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Hacia la formación del pensamiento y la actitud crítica

Una de las demandas educativas más apremiantes de nuestra época es aprender a pensar críticamente.

A diferencia de otros tiempos, el nuestro se caracteriza porque las contradicciones sociales parecen mucho más evidentes y fáciles de señalar, en especial en quienes detentan el poder o son nuestros adversarios (lo que no necesariamente implica que comprendamos mejor lo que sucede).

Antaño, la gente sólo se dedicaba a sobrevivir y no había tiempo para reflexionar sobre las causas de sus problemas (más allá de atribuirlas al destino o a seres supra humanos). Luego, el mundo se dividió en “nosotros” y “los otros”, y la causa del mal se imputaba al bando opuesto, al que había que vencer, “sin duda alguna”. Ahora, es tanta la información que circula y tantas las versiones encontradas sobre un mismo hecho que resulta difícil distinguir qué es verdad y qué no, o quién es quién y a qué intereses sirve.

Aunque el párrafo anterior merece crítica, pues no sólo “antaño”, también hoy buena parte de la población sólo sobrevive y las guerras entre “malos” y “buenos” continúan; interesa aquí acentuar la gran confusión que actualmente impera. Por eso, una de las demandas educativas más apremiantes de nuestra época es aprender a pensar críticamente.

Si en otros tiempos los héroes o líderes religiosos, sociales o políticos se presentaban como seres excepcionales e “intachables”, ahora se descubren “humanos”, también farsantes, corruptos, agresores o ineptos. Desde cierto ángulo, cualquiera tiene cola que le pisen y siempre habrá un “alguien” que se dedique a develarla.

El escepticismo que acompaña al desencanto podría llevar al pensamiento crítico; sin embargo, no siempre deviene en él. Los escépticos pueden concluir que “todo es igual” y no distinguir. Por otro lado, si la desconfianza básica resulta insoportable, hay que recuperar el equilibrio y esto puede llevar a falsas salidas.

Una es aliarse con el poder justificándolo, pues “más vale ganar-ganar”; otra es pretender neutralidad “para no tener conflictos con nadie”; otra más lleva a refugiarse en fundamentalismos de derecha o de izquierda, asumiendo el papel de “víctimas” o “incomprendidos” y pretendiendo ser los nuevos héroes de su mini epopeya local.

La opción que lleva al pensamiento-actitud crítica es más difícil pues implica asumir una postura con base en ciertos principios; aprender a pensar autónomamente, reconociendo la complejidad de la realidad en movimiento, sus contextos, límites y posibilidades concretas, los intereses a los que sirven sus acciones, así como las contradicciones propias y ajenas.

Los tiempos electorales podrían ser buena oportunidad para desarrollar el pensamiento crítico de los votantes, pues cuando lo que interesa a los partidos, es mantener o arrebatar el poder a toda costa, brillan las contradicciones. Sin embargo, esto no basta.

Un ejemplo de la dificultad implicada en este proceso es el veto que recibió —por parte de las grandes televisoras— el presidente Trump. “El hombre más poderoso del mundo”, el más tirano, fanfarrón e irracional sufre —insólitamente— la violación de su derecho a expresarse. Los responsables alegan “defender el derecho del pueblo a la verdad”, pero ¿quién les dio a ellos la potestad de decidir, lo que es “la verdad”?; ¿qué intereses motivaron su decisión?

Defender el derecho de Trump parece un contrasentido, reconociendo quién ha sido él; pero no lo es, cuando lo que se defiende es un PRINCIPIO, no un individuo: El pueblo tiene derecho a escuchar diversas voces para construir la propia, y no la imposición de “La verdad”.

Cuál es el SENTIDO de señalar ciertas contradicciones, qué se pretende, o qué principios se busca defender con ese señalamiento, son preguntas indispensables, en la formación del pensamiento-actitud crítica.

Aunque en estos tiempos hablar de principios resulta abstracto cuando impera el poder neoliberal, es algo que tenemos que hacer, si nos interesa construir autonomía.

*Miembro del Movimiento por una Educación Popular Alternativa (MEPA)

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