Reflexiones sobre la Intervención Psicológica: La exigencia social y el posicionamiento en el saber
Por: Caryll Rosillo Ocampo
Cada vez más hay, en nuestra sociedad, una aceptación mucho mayor de la Psicología; se puede observar, por ejemplo, que ésta aparece en la oferta educativa de las universidades, también hay presencia creciente de profesionistas de esta disciplina en escuelas, empresas, instituciones de la sociedad civil, así como en los mismos organismos de gobierno, inclusive aparece la figura o imagen del psicólogo en programas televisivos, de radio y, lo más importante, en los discursos cotidianos de las personas.
La referencia a la Psicología poco a poco está cambiando de estatus en las representaciones ideológicas colectivas, está dejando de ser exclusiva para tratar “locos” al tiempo que se instaura como un área de la ciencia que resuelve problemáticas cotidianas en esferas laborales, sociales, escolares, personales, etcétera. El camino aún es largo pero se está avanzando en esta dirección.
Es indudable que si en los parajes por los cuales actualmente transita la Psicología nos muestra otros paisajes en su horizonte, esto se debe justamente a los distintos ejercicios de intervención de las personas que ejercen la profesión, a su trabajo del día a día. Su labor ha logrado responder preguntas y resolver problemáticas planteadas, pero al mismo tiempo, con cada paso avanzado en el sendero, inaugura nuevos cuestionamientos y más complicaciones que requieren superarse, cual obstáculos en el camino.
Este texto pretende reflexionar sobre que por muy pequeña o insignificante que pudiese ser la intervención, ésta no deja de tener efectos y alcances, a veces grandes, sobre el objeto al cual va dirigida y con ello advertir que la Psicología es una forma de poder conferida por la misma exigencia social. Al final, toda la reflexión planteada apunta sobre un cuestionamiento ético al respecto del posicionamiento del quehacer psicológico en sus intervenciones.
El género humano, es evidente, no tiene las mismas situaciones problemáticas por las que sufría hace 10, cien, mil ó 10 mil años; siempre ha sufrido y siempre lo hará, pero no siempre será por lo mismo. El malestar en la cultura se seguirá presentando de formas inéditas, cada vez que se resuelva una manera del dolor humano aparecerá un modo distinto de sufrir.
Por ejemplo, la tecnología en las telecomunicaciones resolvería el que alguien pueda hablar con un ser querido que está lejos de uno, pero al mismo tiempo posibilita justamente que uno esté lejos; tal como esas escenas ya un tanto cotidianas en los cafés en donde las personas están conviviendo juntas, en la misma mesa, pero lejos una de otra pues cada cual está en su dispositivo de comunicación móvil sin hablar con quien tiene al lado.
Es cómico, y más trágico, que en esta época tecnológica sin precedentes en la comunicación global es cuando la gente menos se comunica con sus semejantes; cada vez más personas se hablan durante horas por medio de los mediadores electrónicos como el Facebook, Twitter, WhatsApp y diversas plataformas de chat pero difícilmente pueden dialogar “frente a frente”.
Dejando el ejemplo y regresando a las situaciones del malestar humano, éstas se constituyen como demandas que se asignan para su solución, hoy en día, principalmente a la ciencia; aunque no solamente ésta es la única que puede intervenir y resolver las situaciones del dolor humano, también está, por ejemplo, el arte, la religión, la magia, etcétera. No obstante, es la ciencia la que entre todas ellas se ha constituido como discurso hegemónico predominante. Y ahí se tiende a ubicar a la Psicología, unas veces en el apartado de las ciencias sociales y otras en las de ciencias de la salud, pero ahí está como forma de intervención y de poder produciendo efectos.
La Psicología como detentora de poder queda de manifiesto en lo cotidiano, cuando las personas exclaman, entre pregunta y asombro, al enterarse que alguien ejerce la Psicología, es más, desde que uno apenas está estudiando la carrera: “¡Psicólogo!, de seguro me estás analizando”; como suponiendo que el psicólogo puede leer la mente o conocer a priori lo que las personas sienten o piensa, así porque sí.
Pero aun es más radicalizado el poder conferido a la Psicología en el conjunto colectivo de la exigencia social cuando a nivel de expectativa se le demanda al psicólogo dentro de su marco laboral, por ejemplo, hacer más productivo al trabajador, o que los integrantes de tal organización se lleven bien, o bien conocer cuál es la persona idónea para ocupar tal o cual cargo; también, en otros escenarios, se solicita que el alumno aprenda, que no se distraiga y que tenga buen comportamiento; en otros más, los padres que exigen que sus hijos dejen de tener determinadas conductas, las parejas que piden que sus cónyuges sean de cierta forma distinta a como son, las personas que ya no quieren sentir lo que están sintiendo, que quieren dejar de sufrir; en otros ámbitos las instituciones que pretenden del trabajo psicológico abolir en una comunidad determinada las situaciones de adicciones, criminalidad, prostitución, etcétera; los organismos que exigen saber al psicólogo con qué padre es conveniente que se quede el niño, o si un policía puede portar arma de fuego o no, conocer si alguien es apto para estudiar determinada carrera. Las respuestas que los profesionales de la Psicología pueden dar tienen efectos en las vidas de las personas sobre las cuales establecen sus dictámenes y juicios.
