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Su aportación: instituciones formadoras de sociólogos y periodistas

Para hablar del desarrollo de las ciencias sociales en Querétaro hay que hablar de Carlos Dorantes. Tengo presentes sus estudios empíricos sobre la pobreza y la mendicidad en las ciudades, pero considero que lo que más ha influido en el medio es la creación de instituciones formadoras de muchas generaciones de sociólogos y periodistas. Su personalidad atrajo a las ciencias sociales –al principio, a través de la psicología social– a muchos jóvenes con sensibilidad y sentido de la justicia social. Con él aprendieron que la transformación de las estructuras pasa no sólo por la acción política, sino también por la ciencia.

Universitario de corazón, Carlos actuó sin estridencias, pero con firmeza. Recuerdo de él la serenidad con que tomaba como algo obvio que el Estado financiara la formación profesional de los jóvenes.

Fue un hombre de gran perspicacia política, la que derivaba de su sensibilidad para conocer el alma humana y sus pasiones. Discernía, como pocos, los entretelones de la política queretana –en particular, de la universitaria– y los recorría, literalmente, con la mano en la cintura. Cuando los cuadros universitarios pasaron a hacerse cargo de la política del estado, Carlos mantuvo la relación y aún amistad con sus antiguos compañeros sin contaminarse de los abusos y oportunismo de la época y empleando su “influencia” a favor de quien, desde la marginalidad, pudiera requerirla.

Ya jubilado, aceptó a regañadientes volver a la dirección del semanario Tribuna, que había fundado años atrás, y fue en esa ocupación que lo invadió el tumor cerebral que, a la postre, le quitó la vida. Las notas que le imprimió a este baluarte del periodismo queretano aún se conservan en su carácter actual.

Pues bien, en lo personal, lo que más valoro de los años en que tuve la fortuna de tratarlo, es su amistad. Hombre cálido y siempre listo para escuchar. Recorrimos los caminos de la sierra queretana bajo la guía de Chucho Solís, cronista de Colón, artista plástico y, como Carlos, queretano picado por el aguijón del sentido de la justicia social. Y solíamos rematar buscando pulque en los pueblos, para mitigar nuestra hambre y sed –no de justicia– con el pretexto de que el agua podría estar contaminada. Recuerdo que él me convencía de adentrarme en la fotografía digital y yo de que no “expropiara” ningún volumen de la biblioteca del convento de Bucareli, cuando el custodio no nos miraba. Los dos nos convencimos mutuamente.

Me parece justo que, a diez años de su desaparición, lo recordemos, le rindamos homenaje, para que los estudiantes de hoy sepan que la honestidad, bonhomía, y claridad política de nuestro fundador, son valores que conviene emular, que es necesario que repliquemos los que aún seguimos en esta dimensión.

En algún aniversario de su muerte, cuando vi a sus nietos e hijos, a su esposa Rita más hermosa que nunca, la biblioteca de la Facultad de Ciencias Políticas con su nombre en la fachada, su fototeca, donada por Rita a la Universidad, su semanario Tribuna y el cariño de decenas de sus exalumnos, no pude menos que sentir un gran coraje contra él: “¿Por qué te moriste tan pronto, tonto amigo?”

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