Invitados

Grupos de choque, halcones y crimen organizado


En su libro, La realidad de los acontecimientos de 1968, Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial de Díaz Ordaz, admitió haber promovido la creación de los llamados “halcones” a fines de 1968 y afirmó que su iniciativa contó con la anuencia de Díaz Ordaz y con el conocimiento del secretario de la Defensa Nacional, Gral. Marcelino García Barragán, y del comandante de la primera zona militar, Gral. Benjamín Reyes, quienes enviaron a jefes, oficiales y clases del ejército para capacitar a los “halcones”. La embajada estadounidense manejó como fecha de su fundación septiembre de 1968. Sin embargo, las primeras referencias documentales a los “halcones,” bajo este nombre en clave, datan de 1969.

Por otra parte, reportes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) vincularon al entonces coronel Manuel Díaz Escobar (quien desde 1966 era Subdirector de Servicios Generales del Departamento del Distrito Federal) con grupos de choque que actuaban contra los estudiantes desde agosto de 1968. Díaz Escobar utilizó a estos elementos como francotiradores durante la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

En suma, la fundación exacta, el número y composición de estos grupos de choque, así como el momento en que fueron bautizados como “halcones” son inciertos, pero no cabe duda de que al menos desde agosto de 1968, las autoridades concibieron la utilización de una fuerza paramilitar como un actor adicional en la represión contra los movimientos sociales, ya fuera para intimidar activistas, romper huelgas, sabotear protestas pacíficas e incluso, como francotiradores.

Desde su fundación, los “halcones” realizaron actos de provocación e intimidación, reiterados pero de bajo impacto. Al comenzar el sexenio de Echeverría, la SEDENA en coordinación con el DDF hicieron preparativos como si anticiparan una confrontación masiva: el número de “halcones” al parecer ascendió de seiscientos a mil elementos. La mayoría fue reclutada en el lumpen, particularmente entre exmilitares y expolicías desempleados, pandilleros y delincuentes menores. Con los reclutas se formaron compañías de más de cien elementos cada una, a cuya cabeza estaba un militar de rango medio.

Las evidencias más palpables de la intención de emplear a los “halcones” con fines contrainsurgentes son los telegramas que la embajada estadounidense en México envió al Departamento de Estado entre enero y marzo de 1971 y las declaraciones de ex-halcones detenidos e interrogados en enero de 1972 por la Dirección Federal de Seguridad, que informan sobre el entrenamiento policíaco y militar que recibieron en el extranjero, antes del 10 de junio.

Los documentos de la Sedena y la DFS no dejan lugar a dudas sobre la minuciosidad con la que se planearon e instrumentaron el cerco táctico y el ataque indiscriminado a los diez mil asistentes a la manifestación del 10 de junio de 1971 en San Cosme, conocido como la matanza del Jueves de Corpus o el “halconazo”. Además, posibilitan delimitar el universo de víctimas en aproximadamente cuarenta muertos, trescientos heridos y doscientos detenidos, si bien no informan sobre el destino de ellos.

Una hipótesis interesante que deslizan los documentos es que, aunque el operativo del 10 de junio fue muy distinto al del 2 de octubre, hubo aspectos similares, como el uso de francotiradores vestidos de civil apostados en las azoteas de los edificios cercanos (de filiación desconocida), quienes probablemente tomaron por sorpresa a los mismos “halcones” e hirieron a algunos, provocando que éstos emplearan las carabinas M-1 y M-2 que tenían de reserva en los camiones y automóviles en los que se transportaron. No sería ilógico pensar que dichos francotiradores también pertenecían al Estado Mayor Presidencial, como los que intervinieron en Tlatelolco. De lo que se trató, en ambos casos, fue de simular que quienes habían iniciado los disparos eran estudiantes o civiles, así como de garantizar que tanto militares como “halcones” respectivamente respondieran fuego con fuego.

El gobierno de Echeverría no pudo seguir empleando a los “halcones” como instrumento de choque debido a que éstos atacaron rabiosamente a la prensa. Aunque los medios de comunicación estaban controlados por la Secretaría de Gobernación, algunos periodistas respondieron al maltrato documentando puntualmente la actuación de los “halcones”. Esta exposición mediática obligó al gobierno a desmantelar a los “halcones” y a borrar toda evidencia de su existencia y de sus crímenes.

