8 de mayo o la torre de Babel
Llegaron las descalificaciones, los insultos -unos más finos que otros-, las teorías ‘conspiracionales’, las versiones ‘personalísimas’ que poco o nada aportan…
El pasado 8 de mayo, con motivo del cuarenta aniversario de la lucha normalista-estudiantil-universitaria (que durante dos semanas y cuatro días llevó a que la totalidad de las instituciones de nivel superior y muchas preparatorias y secundarias públicas y privadas se sumaran paulatinamente al paro de la Normal del Estado; a que se organizaran cinco numerosas marchas; a que se acuartelara a toda la policía municipal; y a que el gobierno accediera a cumplir todas las demandas de las y los estudiantes), diversos protagonistas y conocedores de la historia rememoraron lo sucedido en las redes sociales digitales. Se compartieron visiones de entonces estudiantes que, hoy adultos, nunca la habían compartido; se exhortó a que hubiera algún espacio público con algún nombre alusivo a la lucha; salieron grabados y fotografías pocas veces vistas; hubo congratulaciones hacia quienes participaron de un modo u otro en la protesta. Y entonces, con el paso de los días, el diálogo se convirtió en una torre de Babel.
Llegaron las descalificaciones, los insultos -unos más finos que otros-, las teorías ‘conspiracionales’, las versiones ‘personalísimas’ que poco o nada aportan… y se pasó de proponer una memoria colectiva y plural a una memoria única y homogénea de lo acontecido. Por ejemplo, algunas personas, a nombre de ‘lo real’ o ‘la verdad’, dieron la orden de que su versión es la versión, cayendo en la afirmación de tener “la única y verdadera historia de…”, y de paso calificar a lo demás como ‘falsificaciones’. Todo sin pruebas, as usual. Al particular “debate” le entraron normalistas, universitarios (del CEDUQ, de la FEUQ y sin adscripción), tecnológicos, etc. Los amigos de antes, siguen siendo los amigos de ahora; los adversarios de antes, siguen siendo los adversarios de ahora; pero, ¿las interpretaciones de antes tienen que ser las de ahora? Subrayo que han transcurrido cuarenta años de esto.
Y tomo esta discusión digital para dilucidar sobre la historia reciente de Querétaro, en particular la de las luchas sociales opositoras al statu quo. En reiteradas ocasiones he escuchado que ‘el gobierno’, ‘la derecha’ o hasta ‘la UAQ’ -así, como entes abstractos- han borrado la historia de las luchas sociales en Querétaro. ‘Borrar’ algo necesariamente implica que se haya escrito previamente ese algo, entonces, quizá en un error de semántica, se pasa por alto que, en realidad no se ha escrito sobre las luchas sociales, al menos no de manera abundante. Otros afirman que se ha tergiversado la historia. Acá hay un punto interesante. Por ejemplo, en varios de los libros sobre la historia de la Universidad -que tampoco son muchos hay que decirlo- es cierto que las luchas estudiantiles o las posturas opositoras o disidentes no están muy presentes, pero esto responde, creo, al objetivo general de esos textos, que no es otro que ‘conmemorar’ y, como es usual en este tipo de ejercicios, se mantiene una visión general que apela a la ‘unidad’ de la comunidad en vez de hacer énfasis en las ‘diferencias’ que existieron o existen en la misma.
¿Es la UAQ responsable de esta omisión en la historia contemporánea y reciente de Querétaro? Sí y no. Sí, si creemos en el sentido de que, teóricamente, la Universidad se debe abocar hacia la sociedad y sus problemáticas, ‘rescatando’ o ‘dando voz’ a los sectores marginados. Y no, si tomamos en cuenta que son pocas las carreras que se enfocan directamente en lo social, es decir, que la sociedad es su objeto de estudio -y tal vez, su objeto de transformación-, y por ende se investigue y escriba al respecto (No le vamos a pedir a alguien de Ingeniería, de Medicina, de Lenguas, de Contabilidad, de Química, de Veterinaria, etc., que hagan una tesis sobre alguna lucha social, como la del ‘8 de mayo’, ¿o sí?). Pero, lo ‘social’ no es estrictamente lo presente ni un problema actual. Ahí entra el papel de las instituciones que sí se dedican a investigar la historia, en el caso de la UAQ: las facultades de Filosofía y de Ciencias Políticas y Sociales. Espacios en los que sí se ha abordado la historia reciente, sobre todo en foros o mesas de discusión, pero, es cierto, en pocos textos. La cuestión es que no se puede obligar, ni a docentes ni a estudiantes, a que trabajen tal o cual tema; además, la investigación está dominada por los intereses personales y, en consecuencia, está dirigida a un reducido número de personas.
Por otro lado, resulta ingenuo, por lo menos, esperar que gobiernos emanados del PRI o del PAN promuevan espacios, tiempos, reflexiones o textos que aborden la historia de las luchas sociales, muchas veces opositoras a estos. Ya lo decía Enrique Florescano: “Puesto que la reconstrucción del pasado es una operación que se hace desde el presente, es natural que los intereses que más pesan en ese momento participen en la recuperación del pasado. […] Desde los tiempos más remotos la inquisición acerca del pasado antes que científica ha sido política: una recuperación selectiva, adecuada a los intereses del presente para obrar sobre el porvenir”. El pasado legitimará al poder del presente, de ahí el énfasis en el ‘Querétaro pasivo’ como orden histórico. Discurso que ha tenido un éxito considerable, a pesar de no estar sustentado necesariamente en una rigurosa investigación histórica. No por nada Paul Valéry advirtió, en los treinta del siglo XX, sobre los peligrosos usos de la historia: “Hace soñar, embriaga a los pueblos, genera en ellos falsos recuerdos, exagera sus reflejos, conserva sus viejas heridas, los atormenta en el reposo, los lleva al delirio de grandeza o al de persecución, y hace que las naciones se vuelvan amargadas, soberbias, insoportables y vanas”. Por lo tanto, el ‘rescatar’ dichas historias, la de las luchas sociales, es una tarea que les corresponde a las y los interesados en el tema, como pueden ser sus protagonistas o testigos, así como personas dedicadas al periodismo, la sociología, la antropología, la ciencia política o la historia, por ejemplo. Claro, lo ideal es que su brújula esté orientada hacia la construcción crítica del pasado.