Invitados

Bodas de esmeralda

Otra diferencia es que en los templos católicos nunca he tenido la oportunidad de escuchar alguna cita de Octavio Paz, del romano Séneca o de cualquier otro autor similar a ellos, tal y como lo hicieran en uno de los sermones el presbítero Nathanael Márques y la pastora Iris Hernández en la Iglesia Metodista de Querétaro.

Así como García Lorca escribió Bodas de sangre, tragedia en verso y prosa, en la Iglesia Metodista de Querétaro, Vitela y César fueron los protagonistas de las bodas de esmeralda, comedia en proceso. Por eso, en una emotiva ceremonia realizada en el templo de la Iglesia metodista del Divino Salvador, el Obispo Moisés Morales sentenció “El amor, más que para hablarlo es para vivirlo”.

Por supuesto que compartimos el vino, el pan y la sal en la casa de los novios, ubicada cerca de los emblemáticos arcos queretanos, en donde tuve la fortuna de sentarme bajo la generosa sombra de una bugambilia, de la que, cuales frutos maduros, colgaban algunas bicicletas; ahí conviví con mis amigas y amigos defensores de los derechos humanos de los queretanos, dándonos tiempo para comentar la problemática social imperante en nuestra metrópoli, empezando por el obsceno tráfico que el presidente municipal prometiera reducir a la mitad y que a todos nos obliga a sacrificar por lo menos media hora de nuestras vidas a bordo de algún vehículo.

Si por el transcurrir de veinte años Gardel hizo un tango, imaginen lo que no haría con la cantidad de años de casados de Vitela y César, en lo que ha de hacer falta una buena dosis de paciencia, comprensión, tolerancia y afecto para despertar miles de amaneceres tomados de la mano, en estos en estos tiempos en los que el hedonismo y el individualismo nos conducen a vivir en soledad, comprometiendo la vida de pareja, si acaso, con la adopción de algún perrijo.

Felicidades a estos recién casados que han trascendido con mucho las relaciones de pareja de nuestros días, cuyo promedio de duración es de alrededor de tres años, lapso en el que cada quien busca nuevos horizontes debido a que la ausencia de calidez, la rutina, la intolerancia, el consumismo y la impaciencia, entre otros aspectos, nos instalan en el amor líquido, como bien lo señala el sociólogo Zygmunt Bauman.

En el templo del Divino Salvador tuvimos la oportunidad de escuchar las privilegiadas voces del grupo coral “La semilla”, cuyas alabanzas parecían salidas de los mismísimos ángeles celestiales. Además, la directora del grupo, Roxana Ramírez, como lo afirma el refranero popular, no canta mal las rancheras, puesto que, en el convite, interpretó a capela la canción vernácula El Pastor, con unos falsetes de antología.

He de confesar que soy católico, pero no profeso esta religión que mis padres me impusieron tal vez porque creyeron que era lo mejor para mí, aunque lo más seguro es que haya sido porque nunca en su vida conocieron otra. Es por eso que, al asistir por vez primera, a un templo metodista, advertí algunas diferencias con el ritual católico, aunque en esencia, son similares.

Uno de los aspectos más notorios es que en ninguna parte del templo existen imágenes de santos, vírgenes o Papas, es más ni siquiera la de Cristo. En el altar figura un vitral en el que está representada una cruz, así como pan, espigas de trigo, uvas y un cáliz. También llamó mi atención la presencia de nuestro lábaro patrio en la parte izquierda del sobrio altar, además los feligreses permanecen de pie o se sientan, pero en ningún momento se hincan, por lo menos no en esta ceremonia a la que tuve el privilegio de ser invitado. Ah, y otra diferencia es que en los templos católicos nunca he tenido la oportunidad de escuchar alguna cita de Octavio Paz, del romano Séneca o de cualquier otro autor similar a ellos, tal y como lo hicieran en uno de los sermones el presbítero Nathanael Márques y la pastora Iris Hernández.

Otra diferencia notable de la Iglesia metodista con la católica es que sus ministros pueden casarse y tener hijos sin ningún problema; el mismo César Pérez Guzmán fue pastor de esta Iglesia durante 28 años, lapso en el que realizó diversas actividades ecuménicas con jerarcas de la Iglesia católica, enmarcadas en la Teología de la Liberación, con personajes de la talla de Monseñor Méndez Arceo, Luis del Valle, Arturo Lona y don Samuel Ruiz.

Tuve que acudir a la boda de César y Vitela para descubrir el misterio de esta mujer a quien sus amigos hemos identificado durante años bajo este nombre que en realidad es su apellido, pero que ella decidió desde hace décadas colocarlo en primer lugar como nombre propio, así como puso a la entrada de la sala de su casa la bandera cubana que le recuerda la ocasión en la que ella y un grupo de mujeres se entrevistaron con Fidel Castro en la isla.

Por supuesto que César Pérez Guzmán no solo destaca por su larga vida matrimonial con Vitela. Recordemos que una de sus más recientes batallas ha sido por la dignificación de la Defensoría de los Derechos Humanos de Querétaro. Aunque ya sabía que el proceso estaba totalmente amañado por el gobierno panista, se postuló con el afán que la dignidad se haga costumbre, como bien lo ha dicho la doctora ñañho Estela Hernández. Los resultados de aquella elección ahora los tenemos a la vista, la Defensoría se convirtió en un anexo de la Secretaría de Gobierno.

Pero como ahora no estoy en el muro de las lamentaciones, retomo las palabras del Obispo Moisés Morales, quien en las bodas de esmeralda de nuestros amigos señaló “El amor, más que para hablarlo es para vivirlo”.

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