Opinión

A ver quién puede más

Por: María del Carmen Vicencio

Hace años fui testigo involuntario de un conflicto entre una madre y su hijita de cinco años que no quería comer. La madre, guiada por esos extraños imaginarios de los educadores, la forzó, zampando en su boca una cucharada de sopa, ya fría. Esto le supo a la pequeña a humillación, untada de grasa nauseabunda, por lo que escupió el bocado, furiosa. La madre entonces la abofeteó, vociferando: “A ver quién puede más”. La niña enrabietada levantó un cuchillo, amenazante: “Pues yo te mato”. Tal reacción, probablemente, hizo recapacitar a la madre pues, llorosa, se acercó a su hija para abrazarla.

 

 

Lo dice el dicho: “a fuerza ni los zapatos entran”. Algo similar advirtió Celestin Freinet: “nadie da de beber a un caballo que no tiene sed”. La razón no se impone desde fuera. Promover la comprensión de algo, ajeno al propio sentir, implica generar en el otro la necesidad, las ganas o el deseo de hacerlo; requiere de comunicación o diálogo.

Sirva ésta anécdota de analogía para ilustrar la forma como la clase dominante (mega-empresarial/gubernamental) impone sobre la población sus reformas estructurales, con una diferencia: al final del conflicto no habrá recapacitación ni abrazo arrepentido.

Para los tomadores de decisiones vale un bledo lo que los afectados y expertos argumenten según su experiencia y comprensión de la realidad. Las reformas se impondrán a rajatabla. “No oigo, no oigo, soy de palo”…; a ver quién puede más.

En el terreno educativo, ésta forma de “negociación” no sólo es absolutamente inadecuada, sino peligrosa; más, si implica la difamación y el linchamiento mediático de los profesores, la corrupción de sus líderes sindicales y el engaño a la población.

¿Qué querían?, ¿qué los maestros callaran y asumieran quietos los decretos “modernizadores”, que no sólo les arrebatan su seguridad laboral, sino pervierten el sentido de educar, los orillan al individualismo y desmantelan la escuela pública?

¿Cómo hacer valer razones distintas a las del poder, si no en las calles, CUANDO los oídos gubernamentales se encierran tras fuertes dispositivos de seguridad mental?

El círculo de odio mutuo que los medios han generado implica a toda la población; no sólo al desinformarla,  sino al azuzarla, para que manifieste su repudio a los mentores.

¿Qué educación pueden recibir los pequeños, cuando sus maestros han sido tan denostados? cuando los medios infunden en los chicos vergüenza y rabia hacia aquellos en quienes debieran confiar.

Carlos Fazio, en su libro “Terrorismo mediático, la construcción social del miedo en México” (Debate, 2013), señala que desde Herodoto y Homero la desinformación ha sido un elemento clave en los conflictos: “no se trataba de escribir la historia objetiva, sino de incitar o provocar emociones, positivas o negativas, para conformar la voluntad de la población, las más de las veces tergiversando o manipulando los hechos a favor de la cultura dominante”.

En el  conflicto magisterial, la mentira mediática más insistente es la de la oposición del gremio a ser evaluado. La realidad es exactamente al revés: Los maestros exigen una evaluación integral, que incluya a todos los actores (al presidente, a los secretarios de educación, al legislativo, a las empresas evaluadoras…), así como a las condiciones sociales e institucionales que dificultan gravemente la buena educación.

Evaluar no es aplicar exámenes estandarizados, y no se informó a la población sobre el grave daño que causó ENLACE a la educación (por eso fue suspendida). Muchos expertos en evaluación (p.e: Hugo Aboites) han demostrado sólidamente, que las mediciones estandarizadas involucran mil falacias ideológicas (incluida la “limpieza étnica”) y sirven principalmente para enriquecer a las agencias examinadoras.

La evaluación integral, en cambio, implica un proceso de comunicación reflexiva, en el que todas las partes se disponen a escuchar y estudiar las diferentes aristas de un tema tan complejo.

En México existen muchas escuelas alternativas (públicas y privadas), con gran tradición en procesos evaluadores muy efectivos, que los tomadores de decisiones desconocen: En asambleas regulares, los maestros, estudiantes y padres de familia se observan a sí mismos y reflexionan sobre la escuela que quieren, el sentido, la pertinencia y eficacia de lo que hacen, las dificultades que enfrentan, etc. Su foco de atención no está en rayar circulitos con lápiz, para competir, respondiendo preguntas insulsas, sino en diseñar experiencias desafiantes, en pensar juntos si lo que hacen contribuye a aumentar su pasión por el conocimiento; si mejora su lectura crítica de la realidad, su conciencia ecológica, la confianza en sí mismos, sus formas de convivencia y recreación, su iniciativa y creatividad, su alegría de vivir….

Implantar procesos de evaluación similares implica transformar radicalmente las condiciones escolares y sus estructuras de poder; implica voluntad política, tiempo para reconsiderar, dinero y esfuerzo.

Pero emprender algo así, terminaría con el negocio multimillonario de las empresas evaluadoras (y de los políticos con acciones en ellas). Por eso, más vale aprobar al vapor las leyes secundarias, antes de que la población comprenda cabalmente el tremendo engaño.

A ver quién puede más, si la razón o la fuerza.

metamorfosis-mepa@hotmail.com

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