¿Rendirse ante la precariedad vital, o…?
No cabe duda que el desarrollo tecnológico que ha alcanzado la humanidad en nuestros tiempos facilita considerablemente muchas tareas que antes implicaban gran esfuerzo y largo tiempo. Por otro lado, grandes cantidades de información están al alcance de la mayor parte de la población y su capacidad de consumo y de acceso a todo tipo de comodidades parece ir en aumento. (Al menos eso señala la propaganda mercantil, que se dirige a las clases medias, ocultando la grave precariedad que padecen las bajas).
A pesar de la ‘publicidad del desarrollo’, prevalece en amplios sectores de la población la idea de que vivimos en tiempos de franca decadencia. Especialmente en los espacios educativos de todos los niveles, se escuchan voces de preocupación y desencanto, ante las dificultades de los educadores para comunicarse con las nuevas generaciones. Éstas, por su parte, no parecen muy interesadas en asuntos que impliquen cierto nivel de reflexión.
Muchos señalan que los menores se han vuelto “ineducables”, que no escuchan, no respetan, son altaneros, están sobreprotegidos… o abandonados por sus padres; que no le ven sentido al estudio porque lo perciben “irrelevante” e “inútil” o ajeno a su vida fuera de ella.
El desinterés aumenta cuando los maestros son denostados por el mismo Estado (y éstos no pueden contradecirlo, por su bajo nivel académico); cuando los padres o madres de familia pierden credibilidad, al mostrarse semiausentes, semianalfabetos, semideprimidos, semidesquiciados…; cuando los medios masivos presentan como héroes a “los audaces y ambiciosos” (ladrones, capos, policías tramposos…) y develan a la vez, profusamente, las ineptitudes y corruptelas de quienes debieran ser ejemplo de probidad (gobernantes, sacerdotes, líderes sindicales…); cuando dan igual las ‘fake news’ y los mensajes banales, que los análisis serios sobre la realidad actual.
El desencanto se agrava cuando ciertos críticos del sistema, pregonan que “son posibles otras formas de relación económica, política, social, educativa”…, pero, a la hora de los hechos, enseñan el cobre y se muestran incultos, soberbios, inconsistentes e incongruentes.
Tales condiciones llevan a la reflexión sobre el perfil del ser humano que ha resultado del régimen neoliberal o sociedad de mercado: un humano egoísta, intolerante y comodino, que padece gran precariedad vital: económica, física, mental, social, moral…; un humano, alejado de la Naturaleza, con graves deficiencias cognitivas y serios problemas de salud (obesidad, diabetes, anorexia, depresión, hiperactividad, baja autoestima, baja capacidad de concentración y mínima tolerancia a la frustración…).
Hay que decir que, a diferencia de lo que algunos piensan, el neoliberalismo no es resultado “natural” de la evolución humana. Se trata de un programa bien planeado por el club de los más ricos, cuya ideología, justificadora del ‘statu quo’, es compartida por mucha gente de todos los estratos sociales, a pesar de sus contradicciones.
Según Hayek (1978), uno de sus más importantes ideólogos, los humanos son “naturalmente desiguales”, lo que explica también su desigualdad social y económica. La mayoría (la masa) se mueve por impulsos primarios y es incapaz de autodisciplina y comprensión de “las leyes abstractas de la vida social”; por consiguiente “es inferior” en su capacidad de adaptación. Frente a ella, se erige una pequeña elite, portadora de todas las cualidades positivas y única capaz de triunfar en la competencia mercantil, por su “nivel superior” de adaptación.
La “libre competencia” genera pues, indefectiblemente, ganadores y perdedores, por lo que (según aseguran también otros seguidores de esta corriente) “los países, las empresas y los hombres débiles no tienen derecho a vivir” ([sic], dice Friedman).
La declaración de López Obrador de que en México “el neoliberalismo está cancelado”, si bien resulta presuntuosa (pues ningún régimen termina por simple decreto), puede asumirse como convocatoria para contribuir a cambiar el rumbo de la historia.
En este contexto, la ‘4a Transformación’ no debiera considerarse como un mero eslogan publicitario, sino como una tarea de gran relevancia, que compete a todos y compromete a quienes consideran que todo ser humano tiene derecho al Buen Vivir; que sin trabajo decente y creativo, y sin contacto con la Naturaleza, sólo nos queda la degradación humana.
El famoso ‘teorema de W. Thomas’, descrito en su libro ‘Los niños en América, problemas y programas’, señala que: “Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”.
¿Cómo pensamos la realidad actual y las posibilidades o caminos para su transformación?…, ¿con actitud fatalista, creyendo que “no hay más opciones”?, ¿o con la convicción de que otros mundos son posibles? La primera alternativa implica la rendición; la segunda incita, al menos, a ‘organizar la esperanza’, como dice Cecilia Dinerstein.