Vericuetos de la participación ciudadana
Ante el despertar de una ciudadanía, ahora más informada y exigente, algunos mandatarios de todas las tendencias se sienten impelidos a salir a las calles, “a ensuciarse los zapatos”, para “estar cercanos a la gente” (y para no volver a perder las próximas elecciones).
A los prianistas les resulta cada vez más difícil, en el nivel federal, conseguir la aceptación de la ciudadanía, después de la forma tan despiadada como vienen siendo exhibidos en todas sus corruptelas por el gobierno de AMLO. Pero el mérito no es sólo de él. Si ganó las elecciones fue porque la gente ya estaba harta de esos gobiernos, así que sus conferencias mañaneras sólo sirven para confirmar lo que ya se sospechaba y para precisar el tamaño de los desfalcos sufridos. Esto no significa sin embargo, que los morenistas la tengan más fácil, pues se están despertando en la población grandes expectativas muy difíciles de satisfacer, que pueden llevar tarde o temprano a “la desilusión definitiva” (como auguró el sub Galeano).
Hay que agregar además que en el plano internacional las fuerzas de la derecha están más activas que nunca para denostar a la izquierda representada entre otros por el “diabólico” Maduro. Una derecha que busca convencer de que los gobiernos populistas, socialistas o comunistas…, no sólo son obsoletos, autoritarios o demagógicos, sino “destructores de la economía, generadores de miseria, violadores de los derechos humanos…”, y de que la única opción posible es el “capitalismo con rostro humano” (¡sic!).
En este debate entre ‘progresistas’ y ‘conservadores’, se hace patente el despertar de mucha gente que se muestra cada vez más interesada en informarse, más crítica y más exigente. Así va cobrando fuerza el tema de la ‘democracia participativa’ y la convicción de que la población debe tomar parte más activa y directa en la toma de decisiones públicas, y no dejarlas sólo en manos de sus desprestigiados representantes.
No obstante, salvo algunas excepciones, ni los gobiernos ni la población tienen suficientemente claro cómo se construye esa nueva forma de democracia.
Algunos opinan, por ejemplo, que es irresponsable consultar a la gente “común” que no entiende ciertas cuestiones técnicas, por lo que los expertos deben tener la última palabra. Otros alegan, por el contrario, que el neoliberalismo se ha valido del pretexto del conocimiento técnico para despojar a la gente “no importante” del bienestar y que ser especialista no garantiza la cabal comprensión de cómo una decisión afecta a la población; en cambio ésta sí que entiende pues es la que sufre las consecuencias. Otros más advierten que hay asuntos que no deben someterse a consulta pues son derechos ganados tras importantes luchas históricas. Hay quienes enfatizan la importancia del proceso deliberativo y aclaran que la ‘democracia participativa’ no consiste simplemente en abrir otros espacios de votación (referéndum, plebiscito…), sino en garantizar que todas las partes interesadas puedan discutir ampliamente (y escuchen) los pros y contras de una propuesta.
Ante el despertar de una ciudadanía, ahora más informada y exigente, algunos mandatarios de todas las tendencias se sienten impelidos a salir a las calles, “a ensuciarse los zapatos”, para “estar cercanos a la gente” (y para no volver a perder las próximas elecciones).
En este intento de acercarse suceden cosas extrañas que parecen manifestar cierta incomprensión de lo que implica la ‘democracia participativa’. He aquí algunos ejemplos de los que fui testigo:
Una diputada llega a cierta localidad para sondear necesidades de la población y en una supuesta asamblea vecinal, pide a los asistentes “votar por el servicio que más necesiten: alumbrado público, agua potable, áreas verdes, vialidades o seguridad”. Ante semejante práctica, caben las preguntas: ¿Qué hace una legisladora haciendo una tarea que más bien corresponde al ayuntamiento? y ¿por qué votar por uno u otro servicio, como si fuesen excluyentes, si la población requiere de todos para tener una vida digna?
En otra ocasión, cierto alcalde llegó al lugar en donde se realizará una obra, cuyo presupuesto ya había sido aprobado por el H. Cabildo Municipal. “¡Al fin!”, exclamaron los vecinos, sabedores de la larga y tortuosa lucha que había librado su asociación, para lograr atención. Uno de los acompañantes del alcalde solicitó a los presentes votar, levantando la mano para manifestar que estaban de acuerdo con la obra (y para salir en la foto). ¿Votar en la calle, los pocos vecinos que se enteraron casualmente de esa visita (no hubo convocatoria abierta), sobre una obra, que ya había sido aprobada por el H. Cabildo?
Ejemplos como éstos llevan a pensar en que volver realidad la ‘democracia participativa’ requiere de un trabajo más fino de formación política y de una práctica reflexiva sistemática de todas las partes involucradas.
Además de las escuelas de todos los niveles educativos, las organizaciones de la sociedad civil, las instituciones como el INE y el IEQ, las comisiones de participación ciudadana, las secretarías de Comunicación Social y de Desarrollo Humano de los diferentes niveles de gobierno, tienen un papel importante para volver realidad esa nueva forma de participar.
¡Sólo falta poner manos a la obra!
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