Opinión

A manera de presentación

Por: Rodrigo Castañeda

Vamos dejando algo en claro antes de comenzar. Esta columna, o intento de, no tiene como fin hablar de los candidatos, de sus propuestas o de si deben de votar por uno, o por el otro; porque siendo sincero, y muy a mi opinión, tan malo el pinto, como el colorado; es decir, que no hay a quién irle, por lo tanto no le voy a ninguno.

Una vez aclarado el punto anterior, ahora sí hablemos de esta columna. Lo que intento hacer aquí es dar un punto, una humilde opinión como ciudadano y como publicista, de lo que se está haciendo en materia de campañas de publicidad en el área de la política.

Me atrevo a hablar de esto porque, si somos honestos, yo, y ustedes, y todo el resto de los mexicanos, estamos pagando las campañas de estos señores con nuestro dinero, y esa plata bien podría irse a educación, o a servicios, o a cualquier otra cosa; sin embargo, estamos pagando para que unas personas, que no tienen más mérito que haber aguantado todo lo que se tiene que aguantar en la política, se promocionen de las formas más ridículas que hay.

Yo no sé ustedes, pero a mí me gusta saber que pago por algo de calidad, algo que sirve. Hasta ahora nunca he comprado una licuadora con la firme esperanza de que nada más medio machaque los jitomates, pero igual y hay personas que sí lo hacen. Yo, en dado caso de que la mentada licuadora no funcione, la llevo a donde me la vendieron y pido que me hagan válida la garantía o que me regresen el dinero. Lo mismo ocurre en este caso; estoy viendo que hemos pagado por cada porquería, que me dan ganas de ir a la PROFECO a pedir que me regresen todo el dinero que se han gastado en spots ridículos, carteles de sonrisas falsas  o en, la nueva modalidad,  tamboras y tamborcitos que son aporreados por escuincles caguengues, a los que en otros tiempos se les habría llamado “Carne de cañón”.

Así pues, sirva esta columna para hacer un análisis  “a pie” sobre lo que se está haciendo con nuestro dinero, y que los partidos tomen conciencia de que eso no es publicidad política, sino nada más ridiculez.

Los niños del tambor

Una de las estrategias de campaña que nuestros H –por la preparación, no por honorables– candidatos han adoptado, es la de colocar jóvenes, recién escapados de los barrotes de la pubertad, en las esquinas.

Qué les prometen o cómo les lavan el coco para que se presten con tanta pasión a esas ridiculeces, es algo que todavía escapa a mi entendimiento, pero debe de ser algo así como un Playstation y un juego por cada hora que pierdan en la calle.

Pero lo malo no es el uso de los bríos juveniles para la promoción, lo malo es que los tienen cantando consignas y dándole a un tambor, pequeño o grande, porque los he visto de varios tamaños, todo el sacrosanto día.

Si bien es cierto que “Juventud, bendito tesoro”, en estos tiempos electorales no puedo más que decir “Sordera, bendita condición” y lástima que  no se pueda elegir cuándo se quiere estar sordo, porque tenemos que soplarnos horas y horas, y horas, del tamborcito y las cornetas y los gritos incoherentes que repiten el nombre de uno u otro candidato.

En estos grupos de jóvenes sólo cambian los colores de la ropa, de ahí, todo es exactamente igual. La misma estrategia, los mismos gritos, los mismos instrumentos.

Se supone que una de las funciones de la mercadotecnia es distinguir nuestro producto de los demás, y esto lo hacemos a partir de señalar cuáles son las ventajas de dicho producto. Esto no cambia si el producto en lugar de ser un cartón de leche, es un candidato político —siendo más noble la leche, aunque por lo que se ha visto en este país, no con más propiedades que los políticos.

Pero díganme ustedes, o alguno de los genios detrás de las campañas de los candidatos,  ¿esta estrategia nos ayuda a distinguir a su gallo? La respuesta es no, y es no porque en ningún momento el público –o sea nosotros—prestamos atención a estas huestes de niños gritones –peores que los de la lotería–, sino que nos cerramos de inmediato a sus gritos y tamborazos, y nos quejamos después.

Sé que muchos de los genios de la publicidad dirán en este momento: “lo importante es que hablen de ti, bien o mal, pero que hablen”. A ellos les digo, así públicamente, que si eso me lo dijera una agencia de publicidad, busco otra más rápido que inmediatamente, porque lo importante es que hablen bien de ti, que te conozcan y que comulguen contigo y con tus ideas, lo demás es solo una excusa para justificar un mal trabajo que lo único que hace es gastar nuestro dinero.

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