Antídoto contra caudillos
Por Omar Árcega E.
La historia de México es la biografía de sus caudillos; en efecto, en todas las épocas existieron los hombres fuertes que hacían, deshacían y rehacían según sus intereses. Lo que dijera el que más poder ostentaba era lo importante, el resto de los individuos eran meros espectadores.
Este “hacer política” está incrustado en nuestro código cultural; aun en pleno siglo XXI estamos a la espera de un Mesías y su república. En esta lógica podemos entender el monopolio del poder ejercido por los presidentes priístas, el control que líderes sindicales tienen sobre sus agremiados, la pleitesía que amplios sectores de la población rinden a gobernadores y presidentes municipales, la popularidad que llegó a tener un Cuauhtémoc Cárdenas, la esperanza despertada por Fox, la idolatría que en ciertos grupos genera López Obrador y el aura casi mágica, casi divina, que rodea Enrique Peña Nieto, el hombre que con su copete y su Gaviota harán vivir al país en una realidad de telenovela apastelada.
Inconscientemente los mexicanos estamos ávidos de caciques que construyan prosperidad, pero al mismo tiempo aspiramos a vivir en un país democrático; he aquí el drama de nuestro México: soñamos con la democracia y tenemos mentalidad caciquil.
Atrapados en el infantilismo político
¿Qué factores y variables configuran esta paradoja? ¿Cómo salir de ella? Apunto tres ideas: Si queremos convertir a México en un país democrático, tenemos que iniciar por un cambio de nuestra cultura política; se dice rápido, pero transformar prácticas que heredamos desde la época novohispana, las que generaciones enteras se han ocupado de consolidar y reproducir; no es tarea sencilla; implica pensar nuevas instituciones sociales y políticas, la pregunta es, ¿nuestros actuales políticos tienen la visión y voluntad para crearlas?
En segundo lugar, la condición sine qua non para una nación democrática es una sociedad politizada; esto nos remite a la formación de auténticos ciudadanos. Estamos hablando de hombres y mujeres preocupados, ocupados e informados de los debates nacionales y locales; sin miedo a levantar la voz y exigir a sus gobernantes; finalmente las autoridades políticas nos deben su curul, presidencia municipal, gubernatura, investidura presidencial o puesto directivo, están para servirnos, no para servirse de nosotros.
La angustia me cimbra cuando en actos políticos observo a la gente peleando por autógrafos de funcionarios, eso nos habla de una banalización de la política; los políticos están para hacer auténtica política y los ciudadanos para enmendarles la plana cuando se olviden del interés general; no para que unos se las den de rockstars y otros de fans.
Finalmente, de nada servirá la alternancia partidista, si los políticos siguen funcionando bajo esquemas caciquiles y los ciudadanos les seguimos el juego. Ejemplo de esto lo tenemos en cómo cacarean sus logros los gobernantes de las tres fuerzas políticas: presentan los programas asistenciales, las obras viales y sociales como si ellos hubieran puesto el dinero para realizarlas: ¡Mentira! Y lo peor es que nos lo creemos. También practicamos nuestra mentalidad de siervos cuando no ejercemos la rendición de cuentas y permitimos que usen el dinero de la nación para hacerse propaganda.
La salida
Un México democrático implica una sociedad fuerte y participativa y un gobierno responsable y transparente. La formación de ciudadanos se pueda lograr en base a dos pilares: el ágora (esfera pública) y una cohesión social.
Lamentablemente la tendencia mundial es el destruir una y otra; ahora los individuos somos educados para vivir en una feroz competencia; y el sentido de cooperación va a la baja; hoy más que nunca asentimos con Plauto homo homini lupus est (el hombre es el lobo del hombre).
Creíamos superada la ley de la selva, pero está vigente, ¿y cómo escapar de ella? pues si no la aplicas te la aplican, en otras palabras, matas o te matan… con esta actitud introyectada ¿Cómo poder hacer redes sociales estables que nos lleven a la cohesión social? Lo que actualmente existen son redes muy endebles, sólo duran la coyuntura, el momento fugaz.
El hábil es aquel capaz de formar cientos de redes a su alrededor pero sin comprometerse con ninguna, aquel diestro en brincar de una a otra según lo requieran las circunstancias; nada permanece, todo fluye asentimos con el sabio griego.
El otro pilar es la esfera pública; espacio cada vez más acorralado debido al control de los mass media. El lugar para el intercambio de ideas; las reflexiones serias, críticas y con fundamentos simplemente no existe. La televisión nos presenta ídolos no plataformas o posturas ideológicas, esto lo introyectan los ciudadanos y al momento de elegir a los hombres que los gobernarán optan por el personaje simpático, el más atractivo en vez de la propuesta sólida.
Los medios de comunicación tienen una grave responsabilidad social: constituirse espacios para que los grandes problemas nacionales se ventilen, abrir sus puertas a un intercambio de ideas, fomentar la conciencia crítica. Pero el ágora también se forma en cada salón de clase, en cada coloquio, foro, intercambio en las redes sociales o charla entre ciudadanos, cuando se hable de los asuntos públicos, por tanto también es responsabilidad de cada uno de nosotros.
Estas reflexiones nos plantean varias encrucijadas ¿Vieja o nueva cultura política? ¿Individualismo o densidad social? ¿Vida o muerte al ágora? Aquí están los caminos, de las decisiones que tomemos dependerá la sobrevivencia de México y de la humanidad.
Twitter: Luz_Azul