El otro como oportunidad

Cuando nos encontrarnos a alguien conocido en un espacio público de la ciudad nos resulta agradable y reconfortante, a diferencia de las personas desconocidas que tendemos a ignorar y que pasan sin mayor relevancia en nuestras vidas pues, al parecer su existencia no nos interpela; sin embargo, ¿alguna vez hemos pensado cómo pueden influir todas esas personas en nuestro día? En este escrito proponemos reflexionar cómo es que aquellas acciones que hacen o dejan de hacer las personas de nuestro alrededor tienen un impacto de manera directa o indirecta y a cierta escala.
La sociedad está formada por una gran telaraña de conexiones; el señor que vende tamales con la señora que barre están conectados con nuestra persona, todos estamos sostenidos por la acción (o inacción) de los otros, es parte de un acuerdo social que a veces no se encuentra explícitamente decretado. Sin embargo, los motivos por los que actuamos son distintos por cada forma de ser, respecto a ello, la filósofa húngara Heller (1997) menciona que hay dos formas de ser: la primera corresponde al ser particular donde se es más egoísta, se ve por su propio bienestar y el de sus cercanos; la segunda corresponde al ser individual, que está orientada al altruismo y la generosidad. Cabe aclarar que estas propuestas no son absolutas, los seres humanos no somos solo blanco o negro, sino que estamos dentro de una escala de grises, donde puede ser un gris oscuro, un gris claro o un gris neutro; todo depende de la personalidad y las situaciones en las que nos encontremos, así nos inclinaremos hacia una u otra.
Por ende, el ideal desde la educación social es ser consciente hacia donde nos inclinarnos para descubrir los fines que perseguimos de manera personal y analizar si lo que hacemos es para beneficio propio o en pro de la sociedad; por ejemplo, en cuestiones de acuerdos sociales tendríamos que pensar de acuerdo al bienestar común antes del propio, pues el bienestar colectivo también impacta en nuestro ser; la oportunidad es el otro porque nos ayuda, perjudica y viceversa. Sin embargo, con ‘oportunidad’ no sólo nos referimos a un beneficio utilitario o material, sino que también se refiere a compañía y compartir parte de la sabiduría popular.
Pensar para sí mismo no es algo malo, pero requiere conciencia y reflexión para no caer en un lado totalitario del ser particular. Pensemos en la naturaleza, en ella nada es blanco o negro, siempre hay una gama de colores donde ésta nos da la diversidad de ideas para que nos podamos ayudar a buscar alternativas de aquello que nos conflictúa; si no hubiera diversidad seríamos monótonos y caeríamos en un ciclo del cual no hay fin, donde los otros serían tan iguales a nosotros que no necesitaríamos nada de ellos.
Referencia: Heller, A. (1977). Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Península.
*Estudiantes de quinto semestre. Facultad de Psicología.
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