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Una historia sin final feliz México, el maíz y el TLCAN

La eliminación de las barreras a las importaciones de maíz ha tenido gran impacto ocupacional, migratorio y ambiental en México

Por: Karen Andrea Acevedo Rodríguez*

En el TLCAN, se consideró al maíz como uno de los productos de alta sensibilidad y por esta razón se otorgó un periodo de 15 años para su desgravación total. México acordó una cuota inmediata libre de aranceles de 2.5 millones de toneladas, la cual crecería a una tasa de interés compuesto de 3% anual a partir de 1995. No obstante, las importaciones de maíz norteamericano excedieron las cuotas sin arancel acordadas en el tratado y según estudios hechos por la Comisión para la Cooperación Ambiental, que conforman los tres países miembros del TLCAN, los precios nacionales cayeron a los niveles internacionales, cayendo hasta un 50% en los primeros cinco años del tratado.

 

La no ventaja del maíz

El TLCAN tiene efectos diferenciados en la agricultura que obedecen a razón de la diversidad de actividades y productos y la ventaja comparativa que se tenga en su producción. En términos generales se puede decir que los productos que gozan de ventajas brindadas por la situación geográfica o el clima, como los frutos tropicales o por los requerimientos del uso de mano de obra intensiva, como las hortalizas y las flores, pueden aprovechar la apertura de la frontera. Sin embargo, uno de los productos agropecuarios más importantes para México, el maíz, no cuenta con ninguna ventaja de las anteriormente mencionadas. El problema se agrava cuando se sabe que el rendimiento por hectárea cultivada en Estados Unidos es al menos dos veces superior al de México en promedio.

Este nivel de producción no solo se debe a motivos ambientales, como: fertilidad del suelo, condiciones climáticas y régimen de lluvias; sino también a los apoyos directos e indirectos a los productores a través de obras de infraestructura, créditos e investigación con los que dota Estados Unidos a sus agricultores. Es así como la eliminación de las barreras a las importaciones de maíz ha tenido gran impacto ocupacional, migratorio y ambiental en México, e incluso ha comprometido nuestra independencia alimentaria, ya que el maíz es el principal elemento de la dieta de nuestro país.

Según el exdirector general adjunto de la subsecretaría de fomento a los agronegocios de la SAGARPA, Pablo Sherwell Cabello; la producción de maíz, devino de un bajo crecimiento a estar estacado los últimos 13 años, y una industria que se mantiene estática en realidad está mostrando un decrecimiento relativo, esto se debe a varios factores; la lenta adopción de las tecnologías, los cambios climáticos y la sustitución por otros cultivos de mayor rentabilidad son algunos de ellos.

En México se producen en promedio solo unas 20 millones de toneladas de maíz al año, de acuerdo con la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) sobre seguridad alimentaria y comercio intrarregional de alimentos, México importa 30% del maíz que consume, mientras que solo exportamos un poco más de 1.5 millones de toneladas, que se exportan principalmente a Centroamérica, tenemos un saldo deficitario, es decir, nuestra producción no es suficiente para abastecer nuestra demanda de maíz y es una tendencia que ya existía incluso antes de la llegada del TLCAN, particularmente en los últimos cinco años, el consumo nacional de maíz ha mostrado un crecimiento importante, alcanzando un nivel máximo de 32 millones de toneladas, el propio Sherwell afirmó que México es el segundo importados de maíz a nivel global.

Los obstáculos

México no está preparado para competir, no solo por falta de inversión directa, sino también aquella que facilita la producción en sí y que supuestamente debería estar cubierta por el Estado; no solo es que las políticas y reformas necesarias para hacer eficiente nuestro campo nunca se hayan dado, o que el campo haya dejado de ser una actividad productiva rentable, sino que también es un problema de orden orgánico y logístico; el deplorable estado de nuestras carreteras, la creciente y evidente inseguridad, la falta de información que obstaculiza la entrada de los productores al mercado internacional, la alta tasa de migración por falta de oportunidades de las personas que antes se dedicaban al trabajo agrícola, la diferencia entre los empleos del campo y la ciudad y el desempleo en general, son factores que han hecho a nuestros productores agrícolas simplemente incompetentes en el mercado internacional.

La inversión pública tiene un efecto crucial sobre la agricultura, y una fuerte complementariedad con la inversión privada. La infraestructura, el acceso a servicios públicos y el capital humano tienen, en conjunto, un efecto positivo en el total de la producción agrícola,  sin embargo la inversión en ese sentido no se ha dado de manera directa, sino por medio de programas asistencialistas como Procampo, que daba cierta cantidad al agricultor por cada hectárea cultivada sin medir resultados ni eficiencia, este programa ha sido sustituido para el siguiente ejercicio fiscal por otro llamado Proagro productivo, que pretende precisamente dar los apoyos en base a resultados y cuidar que se gasten en inversión y mejoramiento de los sistemas de riego, además de incentivar el mercado interno de los fertilizantes, y volver un requisito la utilización de semillas “mejoradas” para poder acceder al programa, por desgracia, tendremos que esperar hasta el siguiente año para ver cómo funciona este experimento gubernamental.

