Humanos sin humanidad: animales condicionados

Desmond Morris en su libro El mono desnudo (1967) estudió las características animales del ser humano, por su parte Erick Fromm, durante décadas, describió la psiquis y el comportamiento humano, sus miedos, fobias, filias y condicionamientos. Particularmente y contemporáneo a éstos, Günther Anders (1956) dejó anotado cómo los sistemas hegemónicos han construido condicionamientos colectivos para que las masas se comporten como rebaños y obedezcan sin cuestionar, mediante actos de fe, sin pensamiento crítico.
El condicionamiento colectivo de las masas se soporta en la imposición de paradigmas culturales, educativos, laborales, relacionales, sexuales, religiosos, alimentarios, habitacionales, vivenciales, ideológicos, lingüísticos, por sólo mencionar algunos. Bajo estos paradigmas cada humano, independientemente de su género, aprende a nombrar, a creer, a moverse, a pensar de la forma en que sus ancestros y educadores, sometidos también a los paradigmas, le indican lo que es o no correcto, bueno, decente, adecuado. Cada humano es concebido y gestado bajo determinados protocolos ideológicos, el parto industrializado forma parte de ese consorcio de condicionamiento. La alimentación cargada de sal, azúcar y almidones conlleva a un condicionamiento de las papilas gustativas, por su parte los arrullos, los colores que distinguen lo masculino de lo femenino, el vestuario, definen lo que ideológicamente significa ser hombre o mujer. La salud y la enfermedad son también paradigmas, pues se soportan en un vademécum de fármacos y enfermedades permitidas y prohibidas.
Ni que decir del condicionamiento escolar, mediante el cual a lo largo de varios años se impone un modelo de obediencia, de aprendizaje repetitivo, para construir ladrillos de una pared, como canta la banda de rock Pink Floyd. La escolarización es la etapa de preparación para la inserción profesional del rebaño a las fabricas, el campo, las oficinas, al “home office” de la era pandémica. Sin importar el nivel de instrucción el pensamiento promedio de las masas se limita a preocupaciones materiales, básicamente mediocres.
La vestimenta tanto como la vivienda ajustada y opresora condiciona un carácter violento, el ambiente laboral incluido el desgaste por traslado conlleva la represión y el deseo de estallar, el cual es permitido en los actos de entretenimiento masivos: futbol, carrera de caballos, autos, festivales y cualquier otro acto masivo, donde el alcohol y la comunión de masas crea un falso ambiente de pertenencia.
Para Günther Anders, al poder hegemónico le basta con evitar que las masas se pregunten, cuestionen los paradigmas, piensen y reflexionen, para completar su condicionamiento se les mantiene entretenidas y adormecidas con los medios de información. Se pone a la sexualidad en primer lugar entre los intereses humanos, pero al mismo tiempo se le reprime, se coloca a nivel de pecado. “Como anestésico social, no hay nada mejor”.
En este sentido, la cereza del pastel de los paradigmas hegemónicos es el miedo a no pertenecer, a ser un excomulgado social, a no ser parte del rebaño, no estar en onda, miedo a la soledad. Para lo hegemónico, todo aquello que pudiera despertar lo verdaderamente humano como es el pensamiento crítico, el amor, el libre albedrío, la autonomía, entre otros aspectos “debe se combatido, ridiculizado, asfixiado”, si eso no basta se le adjetiva como subversivo, terrorista, rebelde, locura, diabólico y sus portadores como tales. El libre albedrío, la capacidad de decidir de forma autónoma sobre la forma de vivir la vida, es un poder natural, que adormecido por los paradigmas hegemónicos, debe despertar y liberarse de los atavíos y taras ancestrales.