora», es desempeñado por las madres, esperando que esto cambie.
La siguiente reflexión pretende transitar de la tradición al cambio: de las paternidades convencionales a las menos convencionales. En la década del setenta del siglo XX, ocurrió una transformación profunda en las familias: la incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado, la cual supuso reconfigurar en las familias los roles tradicionales de género y la división intrafamiliar del trabajo, lo que supuso un duro golpe para la masculinidad hegemónica.
La masculinidad y la feminidad se construyen contraponiéndose una a la otra, son identidades dicotómicas más que complementarias; instituciones como el Estado, la Iglesia y el Mercado nos hacen creer a través de discursos como el del amor romántico, la heterosexualidad normativa, la complementariedad entre hombres y mujeres, la procreación como fin único del matrimonio, que la realidad es ahistórica y unívoca, permeando de ideas estereotipadas y prejuiciosas sobre los géneros masculino y femenino en la realidad. ¿Cuáles son esas realidades sociales en México? Por ejemplo, en cuanto al trabajo doméstico, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis, 2010), seis de cada diez mujeres en el país afirma que son ellas las encargadas del trabajo doméstico no remunerado y además trabajan por conseguir ingresos.
Al interior de las familias, como los indicadores nacionales corroboran, son las mujeres quienes desarrollan en su totalidad el trabajo doméstico, por considerárseles aptas de manera innata, apelando a sus características “femeninas”, estereotipadas; teniendo un rol servil, débil, dócil, tierno, amoroso, abnegado… etcétera. La masculinidad hegemónica contraponiéndose de manera violenta a la feminidad, deja para sí mismos el trabajo productivo, negando contundentemente lo femenino: demostrando no debilidad, ni fragilidad, fortaleza, rudeza, independencia y autonomía. Por lo tanto las paternidades tradicionales no cuidan, pues no es parte de ser hombre, pues sería ser “femenino” y dentro de esta lógica sexista lo femenino es despreciable.
Para cambiar estás desigualdades es necesario la negociación entre padres y madres, el negociar los cuidados de hijos e hijas, pues son tareas de ambos sexos, en donde los hombres han perdido expertise por su rol exclusivo de proveedor, excluyéndolos del ámbito reproductivo, pero no todo está perdido, hay muchas mujeres feministas que afirman que los hombres también pueden aprender a cuidar de las y los demás. Por ejemplo, la realidad y la percepción sociales acerca del rol del hombre como proveedor único han cambiado entre las mujeres del país, en donde el 60 por ciento, según datos de la Enadis 2010, manifestaron que los hombres no deben ser los únicos responsables de mantener el hogar.
Lamentablemente estos indicadores nacionales no arrojan la opinión de los varones, sería interesante conocerlas, saber sus percepciones ante las reconfiguraciones de roles de género que presenciamos, así podríamos trabajar de manera integral y con mayor facilidad cuestiones de desigualdad de género entre hombres, como se hace ya con las mujeres. Existen también voces de mujeres feministas, quienes se cuestionan la seguridad de dejar en manos de los hombres a sus hijos(as), pues si ellos no saben siquiera cuidarse a sí mismos, ¿cómo es posible que cuiden de otros? A mí me surgen varias preguntas: ¿no es posible que los hombres aprendan a autocuidarse y cuidar de las demás personas?, ¿no puede educarse, criarse y socializarse a los niños para que sean hombres amorosos, que puedan expresar sus sentimientos sin violencia?
Yo opino que es cuestión de educación desde la infancia, es decir, este trabajo le corresponde a la familia en primera instancia, después al Estado con Políticas Educativas Públicas, re-aprendizajes en escuelas y hasta la adultez con la educación superior, mientras que la negociación y comunicación son clave entre los cónyuges cuando ya se ha conformado una familia, sea del tipo que sea (monoparental, homoparental, reconstituida, nuclear, etcétera), en resumidas cuentas: transversalizar la perspectiva de género en todas las instituciones de la sociedad.
Para finalizar, me gustaría abordar la coeducación a padres, tarea nada fácil: ofrecer herramientas para lograr modificar relaciones paterno-filiales para que sean más igualitarias, menos autoritarias, no ausentes y libres de violencia. Me parece que una entre muchas es la democratización familiar, la cual retoma la Especialidad en Familias y Prevención de la Violencia de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ, apostando por la prevención primaria de la violencia, modificando desde las familias con un enfoque de género y por generaciones, las desigualdades que implican el género en las relaciones familiares, problemas que le han explotado a las familias en la cara, debido a los cambios y reacomodos que supusieron la globalización de la economía entre otros factores.