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La Internacional Comunista en México

Corría noviembre de 1919, cuando un pequeño grupo de obreros y artesanos, en su mayoría anarcosindicalistas, decidieron formar el Partido Comunista de México.

Corría noviembre de 1919, cuando un pequeño grupo de obreros y artesanos, en su mayoría anarcosindicalistas, decidieron formar el Partido Comunista de México, un año después de la fundación del Partido Comunista de Alemania y seis meses antes del Partido Comunista de España.

Hacía apenas dos años, la Revolución Mexicana había cerrado su etapa armada más fuerte, iniciando los gobiernos de los sonorenses; a diez mil kilómetros de distancia, en Rusia, la dinastía de los Romanov que sumaba tres siglos en el poder, colapsaba ante la sorprendente Revolución, la que, al paso de los meses, se declaró socialista con el triunfo de los Bolcheviques comunistas.

Frente a la guerra civil y la intervención de una docena de Estados extranjeros, las y los revolucionarios rusos, encabezados por Vladimir Lenin, convocaron al proletariado mundial para formar la Internacional Comunista o Tercera Internacional, órgano que pretendía hacer la revolución en todo el globo y defender a la nueva patria de los trabajadores.

En la Ciudad de México, en el centro histórico, justo en la esquina de ‘Isabel la Católica’ y arriba de la cantina ‘La vaquita’, se ubicaban las oficinas de El Machete, órgano de los comunistas mexicanos, quienes, de forma caótica y crisis internas constantes, buscaron responder al llamado. Sin embargo, la radical Constitución que apelaba a la justicia social y el nuevo Estado que había acabado con el porfiriato y que reconocía la lucha de clases y la importancia de los trabajadores, fungió como un dique a la ola expansiva proveniente de Rusia.

A pesar de la afinidad de objetivos (un Estado más horizontal, democracia obrera, reforma agraria radical, etc.), ambas revoluciones marcharon de manera separada. Eso no impidió que Lenin enviara a varios camaradas para crear los nexos con los socialistas en México y el resto del continente, el cual, sobra decirlo, no estaba en su primer horizonte revolucionario. El ruso Borodin, el italiano Louis Fraina, el estadounidense Charles Phillips, el hindú Manabendra Nath Roy y el japonés Sen Katayama fueron esenciales para tender el puente entre el PCM y la Internacional Comunista, a la que, en un primer momento, atrajeron a personajes como Felipe Carrillo Puerto y Francisco J. Mújica.

Retirados los comisionados, el PCM se dividió y peleó por ser la sección mexicana de la Internacional, traiciones y espías de por medio.

Refundado el PCM en 1921, su tarea se enfocó en hacer propaganda y convencer a obreros y campesinos que la Revolución Mexicana había sido un engaño; con labores de agitación que hacían medianamente libres, aunque se fueron ganando la enemistad del gobierno de México, al que no le interesaba que los Estados Unidos lo asociara con el comunismo, como había empezado a ocurrir cuando los edificios públicos se llenaron de murales con martillos, hoces y figuras de Marx y Lenin. Reputación que estaba lejos de la realidad.

La relación con obreros y campesinos fue corta, pero sí se dio en Veracruz con Úrsulo Galván, Michoacán con Pedro Tapia y Durango con Guadalupe Rodríguez. Con los movimientos revolucionarios de América Latina, se estrechó la relación con la Liga Antiimperialista de las Américas, red de alcance continental que ayudó a traer como exiliados al cubano Julio Antonio Mella, al peruano Víctor Haya de la Torre y al nicaragüense Sandino, aunque no todos compartían la ideología.

Al finalizar la década de los veinte, la Unión Soviética se aisló. Muerto Lenin y encarcelado Trotsky, Stalin proclamó el nuevo rumbo: consolidar el socialismo en Rusia antes que hacer la revolución mundial. Con esto, la Internacional, cambió de timón. Ahora, los partidos comunistas tenían que obedecer ciegamente las indicaciones de Moscú.

El sistema capitalista entró en una dura crisis, la que también se resintió en México, donde su presidente electo era asesinado y los levantamientos armados estaban a la orden del día. Durante el ‘Maximato’, los comunistas mexicanos iban a dar constantemente a las Islas Marías, eran perseguidos, exiliados y asesinados, las oficinas del PCM eran allanadas, El Machete sobrevivía en la clandestinidad, los comunistas extranjeros expulsados y las relaciones diplomáticas con la URSS eran rotas.

Años después, con Cárdenas, el PCM volvería a la legalidad cobijado por el michoacano, pero los constantes cambios de dirección propuestos desde Moscú, donde se movían amenazados por el fascismo y sus supuestos enemigos internos, complicaron que los comunistas mexicanos pudieran realmente hacer relaciones con la clase trabajadora, quedando el terreno libre para la construcción de un Estado de masas oficial, el cual, en su momento, rebasó por la izquierda a un PCM dogmático que replicaba las purgas siberianas contra sus militantes y la persecución contra los disidentes, como sucedió con Trotsky, asesinado en Coyoacán. Todo, como parte de un muy atropellado y rojo amanecer.

 

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