Mara Cabify, en memoria
Es preciso contar con el mal que todos podemos hacer, para empezar a amarrarlo socialmente.
Suele pasar: “Hablar de democracia no es hacer la democracia” (BP).
Maldecir la democracia tampoco frena el autoritarismo ni la corrupción.
Y las frases más brillantes del mundo no cambian un gramo del mundo.
Las mejores ideas me suceden después de la acción y cuando estoy comiendo.
Yo me parezco a ese Cavafys o Cabify; yo también hago versos y manejo un Taxi driver.
Esa Mara es como yo de Salvatrucha; y se la llevó la corriente.
Las palabras vuelan, pero lo hechos quedan y fertilizan la tierra.
Marabunta. Todos somos parte de las “hormigas voraces que se alimentan de todo lo que encuentran a su paso”.
Luchar contra el mal es luchar contra nosotros mismos; nosotros somos el mal, los otros nosotros.
No te des golpes de pecho, no gesticules como plañidera. Mejor amarra tus instintos a la rueda del trabajo.
En ciertos momentos, todos podemos tener deseos e instintos criminales. ¿Cómo sublimarlos, controlarlos, transferirlos y cristalizarlos en cultura y no en maldad?
Para eso sirve el arte, la literatura y la cultura. Para transformar lo peor en algo mejor.
Nadie sabe bien a bien qué haría en determinadas circunstancias hasta que está en tales circunstancias.
Arden las Torres Gemelas y estás atrapado hasta arriba. Contemplas el abismo, sientes el miedo y anhelas la libertad.
El deseo es un arma caliente en las manos; la cogita está embarazada.
Cavafis: “Deseos” / “Jura” / “Monotonía”:
–Como bellos cuerpos que murieron jóvenes, encerrados con lágrimas en ricos mausoleos…
–Jura con frecuencia empezar una nueva vida… pero, cuando llega la noche… con sus consejos, tentaciones y promesas… Cuando viene la noche… con sus instintos, deseando, buscando…
–A un día monótono sigue otro igualmente monótono… Y el mañana no parece mañana sino ayer.
Las consignas no paran la rudeza del mundo; hace falta vigilarnos y cuidarnos unos a otros.
En los años sesenta, cuando iba en la Secundaria 53 y trabajaba en el mercado de Coyoacán, en el puesto de mis hermanos, Cremaría La Vaquita número 29, había una clienta muy buena (por lo bien que compraba), y, a veces, había que llevarle el pedido a su casa, a dos cuadras del mercado. Tenía una hija de mi edad, preciosa, de la cual viví enamorado idealmente. Se llamaba, y espero que todavía viva, Mara. Me gusta el nombre y espero no olvidarlo.