El destino de los exhalcones fue muy diverso. Algunos regresaron a la delincuencia común o se contrataron como maestros de artes marciales y golpeadores profesionales. Unos más emprendieron actividades de más alto perfil. Tal es el caso de un puñado de exhalcones e instructores de “halcones” que conformaron el Comando de Acción Revolucionaria Armada (CARA), un grupo pseudoguerrillero dirigido por Sergio Mario Ramírez Romero alias “El Fish”. Sobre este comando de falsa bandera existe poca información. Se ha especulado que fue un grupo vinculado a la ultraderecha o creado exprofeso por algún enemigo político de Echeverría, pero no hay certidumbre al respecto.

En enero de 1972, después de haber perpetrado numerosos asaltos en la Ciudad de México, algunos miembros de CARA fueron detenidos, torturados y enviados a la prisión clandestina del Campo Militar No. 1. Entre ellos se encontraban Rafael Delgado Reyes, Sergio San Martín Arrieta, Candelario Madero Paz, Mario Efraín Ponce Sibaja, Alejandro Eleazar Barrón Rivera, Leopoldo Muñiz Rojas y Víctor Manuel Flores Reyes. A diferencia de sus compañeros, “El fish” fue enviado a una prisión pública y se benefició de la amnistía de 1978.

Cabe señalar que también algunos familiares de los detenidos fueron torturados brutalmente, pues la DFS no lograba esclarecer quién estaba detrás de la formación de CARA. Es una duda que ni los jóvenes lumpen y mucho menos sus familiares pudieron aclararles. Los exhalcones detenidos estuvieron en reclusión clandestina al parecer por cinco años, sin derecho a juicio. Durante ese lapso, cumplieron otra función clave: vigilar a los detenidos-desaparecidos acusados de ser guerrilleros, que se encontraban en la sección subterránea de la misma prisión del Campo Militar No. 1. Testimonios como el del expreso político clandestino Alberto Ulloa, autor de Sendero en tinieblas (2004), afirman haber reconocido a algunos exhalcones entre sus custodios. De estar vivos, dichos exhalcones son testigos clave para conocer el destino de muchos de los detenidos-desaparecidos de la guerra sucia. Aunque la ahora extinta Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado (FEMOSPP) logró interrogar a algunos de los exhalcones que fueron presos clandestinos, sólo les preguntó acerca de su participación en el “halconazo”.

Otros casos menos conocidos son los de los exhalcones que tuvieron una participación destacada en el crimen organizado, como José González González (al parecer un pseudónimo), jefe de escoltas de Arturo “El Negro” Durazo, cabeza de la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPT) del Distrito Federal en el sexenio de José López Portillo (1976-1982). González fue uno de los francotiradores de la masacre de Tlatelolco y tomó parte en la creación de los grupos de choque a partir de los cuales se conformaron los halcones. González fue testigo y eventual cómplice de la participación de Durazo en el tráfico de cocaína, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, el contrabando, la extorsión, el robo, el fraude, la tortura, las vendettas y el combate a la guerrilla. Durazo representó un momento de consagración del entrelazamiento de la contrainsurgencia y el crimen organizado. El mismo González narró algunos de estos episodios en su libro Lo negro del negro Durazo (1983), cuando su exjefe ya había caído en desgracia y era buscado por la Interpol.

La lección que algunos elementos de las fuerzas de seguridad aprendieron de los setenta es que podían utilizar al lumpen para aterrorizar y desarticular a los movimientos sociales. Así, en la época actual, los ejércitos paramilitares del crimen organizado –de composición lumpen– son parte de los actores que se dedican a matar a campesinos ecologistas, líderes cívicos, defensores de derechos humanos y activistas de todo tipo, con la anuencia del ejército y las corporaciones policiacas. Los sicarios son los nuevos “halcones” del siglo XXI.

*Historiadora por la UNAM. Especialista en el movimiento armado socialista, la contrainsurgencia y el crimen organizado en México

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba