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Álvaro Arreola Valdez. Protagonista de la UAQ

En días pasados, las redes sociales digitales dieron cuenta del fallecimiento de Álvaro Arreola Valdez a sus ochenta y ocho años. Para unos, uno de los últimos baluartes de la “queretaneidad” (lo que sea que eso signifique) y para otros, como es usual, alguien a quien nunca habían escuchado mencionar, como se vio en los comentarios vertidos en dichos espacios. Entonces, en medio de bombardeos en Ucrania, Siria, Yemen y Somalia —los últimos tres, ignorados por la inmensa mayoría de los medios de comunicación—, opté por escribir sobre algo más cotidiano y de impacto en la comunidad universitaria: la trayectoria de Arreola Valdez.

En síntesis, Álvaro fue originario de Xicoténcatl, Tamaulipas, donde nació en 1934, llegando a Querétaro en 1941. Participó en la huelga de enero de 1958 como presidente del Comité de Huelga, proceso que consiguió la Autonomía para la Universidad de Querétaro. Estudió Derecho y fue de los fundadores de la Federación Estudiantil Universitaria de Querétaro. Después fue docente en la UAQ por 28 años, director de la Escuela Preparatoria y aspirante a Rector de la Universidad en 1976 (en, quizá, el proceso más caótico en la historia de la Universidad), así como miembro fundador del Sindicato Único del Personal Académico de la UAQ. Fue director de Educación en el Estado durante los gobiernos de Mariano Palacios Alcocer y Enrique Burgos García. También fue rector de la Universidad Tecnológica de Querétaro. Además de jefe de la Policía Judicial; estudió maestrías, una en Docencia y otra en Estudios Latinoamericanos, siendo autor y coautor de varios libros sobre la historia de la UAQ.

En el 2014 pude entrevistar a Álvaro, con la intención de obtener su testimonio y su reflexión sobre varios episodios en las que fue protagonista. Sobre el paro estudiantil de enero de 1958, recordó, victorioso: “Bateamos de cuatro, cuatro, se nos concedió todo. Muchachos de otras universidades se comunicaban con nosotros para preguntarnos ‘¿oigan, cómo le hicieron?’.  Todo fue por el comportamiento, el apoyo de la sociedad, la prensa, el modo de presentar las solicitudes, la participación de la SEGOB y la decisión que tomó el Estado, todo coadyuvó. Porque si nos hubiéramos salido tantito del cajón, que era lo que Gorráez y sus consejeros, sobre todo, esperaban, el movimiento hubiera tenido otro giro”.

En noviembre de 1966, partícipe en la recordada “toma” del Patio Barroco durante la administración de Hugo Gutiérrez Vega, comentó sobre la gresca que se desató entre estudiantes y feligreses azuzados por la diócesis de Querétaro: “si tumbamos la puerta de la sacristía o tumbamos la puerta de la iglesia, nos lleva la chingada (risas)”. La intervención de la policía y el ejército contuvo el enfrentamiento, haciendo uso de gas lacrimógeno. Pero la pelea y el susto quedó en la memoria de quienes lo vivieron: “Conocimos la reacción, el enfurecimiento, ¡vieras qué ojos, qué gritos, qué desesperación! ‘¡Mueran, hijos de la chingada!’, a los fanáticos no los detiene nada, nada. Es lo más cerca que hemos estado de la muerte, ¡hijo, qué susto, qué bárbaro! Nos quedamos como una veintena de maestros y de alumnos ahí en la universidad y ya teníamos toda la azotea llena de piedras y bombas molotov y todo lo que tú quieras y estábamos comentando, cuando llega un estudiante, Eduardo Sánchez Vélez, y nos dice ‘¡ahí vienen, cabrones!’, ‘¿quiénes o qué?’, ‘¡pues los feligreses, los defensores de la iglesia!’, ‘¡no la amueles!’, ‘¡sí!’, ‘a ver, ¿por dónde vienen?’, ‘por La Cruz’, ‘no, también por el río’, ‘no que por acá por Pasteur’, es decir, salieron por toda las calles que concurrían a la universidad. Pues nos encerramos. Hugo Gutiérrez Vega me dice ‘ahí te encargo, Arreola, yo voy a ver al gobernador’. Nos encerraron, ya se nos acababan las piedras, ya habían tirado la puerta que da al campo deportivo, estaban ya tumbando la otra puerta que da al patio donde estaban las perreras, el zaguán de la calle 16 de Septiembre, de la calle principal, ya estaban tumbándolo, ‘¡salgan, perros comunistas, los vamos a matar, cabrones!’”.

Vendrán protestas; grillas; el inicio del sindicalismo universitario; un coqueteo con el marxismo; el nombramiento simbólico de la Escuela de Bachilleres como “Salvador Allende” en 1973; acusaciones de ser cercano a los porros; el ríspido e infructuoso intento de ser Rector de la UAQ en 1976; y miles de clases en las que pasaron miles de estudiantes. Sin duda, Álvaro Arreola Valdez, con sus luces y sombras, fue uno de los grandes protagonistas de la historia de la UAQ.

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