En resumen, el fracaso de la mayor parte del campo mexicano se debe, a que existe un amplio grupo de pequeños productores, principalmente ejidatarios, con una inversión precaria en capital y poca mecanización de la producción que principalmente siembran maíz y frijol, en un medio hostil para el comercio, enfrentando a una fuerte competencia obligados por el TLCAN. Esto salta a relucir si observamos el nivel de producción de un estado como Sinaloa donde se han adaptado rápidamente las tecnologías y el ambiente para el comercio es propicio y cuya producción de 10 toneladas por hectárea se equipara a la de muchas regiones de Estados Unidos, en comparación con algunas regiones del centro y sur del país cuya producción de maíz es baja o nula.

El TLCAN no es un problema, el problema es que nuestros mercados no están lo suficientemente desarrollados como para competir libremente y esto se debe simplemente a que el estado no se ha atrevido a asumir el costo de la liberalización, es decir, poner las condiciones necesarias para asegurar que los productores de este lado de la frontera tengan las mismas condiciones que los que se encuentran del otro lado, y mientras siga siendo así, seguramente el mercado del maíz en nuestro país seguirá siendo poco ventajoso para los productores, quienes son incapaces de competir, ya que, por desgracia viven en un país subdesarrollado.

La autosuficiencia alimentaria

Justo el día que se cumplieron 20 años de la entrada en vigor del TLCAN, muchas asociaciones campesinas, como la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo o el Frente Democrático Campesino, formaron una cadena humana que cerro parcialmente el puente internacional Córdoba de las Américas, en la frontera de México con Estados Unidos, las proclamas de los manifestantes exigen una política de Estado que impulse la autosuficiencia alimentaria; el fin del acaparamiento de tierras por parte de grandes empresas agroindustriales y una política de uso racional del agua, a esta protesta se adhirió otra, que argumentaba que el abandono del campo por parte de las autoridades solo había causado una mayor migración y la entrada del narcotráfico y la violencia al campo.

Ambas protestas revelan la desgraciada realidad de los labriegos de nuestro país, quienes abandonan sus pueblos de origen para convertirse en ilegales en otro país en busca de mayores oportunidades porque el campo en México es un negocio cuyos costos de producción exceden el precio de mercado, según testimonio de los propios productores, el precio de mercado del maíz oscila entre 2 mil 700 y 2 mil 900 pesos la tonelada, frente a un costo de producción de entre 12 a 20 mil pesos por hectárea dependiendo la época y el grano que se elija para sembrar.

Estas protestas no hacen más que vaticinar el futuro que nos espera si continuamos con las pichicatas políticas que hemos llevado a cabo en materia agrícola; con la sequia experimentada en Estados Unidos los últimos dos años aprendimos que los precios de los alimentos son volátiles y tienden a ir a la alza, y para México esto representa dos futuros muy diferentes a los que podríamos enfrentarnos en los siguientes años.

Los transgénicos y Wikileaks

Por un lado está el trágico escenario del un país con problemas para mantener el abasto del principal alimento de su población, teniendo que comprar el grano a los Estados Unidos o, en el caso de que ellos no puedan abastecernos, tener que cambiar el origen de nuestras importaciones buscando en los mercados internacionales a altos precios y sin esperanza de que bajen, con grandes empresas que acaparan el mercado interno y que utilizan granos mejorados y de menor calidad, sin oportunidades de empleo dentro de nuestro paralizado país y sin oportunidad de trabajo para los migrantes en Estados Unidos, pues datos del INEGI nos dicen que el porcentaje de retorno de mexicanos que fueron al exterior es de 30% mientras que era de 17% hace 12 años, sobre todo por el endurecimiento de las normas migratorias de nuestro vecino del norte. A ese destino decepcionante se dirige el México cuyo comercio agroalimentario solo representa un escaso 3.7% de su PIB.

Por otro lado, está un México que ha invertido en infraestructura y modernización de su campo, con productores bien capacitados que no ofertan su cosecha a los intermediarios, sino que la comercian en el mercado, ya sea local o internacional, con agricultores que ya no van a otro lugar a buscar mejores oportunidades, sino que se quedan con sus tierras por que han vuelto a ser rentables, que han logrado vencer a los transgénicos, cuyos beneficios que han sido ampliamente documentados no son superiores a las variedades de maíz nativo de México. Una oferta que no solo abastece su demanda interna, sino que es exportado por su alta calidad. A ese México se dirigen los agricultores de Nayarit que cultivan la variedad de mazorca más grande del mundo entre otras variedades de maíz blanco que son apreciadas por la finura de la masa que se hace con ellas o por sus usos culinarios y que alcanzan altos precios en el mercado nacional que las conoce, o los maiceros de Sonora cuya productividad es lo suficientemente alta como para medirse con los pesos pesados de la competencia internacional.

Sin duda, los maiceros mexicanos son unos de los grandes perdedores netos del TLCAN, o así lo advierten las filtraciones de WikiLeaks en un documento redactado el 1 de marzo de 2007 a propósito de una visita que realizaría a nuestro país el entonces secretario de Agricultura de Estados Unidos, Mike Johanns donde se advierte al funcionario estadunidense sobre el malestar que existe en el sector y la agitación social, por la apertura total en el marco del TLCAN y la dependencia agroalimentaria a los Estados Unidos, además del conocimiento de que afectaría a más de dos millones de pequeños productores y de criticar las políticas en el campo del entonces mandatario Felipe Caderón; a pesar de esto, los agricultores también son la única posibilidad de soberanía alimentaria y forman uno de los mercados que con seguridad podríamos independizar de Estados Unidos.

 

*Estudiante de la Licenciatura en Economía Empresarial, FCA, UAQ

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