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Cabeza en llamas 68

Los meses de huelga y sin clases los pasé asistiendo a los debates en Ciudad Universitaria, sobre todo en la Escuela de Economía, en Ciencias y en Derecho. Allí escuché hablar y debatir a varios de los líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Vi a varios oradores cuyo nombre he olvidado o nunca supe; pero recuerdo a Pablo Gómez, al Búho, al Pino, a Cabeza de Vaca, a la Tita, a Marcelino Perelló. Salía del mercado a las 3 de la tarde, me iba a casa a bañar y a comer y luego a CU. Esos debates incendiarios fueron mi primera experiencia política. Todos hablaban muy bien y uno refutaba al otro, y para mí todos tenían razón. En realidad apenas medio comprendía lo que se discutía. Salía del auditorio impresionado y con la cabeza en llamas. En Economía compré el Diario del Che Guevara en Bolivia. Más tarde compré su Obra revolucionaria, un grueso volumen editado por Era. Era un ícono.

Me veo festivo con otros chavos saltando, corriendo, gritando ¡Prensa vendida! ¡Prensa vendida! y mentándole la madre al gobierno de GDO en la manifestación del 27 de agosto y luego mudo y con los ojos que no me alcanzaban para ver todo lo que veía en la marcha silenciosa del 13 de septiembre, prendiendo cerillos y encendedores en el Zócalo. No había celulares, eran impensables entonces.

El famoso pliego petitorio:

1. Libertad presos políticos.

2. Desaparición del delito de disolución social del Código Penal Federal: artículos 145 y 145 bis.

3. Desaparición del Cuerpo de Granaderos.

4. Destitución de los jefes policiacos.

5. Indemnización a las familias de heridos y vejados.

6. Fincar responsabilidades a los funcionarios públicos.

En realidad todo se sintetizaba en dos cosas: No al autoritarismo represivo del gobierno y la exigencia de diálogo público con las autoridades.

De ahí la ocurrencia de un líder del CNH, Sócrates Lemus, de permanecer en el Zócalo tras la marcha del 27 de agosto, hasta el primero de septiembre para interpelar y exigir el diálogo al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Por supuesto yo me fui a casa como a las once de la noche. Al otro día leí la noticia que habían sido desalojados con tanquetas y a manguerazos de agua.

Apenas recuerdo la concurrida fiesta del grito del 15 de septiembre en Ciudad Universitaria, a un lado de Filosofía y Letras, y cuyo grito lo dio (si mal no recuerdo) un maltrecho (herido, vendado) Heberto Castillo, quien junto con otros líderes ya vivían escondidos porque eran buscados. Una verbena política. Días después el Ejército tomó Ciudad Universitaria. Ese día yo andaba por ahí. Alguien me dijo que la cosa estaba del carajo y que era mejor largarse. Desolación en el campus. Al otro día leí la noticia.

Siguieron días grises, confusos, sin puntos colectivos de reunión. Las bases perdieron contacto con la dirigencia del movimiento, que andaba a salto de mata. La información de la prensa no era confiable. No había redes de luz.

¿Del manifestante festivo o incendiario al temeroso o indolente?

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