
Las olimpiadas de Tokio 2020 han concluido, no sin dejar importante aprendizaje, resultado de diferentes factores del contexto que actualmente vivimos y que vale la pena reflexionar y traer a nuestra vida cotidiana.
Primero, porque se llevaron a cabo en 2021 dada la pandemia que hoy continúa; en México más fuerte que hace un año. Y es que la pandemia de COVID-19 nos ha tocado profundo, y nos hace valorar con más fuerza el privilegio de la vida. Le da significado a lo importante: la familia, el autocuidado y la empatía. De esta forma se contrastan actitudes intolerantes contra solidarias, se aplaude y reconoce la nobleza contra el egoísmo. Sin duda lo más valioso es darles significado a los logros y no a las medallas, pocas para México, pero importante crecimiento de nuestras y nuestros deportistas. Aplausos para Daniela Torres, comunicóloga egresada de nuestra universidad, fotógrafa y maratonista, quien logra el lugar 65 que sabe a oro en su segundo maratón oficial y primeros olímpicos. Un orgullo para la comunidad universitaria, para Querétaro y para nuestro país.
Segundo, porque las y los atletas participantes son millennials o centennials, integrantes de la llamada “generación de cristal”, a la que acusan de romperse fácilmente. Nada más lejos de la verdad, son de cristal porque son claros y transparentes, sensibles y fuertes. Son de cristal duro, más que el diamante. Así, son capaces de anteponer su seguridad y personalidad, ante todo. Igual deciden cuando sí y cuando no participar en una competencia o ponen su sello personal rompiendo estereotipos, tejiendo nuevas formas de hacer las cosas y de ver el mundo.
Tercero, porque la participación del contingente mexicano deja a la vista el poquísimo, ínfimo apoyo de las autoridades correspondientes. Atletas que tienen que librar obstáculos y costear sus gastos para entrenar, prepararse y competir. Porque esas autoridades se paran el cuello cuando hay logros y esconden la cabeza cuando no los hay. Porque a pesar de ello, nuestras y nuestros jóvenes sacan la casta y no les importa el que dirán. Ellas y ellos han logrado lo que son y lo muestran al mundo.
Lo mismo vive la educación y la ciencia en nuestro país, ausencia de planeación, de estructura, de confianza y de presupuesto. Seguimos trabajando con lo que hay, pero somos consientes de lo que somos, de nuestro talento y talante. Desde las universidades nos toca impulsar el cambio, abrir el camino, sumar voluntades. En la UAQ lo sabemos y lo hacemos día a día, en cada proyecto, con cada generación. Hoy el mundo exige eso, responsabilidad para entregar más beneficios a la sociedad, a la que nos debemos y la que merece nuestro esfuerzo y compromiso. Los resultados hablan solos, nuestras y nuestros deportistas, así como nuestra ciencia y nuestras universidades, brillan por sí mismas, dan ejemplo y entregan resultados. Esperemos que el aprendizaje encuentre eco en todos los niveles, en las autoridades y en cada una y uno de nosotros. Que nos toque el corazón y nos motive para encontrar más respeto, más armonía, más responsabilidad y, sobretodo, más solidaridad. Al final no solo se trata de ser la o el mejor, se trata de hacerlo mejor en comunidad.