En fin, la sociedad exige al psicólogo que sepa y que a partir de su saber intervenga y resuelva, como si el psicólogo por el simple hecho de ser psicólogo tuviese el poder de saber y disponer a su antojo de la voluntad, afectividad, conducta y pensamientos de las personas con quienes trabaja. Pero la exigencia no concluye en este punto, adicional a esto también se plantea la premura en la realización del trabajo y la obtención de respuestas.
Esto es que se exige que todo lo que tiene que hacer el psicólogo, además de bien, tiene que hacerlo rápido. Tal situación es congruente con la estructuración social contemporánea, con el vértigo fugaz de la vida donde todo es veloz y efímero desde la “comida corrida” a “la velocidad en que se navega por internet”, pasando por la temporalidad de las modas y de las mercancías vigentes que al momento se hacen obsoletas; es curioso que para que una investigación académica sea considerada como tal se exija que el soporte bibliográfico no sea mayor a 10 años y eso ya es mucho, cual si las ideas ya no estuviesen en uso sólo por el hecho de haberse dado a conocer hace cien o mil años.
En la medida de la exigencia de resultados rápidos planteados a la Psicología, ésta ha creado nuevas formas de intervenir y con ello se da cabida a otros efectos. Lo anterior es así porque si el profesional de la Psicología no respondiera tal y como lo exige el planteamiento social, la Psicología caería fuera del terreno científico en tanto no responda a las demandas planteadas por la sociedad, en esta época parece que la ciencia sólo es ciencia en tanto tenga resultados útiles, quizá por eso las inversiones que se hacen en carreras técnicas y mecánicas no son equitativas con las que se realizan en otras áreas como la Filosofía o Psicología. Así pues, si el psicólogo no resuelve lo que se le plantea en el tiempo previsto tendría que concebir de otro modo la forma en cómo se gana la vida pues su hacer sería no congruente con quien le exige que trabaje y responda de determinada manera. Es así que, por ejemplo, en muchas instituciones los psicólogos que laboran en ellas pone el acento en los datos de las personas atendidas como si el número de sesiones y consultas brindadas en verdad repercutiera en transformaciones subjetivas significativas en la vida de las personas a las que atiende, lo hacen porque en el funcionamiento o lógica de la organización el protocolo exige que se tienen que reportar datos y entre mayor el número mejor porque implica mejores resultados.
Luego entonces las modalidades de atención psicológica contemporánea surgida por las exigencias sociales no pueden atenderse sino desde un dispositivo de saber que crea nuevas formas y alcances del poder. Esto es, por ejemplo, las modalidades de intervención psicológica que se hacen desde un saber dominado por el especialista y que el paciente ignora y, por lo tanto consulta; la materialización más concreta de esto es la psicometría, los test psicológicos. Ellos permiten en pocas sesiones, mediante la aplicación de una batería estandarizada y validada de pruebas psicométricas, conocer sobre el psiquismo de las personas a quienes se les aplica; así de manera casi inmediata el psicólogo puede responder a los jueces, maestros, padres, empleadores sobre la emotividad, inteligencia, personalidad, y en suma, sobre cualquier aspecto de la subjetividad de alguien. Y una vez que el psicólogo ya conoce los aspectos de la persona o personas que atiende puede entonces implementar una terapia psicológica basado en un modelo estandarizado en pocas sesiones, a veces sólo siete u ocho, en las cuales, se supone, el paciente logra ser funcional de acuerdo a la exigencia social planteada.
Tal forma de intervenir no puede sostenerse desde otro lugar que no sea el saber, es sólo en la medida que el psicólogo sea un especialista sobre su área que puede entonces hacer su intervención sobre las personas que lo consultan y que no saben qué les pasa o cómo resolver determinada situación problemática.
El lugar del psicólogo, su puesto, es el saber; él sabe, después de todo ¿por eso estudió, no? Pero ello implica que el sujeto a quien atiende no se haga cargo de sí mismo sino que sea sólo a partir de lo que el profesional, con su gran saber, le diga lo que es. La intervención psicológica desde el saber tiende a borrar al sujeto, pues no es la palabra de éste la que cuenta sino de aquél, el que sabe.
¿Por qué no reconocer que el psicólogo, en realidad, ignora todo cuanto le pasa a su paciente y que simplemente es testigo de como mediante el habla, cuando le da lugar a la palabra del sujeto con quien trata, éste puede ir sabiendo lo que ya sabía, sólo que no sabía que lo sabía? Es decir, que en verdad el lugar del psicólogo no es el del saber sino que es supuesto su saber por quien le consulta, supuesto que en tanto lo sostenga y no se coloque ahí podrá posibilitar el acceso a la verdad singular, pues el sujeto no le habla a su psicólogo sino a sí mismo. La intervención desde un lugar de supuesto saber o desde el puesto del saber tiene distintos efectos en las personas que exigen, en una es el psicólogo el responsable por el paciente, en otra es la persona responsable de sí misma, por sí misma.
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