El “Pollo”

Algunas noches cálidas, en fin de semana, cuando los niños ya están dormidos, nos sentamos en el patio de Licha y Onofre. Saboreamos enchiladas con agua de horchata, contamos historias o leyendas del barrio y, después, nos echamos un mezcalito. De fondo ellos ponen música de banda o rancheras viejitas.
Una de esas noches, Onofre contó una historia de cuando niño, en Salvatierra. Vivía con sus padres. Entonces supo del “Pollo”, un vecino extraño. En esa época, aunque no se acostumbraba el pelo largo, él así lo traía; dicen que para cubrirse la cara y no mostrar las huellas de los “moquetes” que le daba su papá. La mamá murió siendo él todavía nene. El papá tenía un taller mecánico; le iba bien en el negocio, pero mal en los amores. Era muy reservado. No hacía comentarios sobre su pasado ni sus fracasos; pero vivía frustrado y enojado. Se desquitaba con el chiquillo, testigo mudo que soportaba desviaciones y maltratos del padre.
Con sus amigos, el “Pollo” fanfarroneaba de su popularidad con las mujeres. ¿Lo suponía, o con eso ocultaba la carencia del amor básico de una de ellas, su madre? Quizás eso le impedía querer a las demás. Le representaban el desamor de la primera y, en consecuencia, el temor de ser nuevamente abandonado. Tal vez para remediar esa pérdida, él tenía un no sé qué de femenino, que las atraía, pese a que anduviera de mal humor. Según dijeron en un periódico de la época, él las enamoraba para identificarse con ellas, hasta el punto de igualarse con ellas, a la manera en que uno se hace maíz al comerlo, o frijol al tenerlo de alimento principal, o el cuerpo humano tiene afinidad con el agua (su componente básico).
En el gimnasio hacía ejercicio extenuante; apostaba en el frontón para ver quién era más resistente; levantaba pesas enormes para mostrar musculatura y fortaleza; diario subía al cuadrilátero y hacía sombra varias horas seguidas. Era una máquina de vigor y energía; pero sólo para las mujeres. No le interesaban ellos. Quería lucirse ante ellas, siquiera para que lo quisieran por su físico. Cuando conocía a una mujer, le daba la primera cita en el gimnasio, para poder lucirse.
Según mi vecino, parecía que solo pensar en su madre le entusiasmaba al “Pollo”. Añadía que, quizá por eso, les entraba duro a las anfetaminas (todavía no eran muy conocidas en ese lugar, sino que un amigo se las llevaba). Onofre todavía era un niño (trece años); buscó al “Pollo” varias veces; le llamaba la atención su corpulencia. Poco después supo que la policía lo detuvo, acusado de haber matado a su novia y, al poco tiempo, en el juicio lo encontraron culpable y lo enviaron a un penal. En adelante, ya no supieron nada de él.
La familia de Onofre emigró a Querétaro, porque su papá vendió las tierras. Por falta de agua había perdido las cosechas; malbarató las tres hectáreas que tenía. Decidieron venirse a Querétaro porque aquí la industria ofrecía trabajo. Quedó de obrero mal pagado en unos talleres, pero ya no se regresaron, por la escuela de los muchachos.
Aquí se reencontraron Onofre y Licha, también de Salvatierra. Se enamoraron cuando ambos estaban terminando la prepa. Años después se casaron. Pusieron una miscelánea y tuvieron cuatro hijos. Dicen que son muy felices, pues aquí hicieron definitivamente su vida, tuvieron familia, pusieron su negocito y, más que nada, tienen buenos amigos entre algunos vecinos.
Cada año, cooperan en las tareas comunitarias para hacer limpieza general y organizar la fiesta del barrio. Dentro de unos días van a presentar en la universidad un libro que se hizo con base en recuerdos y relatos de la gente mayor, recogidos por una brigada de niños que fue entrevistando a todos, calle por calle, tomando notas o grabándolos.