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Precaución: Padres trabajando

Regina Nava – Böhnel

Socióloga independiente

EDICIÓN ESPECIAL

Cuando se le pregunta a un hombre: “¿Quién eres?” usualmente responderá con la ocupación profesional o actividad laboral que realiza, para obtener ingresos y recursos, en la que dedica la mayor parte de su tiempo y energía.  Para el capitalismo resultó conveniente el modelo de familia nuclear, con una clara división del trabajo correspondiente a los géneros: extra-doméstico, para los hombres, para obtener ingresos, y el doméstico impagado, realizado por las mujeres.

Se considera a un hombre como padre cuando establece relaciones, desde su condición de género masculino, con las hijas y los hijos que acepte voluntariamente reconocer, asumiendo la diferencia generacional.

En nuestra sociedad se espera que los hombres, desde su joven adultez, cumplan con ciertas expectativas: que sean proveedores de ingresos y recursos para su familia, de la cual serán jefes protectores, impondrán disciplina y gozarán de privilegios. De manera complementaria, se presupone que las mujeres, en sus roles como madres y esposas se responsabilicen de las tareas domésticas, del cuidado y crianza de los hijos e hijas, así como de otros familiares vulnerables, además enfatizando la entrega de un trabajo emocional, que es socialmente devaluado. Cuando las mujeres se han incorporado para obtener ingresos, se ha presupuesto como una colaboración adicional, en general perciben menores retribuciones.

Los hombres trabajando

Uno de los triunfos de las luchas sindicales fue asegurar que el hombre pudiera recibir un salario para cubrir las necesidades propias y de su familia, suponiendo que serían casados y padres. El ámbito laboral resulta un lugar privilegiado para demostrar las características asociadas al modelo de masculinidad dominante: luchar por mejorar el ingreso y promoverse, ejercer el liderazgo, demostrar el consumo suntuoso, reprimir el dolor corporal, mostrar su intrepidez y rudeza, controlar la expresión de emociones vinculadas con lo femenino, participar con los colegas en actividades extra-laborales.

La expansión del neoliberalismo y el fenómeno de la globalización, a partir de la década de los noventa del siglo pasado, introdujo una profunda transformación del mercado laboral caracterizada por: la competitividad de la fuerza de trabajo y disminución de los salarios, disolviendo el “familiar”; el desmantelamiento de los contratos colectivos y prestaciones, ocasionando la precariedad de los empleos o por cuenta propia; sustitución de trabajadores por tecnología avanzada; debilidad de los sindicatos;  incremento de flujos migratorios; la incorporación de mujeres y menores para completar los ingresos familiares; la expansión del sector servicios, con extensión de administración y burocracia cibernética.

Trabajo en el hogar

En este mismo período, se observa la tendencia de que los papás han ampliado su participación en el trabajo doméstico y cuidado de sus hijas e hijos, muestran más sus afectos, aunque todavía están muy lejos de equilibrar con sus cónyuges la distribución de las tareas. El trabajo doméstico es demandante, repetitivo, aislado, desvalorado; pero también es el bastión de la feminidad.

Una gran cantidad de productos pueden facilitar la realización de las tareas, para lo cual es necesario conseguir más ingresos; los productos se descomponen pasada la garantía y otros más son mejorados, como parte de la obsolescencia planeada.

Para los padres en ocasiones resultan confusas las implicaciones del cuidado a sus hijas e hijos. Saben que hay que evitar se hagan daño, que es necesario guiar y poner límites, acaso castigar, regañar o algún golpe. Transmitir conocimientos, prácticas cotidianas y jugar, mantener la diversión y la distancia con la influencia de la publicidad y de los medios. Buscar los momentos de disfrute, satisfacción y placer, que parecen encogerse y espaciarse frente a la agilidad del crecimiento, del ritmo cotidiano.

Las hijas y los hijos adquieren a mayor velocidad habilidades para el manejo de las nuevas tecnologías y capacidades que ponen en desventaja a sus padres. Cuestionamientos y desfasamientos que llevan al aislamiento.

Posiblemente las imágenes de la masculinidad dominante influyen para detener su intervención, a través de críticas y hostigamientos de familiares y amistades. Las parejas no logran mantener la cohesión, los vínculos se desgastan, optan por la separación y el divorcio, representando la característica de desechable, vigente desde el consumismo.

Papá tiene privilegios, deberes y derechos. Tiene el poder de su masculinidad, predominante en nuestra sociedad. De sus conocimientos, saberes y experiencias. Sus palabras no sólo marcan, serán repetidas a lo largo de la vida, con aprobación o condena. Además de brindar los bienes necesarios para la manutención, moldea la identidad y seguridad emocional. Al comportarse diariamente a favor de la equidad de género y social, favoreciendo la comunicación respetuosa y afectiva, papá asegura las condiciones para que sus hijas e hijos se desarrollen creativamente y con lo mejor de la humanidad.

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