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Rosario Ibarra de Piedra. Luchadora incansable

Desde mediados de los setenta, una mujer diminuta comenzó a engrandecer su figura hasta alcanzar una talla moral como pocas personas en el país. Entonces, el Gobierno Federal estaba promoviendo una serie de reformas político-electorales que dieran entrada a diferentes partidos de oposición y llevar cierta pluralidad a la Cámara de Diputados. Recordemos que, en el 76, López Portillo fue el único candidato con registro a la Presidencia. Sin embargo, en el marco de la ‘guerra sucia’, diversas organizaciones señalaban la incoherencia de hablar de ‘democracia’, ‘apertura’ y ‘libertades’, en un país con cientos de desapariciones forzadas y cientos de presos políticos. Entre estos estaba el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, también conocido como Comité ¡Eureka!, encabezado por Rosario Ibarra de Piedra, quien buscaba a su hijo Jesús Piedra Ibarra, militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre desaparecido por la policía política en 1975. Ante la falta de respuesta de las autoridades para dar con las y los desaparecidos, decenas de familiares de estos realizaron una huelga de hambre el 29 de agosto de 1978, justo en la entrada de la Catedral Metropolitana a unos pasos del Palacio Nacional. Ese mismo día, lo que quedaba de la Liga Comunista secuestró y asesinó a Hugo Margáin Charles, hijo del exsecretario de Hacienda y entonces Embajador de México en Estados Unidos, Hugo B. Margáin. Al mes -y casi a diez años de la matanza de Tlatelolco-, el Congreso de la Unión aprobaría de manera unánime la Ley de Amnistía con la que se iría dejando en libertad a las y los presos políticos, como eran los militantes de las organizaciones guerrilleras, pero no salió ninguno de los hijos e hijas, hermanos y maridos de las ochenta mujeres que hicieron la huelga. De Jesús, jamás se supo su paradero. Por ello, desde entonces y hasta su reciente fallecimiento, su consigna fue “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

Dos años y medio después de ser reconocido como asociación política nacional el Partido Revolucionario de los Trabajadores obtuvo su registro legal en junio de 1981, participando en las elecciones presidenciales de 1982 con la candidatura de Rosario, primera mujer con esa candidatura en el país. Al respecto, apuntó Elena Poniatowska: “el hecho de que una mujer opositora al sistema, de 54 años, fogueada por la lucha diaria, lúcida, cristalina en su vida y en sus propósitos, transparente en cada una de sus palabras, sin una sola vinculación con el poder —al contrario, repudiada por los poderosos y temida por los funcionarios—, fuera nominada a la Presidencia de la República, es una victoria y una inmensa alegría”. Le seguirían años de organización partidista, por un lado, y de apoyo a las y los presos que iban saliendo de las cárceles, por otro.

En octubre de 1986, se organizó el Primer Festival Internacional y Foro por los Derechos Humanos (con apoyos del gobierno estatal, municipal y otras instancias federales) en Querétaro, con la asistencia de cientos de invitados y defensores de los derechos humanos. Pero, mientras el gobernador Palacios Alcocer inauguraba el evento en el Teatro de la República, Rosario encabezaba un mitin de protesta en la entrada, señalando la “farsa” demagógica que el gobierno apoye un foro sobre derechos humanos cuando ese mismo gobierno mantiene presos y desaparecidos políticos. La única forma para proteger los derechos humanos, dijo, era mediante “la organización independiente de los trabajadores”.

En 1988, el PRT volvió a postular como candidata a la incómoda y “contestataria” Rosario Ibarra de Piedra. Destaca que el partido trotskista fue el que más mujeres postuló, haciendo su campaña en la entrada de las fábricas y entrevistándose con presos políticos, con una creciente “virulencia” contra la “pasajera, transitoria y superficial” Corriente Democrática y el Frente Democrático Nacional de Cárdenas Solórzano. No obstante, con el fraude, Rosario defendería el triunfo de Cárdenas codo a codo. En 1994, vendría su apoyo al Ejército Zapatista de Liberación Nacional -a cuyos fundadores había conocido desde Monterrey-; relación que se desgastó hasta alrededor del 2005, cuando Rosario apoyó públicamente al proyecto de López Obrador. Todo esto, siempre con un relicario donde se veía una fotografía de su hijo Jesús.

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