Lejos de Las Flores. Se dice en el barrio

Mis apás, mi hermanita Sonia y yo nos levantábanos con la madrugada, cuando el rancho se llenaba de cacareos, ladridos, mugidos y rebuznos. Desayunábanos tacos de huevo y frijoles, café o unas hojas. Señores y muchachos salían a la plaza, donde la troca los levantaba pa’ llevarlos al plano. Allí cargaban aguacate, manzana y naranja que, en huacales, trepaban al camión pa’l mercado de abastos. Yo no l’entraba, aunque don Luis pagaba $40 diarios pa’ que los niños también subieran fruta; pero mis apás decían que yo y Sonia to’vía no’stábanos par’esos trotes. La cosa se puso pior cuando los pames comenzaron a bajar del monte buscando chamba. No tenían cosechas ni cacería, y s’estaban muriendo de hambre; aceptaban que los contrataran por $100 semanales, mientras que los del rancho cobraban $120 diarios. Mi hermana mayor, Elsa, dos años antes había pasado de mojada al otro lado; en Sacramento atendía una lonchería, pero seguido se escondía porque la migra andaba bien perra.
Todo el día lo pasábanos en la escuela, o acarreando agua, alimentando a los animales, volando papalotes, jugando carreras o, acostados, buscando figuras chistosas en las nubes. Nuestra vida era bien suave. No sabíamos que mi apá se había endrogado con un préstamo por su terreno y no podía pagarlo. Cuando’stábanos velando a mi amá, mi apá nos dijo que teníamos qu’irnos de Las Flores. Lloramos Sonia y yo, pero no se pudo resolver y teníamos que dejar la casa. Cargamos el sentimiento aquí merito, en el pecho, y siempre extrañamos el rancho.
Estando ya en Querétaro, a mi jefe le dieron trabajo de velador, en una chatarrera, frente al molino, pero hacia Santa María. Le pagaban poquito, y pidió que le dieran más trabajo. Tons siguió de velador, pero, además, ya tuvo otras tareas: registraba los camiones que entraban y aventaban el material allí nomás, acomodaba fierros, les sacaba el aceite a los tubos, organizaba las cargas.
Un día, aprovechando que no iba yo a la escuela, pos llegamos a Querétaro pasadas las inscripciones, mi apá me pidió que −pa’ no estar de oquis− le ayudara en la chamba, con la ilusión de que también a mí me pagaran otro dinero, además del que él ganaba. Y sí: el patrón decidió darme 15 pesos diarios, pero quería ver que yo le echara ganas.
Yo andaba entre los cerros de tubos, desatornillaba estructuras, acomodaba piezas; l’entraba a todo. En una de ésas, se me atoró la mano entre unos engranes y el material de arriba se me cayó encima. No me pude zafar; el dolor me hizo aullar. Como pudo, mi apá levantó los fierros y me destrabó la mano. Ya la tenía aplastada y morada, y hasta me chorreaba sangre. Me llevó a una farmacia cercas; en su puerta decía “Doctor”. Me recibieron, pero me dijeron que debía ir al Seguro: la herida era grave y tenían que sacarme radiografías. En el IMSS me pasaron a urgencias, me revisaron y me dijeron que la cura provisional estaba bien hecha, pero no bastaba. Debía hospitalizarme, porque podía perder la mano; pero, no me podían recibir porque yo no estaba asegurado. Tampoco podía entrar con el seguro de mi jefecito, porque él no tenía.
Saliendo, mi apá y yo fuimos con el patrón a preguntarle por qué no estábanos asegurados. Antes de decirle nada, cuando él nos vio, dijo qu’estaba feliz porque el médico los felicitó: ya iban a ser papás; su esposa estaba embarazada. Mi apá aprovechó pa’ decirle que yo también necesitaba médico, pero el patrón dijo que yo no era trabajador suyo; que si hast’ora me ha pagado es nomás porque es buena gente y ha querido ayudarnos. Aunque al oír eso tragó camote, mi jefecito le dijo al patrón que él tampoco’staba asegurado, y que, pus por eso no me podían atender en el Seguro. El hombre respondió que a los veladores no se les paga seguro, pues en realidá lo qui’hacen es muy poco; sólo’stán allí sentados o durmiendo; que, más bien, deberíamos agradecerle que nos diera trabajo. Tons, mi apá le dijo que, al menos, cubriera lo de mi atención médica, pero el patrón nos pidió que lo comprendiéramos: él tenía ahora muchos gastos: el embarazo de su mujer, la construcción de su casa y el pago de impuestos. Añadió que lo que me había pasado era por descuido mío y que, si por el accidente perdía una mano, le diera gracias a dios, porque seguía vivo y podía seguir trabajando. Salimos con el corazón roto, preguntándonos por qué tuvimos que irnos de Las Flores.