Adiós, Juan Gelman
Por: Salvador Rangel
Existen personas que mueren en vida, no una ni dos veces, sino cada amanecer, y al anochecer renuevan la fe en los hombres, en la justicia, la esperanza, y mantienen vivo el amor a la vida.
Y no hay dolor más profundo que el que cala hasta el alma, la desaparición de un familiar, no saber si vive o muere, y a la hora de comer se pregunta: ¿habrá comido mi ser querido?; al ver la puesta del sol se cuestiona: ¿él la estará viendo?, y ¿en qué condiciones se encuentra?.
Ésta y más preguntas se las hicieron y se las hacen cientos o hasta vez miles de personas que han padecido la desaparición forzosa de un ser querido y que mueven todas las instancias civiles y militares en su búsqueda, y lo único que encuentran es indiferencia, y en no pocas ocasiones, hasta burla; de víctimas pasan a victimarios.
Pero la vida sigue, se debe trabajar y convivir con la familia, pero siempre con el temor de una detención, los amigos y vecinos se retiran discretamente, no quieren tener relación alguna con la familia de un desparecido.
Este drama, desafortunadamente, es cotidiano, pero sale a la luz pública cuando un personaje es víctima de la desaparición de un hijo, de una nuera que llevaba en sus entrañas al nieto(a). Y de ahí la búsqueda no cesa, se indaga, se tocan puertas, y un día la verdad aparece, el dolor baja de intensidad, pero no acaba. Al encontrar al nieto(a), es un extraño, que fue arrancado de sus padres, que fue engañado con toda la maldad del mundo, que esos “padres” sabían de la existencia de una familia de un persona que por todos los medios buscaba a quien ellos retenían.
Tal vez ese nieto(a) alguna ocasión leyó, escuchó a una persona que buscaba a un nieto, pero qué lejos estaba de que él (ella) era el objeto de esa incesante búsqueda.
Y después, el dilema de saber que ha sido engañado(a) por una pareja a quienes llamó padres, que se preocupó por ellos, que mostraba con orgullo los logros escolares a esos falsos progenitores.
Sí, este drama lo vivió el poeta argentino Juan Gelman, que padeció bajo la dictadura argentina el secuestro de su hijo Marcelo y de su nuera María Claudia García, el 24 de agosto de 1976. Ella tenía siete meses de embarazo y fue trasladada a Montevideo, Uruguay, en esa complicidad que se dio entre las dictaduras sudamericanas y el gobierno de Estados Unidos, con el llamado Plan Cóndor.
Marcelo, el hijo de Juan Gelman, fue localizado -asesinado- trece años después en Buenos Aires; su nuera María Claudia dio a luz en cautiverio y después del alumbramiento se pierde su pista.
Esta práctica de “regalar” a los hijos de madres secuestradas, detenidas durante las dictaduras argentina, chilena, uruguaya, era común.
Juan Gelman, nunca dejó de buscar a su nieto(a); en abril de 1995 escribió una carta al nieto(a) desparecido, arrancado de su auténtica familia. Carta desgarradora… «me repugna la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres…».
Y Juan Gelman tenía razón, la nieta fue entregada a un policía y a su esposa. Él falleció y nunca le dijo la verdad a la hija ajena, también secuestrada, porque creció alejada de su verdadera familia.
La búsqueda tuvo resultados en el 2000, en Uruguay fue localizada la nieta de Gelman, su nombre: Andrea, quien después de verificarse su identidad, cambió su nombre y apellidos para llamarse María Macarena Gelman García.
Y el 14 de enero de este año, Juan Gelman, el galardonado poeta argentino, falleció en la Ciudad de México, a donde llegó huyendo de las atrocidades de la dictadura militar de su natal Argentina; hombre de letras y militante de organizaciones opositoras a los regímenes autoritarios de su país, identificado con el grupo subversivo Monteros.
Hombre de carácter, fiel a su convicción política de izquierda. El 8 de octubre de 1989 fue indultado por el presidente Carlos Menem junto a otros 64 exintegrantes de organizaciones guerrilleras. Rechazó la medida y protestó contra ella en una nota publicada en el periódico argentino Página 12 y expresaba: «Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos».
Y los nostálgicos se quedan con las palabras de Juan Gelman: “me voy a tocar el violín a otro barrio”.
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